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La expedición Calatrava
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La historia en diapositivas
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 Indice

Día 1º:Del yantar a la senda de la Oca

Hospedería de los Calatravos

El yantar

Visita al Castillo de Calatrava

El escape room Salón Templario

Al paso de la Oca Templaria

Paso siguiente: A cenar y a dormir... casi

A la luz de las estrellas

Día 2º:De maitines a Daimiel

Los Maitines

El Palacio de Clavería

Cerro Gordo. La cara fría de un volcán

De paseo por Almagro

Fin de fiesta en las Tablas de Daimiel

De mi aval como cronista

Escudo Banet Haber sido elegido para esta noble labor de cronista calatravo, me ha sacado la vena atávica y he creído oportuno hacer valer mis créditos para aquesta ardua misión. He aquí la prueba y valor de mi linaje...
Y, sin más, vayamos al tajo.


Día 1º:Del yantar a la senda de la Oca

Hospedería de los Calatravos
Tras un largo tránsito desde la capital del reino, bueno de algo más allá, desde la aldea de Robledo de Chavela, y atravesando la llanura castellana, llegamos al lugar de la mancha del que sí debo acordarme 38°41'55.7"N 3°46'23.7"W, merced a maese Topo que nos ha dejado todo bien masticado, como acostumbra, que curiosamente coincide con la Hospedería de los Calatravos.
Porque en esta ocasión nos íbamos a encontrar con los atractivos del medievo en lo mas profundo de la tradición calatraveña. O calatrávica, calatravense... De la versión castiza y nacional de los templarios, vaya.
Es esta posada un lugar de decoración cálida, que contrasta con el frío helor de los pasillos. Porque más que a un señor vestido a la usanza medieval, se esperaba uno a un señor vestido de esquimal. Razón y circunstancia ésta por la que algunos hospedados del día anterior hubieron de dormir hasta con el calefactor del baño encendido.
Sin embargo la hospedería es chula, decorada con montones de espadones, armaduras y otros cachivaches de la época. Incluye esta decoración un, casi siniestro, confesionario al que no se puede entrar (lo prohíbe la dirección por ser cedido de la iglesia). Y menos mal, porque si no habría que ver el juego que le hubiera sacado al asunto el organizador. No lo quiero ni pensar.
Nos distribuimos en las gélidas habitaciones y a mí me tocó una con cama templaria, con un escudo al frente que hacía sentirse de lo más marcial. Pero como íbamos, como es uso y costumbre, con el tiempo pegado al culo (con perdón). Aligeramos el proceso de registro y ubicación y nos fuimos largando para ir al siguiente hito de la aventura.

El yantar
El yantar se realizó en las coordenadas 8°40'45.2"N 3°49'23.5"W, coincidentes esta vez con el Restaurante Villa Isabelica a 6,5km, donde hubo, como se prometió, un menú del día con 4 primeros, 4 segundos a elegir, postre y una bebida.
Gracias a dios que al maese organizador se le ocurrió poner, al estilo del mejor bodorrio, un "papelo" con la distribución de las huestes en las mesas y la selección que previamente hiciéramos de los susodichos platos, cuestión que, también como es uso acostumbrado, habíamos olvidado mayoritariamente.
Abundantes raciones, vive dios, que no sé cómo nos permitieron levantarnos luego de las sillas. Los "trompitos" (garbanzos, para los no versados) hubieran debido producir un propicio ambiente para alguna de las pruebas que, más tarde, habrían de realizarse. Pero eso será cuestión que narraré más adelante.

Visita al Castillo de Calatrava
Como continuación de la carrera ya emprendida, continuamos -con la garbanzada aún de través en el gaznate- camino del Castillo de Calatrava (síiii..., también había coordenadas!) en donde nos aguardaba el guía contratado para la ocasión. Se ve que le hemos cogido gusto a lo de llevar guías ilustrados para saber algo más que lo obvio.
Así, supimos de los miles y miles de sarracenos que nos atacaban desde las tierras del sur, de lo jodido que era ser zurdo en la época, de lo fuertes y brutos que eran los caballeros.
Otra cosa es que, aun dado el crédito que se le otorga a un guía, se me antojaba mucho sarraceno invasor y mucha soldadesca para ir a pedir la mano de ninguna doncella. Que por mucha Isabel de Castilla que fuera, 25.000 fulanos y sus aperos de matar, bichos semovientes y los diversos cachivaches, son mucha impedimenta por más que se quiera deslumbrar a la contraria. Y total para palmarla en el intento, que había mucha canalla asesina por la época.
Manifestaciones de corte feminista hubo, sobre la valoración del hecho de que Isabelita tuviera trece años y el señor, entre otros sitios, de Briones y de Archidona -la del famoso miembro, según Cela-, tuviera cincuenta y dos. Manda... narices con Don Pedro Girón, que todo le rimaba. Pero en fin, quedó zanjado el tema por las prisas de la visita.
El Castillo era hermoso, valor se le supone, porque fuimos a matacaballo y acompañados por los lamentos al respecto del guía por la falta de tiempo para explayarse, pero goza de vistas despejadas y está bien ventilado. Y hay aseos, lo que le vino bien a alguna vegiga hiperactiva.
De su historia, entre otras cosas, nos enteramos de que a la reina de turno hubo de hacérsele una reforma de medio castillo debido a lo mal que lo pasaban los monjes con la vista de una dama. Aunque yo creo que era más por la ausencia de su vista precisamente, y una consecuente buena coyunda, lo que obligaba al prior a una duermevela forzada para la vigilancia de la castidad onanista del convento.
En el castillo, tampoco se iba uno a esperar otra cosa, todo estaba diseñado para cargarse al invasor con la mayor eficacia posible. Así que las escaleras estaban hechas angostas y a derechas para que el defensor, que debía ser diestro por narices (por eso el comentario sobre la dura vida del zurdo en la época), pudiera endilgarle con el hacha, espadón o similar al oponente, dejando su parte derecha libre de paramentos y cualquier entorpecimiento y ofreciéndoselos todos al invasor infame. Ya se va enterando uno de lo que significa ser de derechas de toda la vida.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos con el guía dándonos sus referencias para una posible nueva visita -el marketing es el marketing- y prestos a partir en pos de la próxima actividad, ya de tipo indoor y en la hospedería templaria, que no templada (obsérvese el agudo juego de palabras), y que se relata a continuación.

El escape Salón Templario
Un escape room se supone que se desarrolla en una habitación, digo yo, pero aquí se utilizó buena parte de la hospedería. En especial la sala de armas-comedor-estar y el "aposento de arriba" (tercer piso sin ascensor), al que debian subir los participantes a conocer los enigmas... Pero vayamos por partes. Orden y concierto.
La cosa empezó con la distribución del vestuario y atrezzo a los jugadores (y jugadoras, para ser políticamente correcto). Disfraces de caballeros de la orden de Calatrava, en sus múltiples versiones, y de damas de la época, todas de recatado lucimiento (qué se le va a hacer!). Ciertamente, el aspecto era fabuloso. Los disfraces eran dignos de cualquier superproducción cinematográfica y ellos y ellas los lucían con donosura.
Luego de configurados a la usanza medieval, se eligieron los capitanes de cada grupo de competidores para el juego, se les protegió el cabezo con papel de aluminio para velarles la vista de los posibles vasallos y que hubiera una elección indiscriminada del respectivo vasallaje. Luego de esto, se procedió a la leva de las mesnadas, por un novedoso protocolo de palpación de los candidatos, que no podían manifestarse más que por onomatopeyas de las voces de animales, cosa que se pasaron la mayoría por el forro del sayón. Pero así se conformaron los equipos, con mejor o peor fortuna, y quedaron prestos para la justa del saber.
La gracia de esta liza consistía en resolver puzzles (los rompecabezas de toda la vida), de los que podían obtener pistas impresas jugándose la honra con un caballero-tahur-templario, que hubo de poner a prueba su habilidad con los naipes frente a los jugadores que, aun siendo algunos noveles, aprendían rápidante aquel
"juego vil
que no hay que jugar a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!"

La verdad es que a algunos se les veía la ausencia de malicia en el lance, cosa que no se podía decir del Decano. Decano, soldado y monje, con humo de cien batallas ungido en sus tegumentos, que embolicaba a novicios y sucumbía, a veces, a la astucia del versado contrincante.
También observé a vasallos, y vasallas -no malpiensen-, padecer por no haber hecho ni un mal puzzle en la su vida, entendido, más que nada, por su manejo de piezas y estrategia en el montaje. Válgalos el cielo, que con uno en treinta piezas ya les hubiera valido!
Después vinieron enigmas, críptogramas y acertijos que en concurso, y de a uno por equipo, habían de consultar tras apechugar con la escalera (en criogenia perpetuada) y los ya mencionados tres pisos, en el aposento de arriba, desprovistos de sus móviles y sin arma otra que un bolígrafo -mas sin papel alguno-, para memorizar o garrapatear en sus brazuelos lo entendido, cuales yonkis del cifrado, y bajar a compartir sus hallazgos con los compañeros de partida.
Y así, transcurrió el jueguecillo, entre misterios, ceños, risas y carreras, quedando mermado al fin el ganador de este reto. Una lástima, pardiez!, pues el que terminara puzzles, no acertara los enigmas al completo.

Al paso de la Oca Templaria
El juego de la oca es un juego antiguo, inocente, que suscita de inmediato el "...y tiro porque me toca...". Y no digo lo que me toca... Porque, a veces lo que tocaba era de urgencia hospitalaria. Pero vamos a ello.
Tratábase de un juego al modo del tradicional, pero pintado sobre un mantel de papel, rollo largo pintado a mano (sin mucha gracia, que no había lugar ni tiempo para virguerías con el diseño y, seguramente, tampoco maña. Aunque sí que la hubo, la maña, para la confección de las fichas empleadas en el juego, personalizadas con la fotillo del concursante y su nombre de guerra y todo.
Todo el mundo venía avisado de traer 20 euros de vellón, repartidos en cuatro billetes de cinco machacantes en curso legal, para ajustar el reto en un pot inicial de 5 pavos que iría incrementado con los impuestos de los rehuses por no pasar el calvario que alguna de las pruebas suponía. Pero nadie avisó de traer Almax o similar por lo que se conocerá después.
Y así con un dado tamaño baño -que la vista ya no es lo que era, ya se ve-, saltarín y sandunguero, se fueron conformando el orden y la fortuna. El premio: la mitad de lo incautado en la caja del plenario.
Hubo un rato, largo por cierto, en que las gentes iban y venían por el encasillado sin caer en trampa alguna. Lo típico: para arriba y para abajo, retrocede, otro avanza... Alguna incluso avanzaba a paso seguro de casa en casa, retrocediendo incluso, a veces, para observar con perspectiva o quizá, más bien, para evitar progresar hasta las ominosas casillas. Pero todo llega. Inevitable, cierto, el destino avanza y las casillas de nombres misteriosos, significativos, o no tanto, se acercan al horizonte de los jugadores (y jugadoooooraaaaaaas, vaaaaaleeee...). Y aquí empiezan las angustias y tribulaciones de los contendientes.
Como ya es tradición, era esperado, previsible y casi cierta la intención de puteo -al por menor o al por mayor- del maese pensador del jueguecillo. Pero "hay que jó y apretar el cú" con las ideas del mañoso. La primera: ingerir un ajo, gordo como gato de carnicero, fragante y pellejudo, sin desproveerle siquiera de sus pieles. Y, es curioso, que a algunos, los más, lo que les frenara no era su gusto hiriente, el aroma desmedido... no, eran los pellejillos! Y por temor de que quedaran adheridos al gaznate... Cosas más adhesivas se habrán tragado esas bocas, pero, en fin, cada uno tiene sus cosas. Así que, al fin, los ajos hicieron su estrago... en las bolsas y dineros de las huestes. Se ve que la base imponible que maneja esta grey supera mucho, con creces, el poder de sus dentífricos.
La segunda, en la frente. Embutir la testa en una media o patuquillo de fina trama. Cuanta angustia provocada, señor. Cuanta dificultad! Sin paliar la norma ni por edad ni por estado, allá que iban las ilustres cabezas adentro del calcetín. Y que habrían de llevarlo, so pena de cinco eurazos, hasta que un siguiente pringado, caido en la misma trampa, los liberara de la afrenta, asumiendo ese mismo estado.
La tercera, de nuevo en la panza. Tomarse una cayena, guindilla rabiosa y roja, a pelo, sin agua ni ayuda otra que les alivie la pena. Y mira tú a la valiente, que arrostra el reto y no cede, que denosta al cónyuge impaciente y que se apiola el guindillo como si fuera una chuche. Mueca al rostro con el primer picante, temor de no aguantar el rigor... amago de rehuse y pago. Pero no, taimada y recia, ubica la guindilla en suerte y la traga con denuedo!
Orgullosa y coqueta por la hazaña conseguida, la moza queda advertida para cuidado ulterior. Que aún está el pormenor de saber si este fruto, en su salida, le vuelva a hacer percibir el motivo de su fama merecida.
Continúan las pruebas por la hinchazón de unos globos, negros tal que tizones, luctuosos, que en reto al más rezagado y so pena de permuta en su posición en el juego, han de hinchar, en competencia, y reventar cada uno el suyo. Sin ayuda ni pinchazo, vetado cualquier instrumento. A fuerza de carillos, bofe, y maña al sujetar el emboque, que al tamaño alcanzado de un pellejo henchido, es difícil dominar la eficacia del soplido. La vena se hincha al par que el alma se insufla al globo. La embolia ya presta está. La dama, que se defiende; el mozo ataca... Ni de coña! La cosa que no explota! Varios segundos de angustia, dan por fin en explosión. Gana el mozo. Ya era hora, mocetón, hay que ver qué papelón has jugado en el envite!
Siguen cayendo cual moscas. La siguiente, para darte un torozón: sujetar la caña, a pelo, de un petardo embutido por su extremo y aguantarse la explosión. Y la caña, era esperable, se sortea en tres tamaños: larga, media e insujetable, por lo menguado del largo.
Pero no hay miedo, ni pago, el retado agarra el tubo, la pajilla, con cuidado. Prende la mecha el Topo. Chisporrotea el canuto, llega a extremo, amaga y... nada. No ha explotado el muy puto!
Vuelve la espada a su vaina. Pero no, el Topo insiste, no ha explotado el pepinazo. Se repite pues la prueba y, esta vez, el estruendo conmociona. Hasta el cámara ha temblado cuando el petardo explosiona!
Sin piedad se apalea, en otra prueba, o putada, con canutos de flotar, al pringado o la pringada. Y es peor ser un varón, porque el leñazo más grande se le otorga al caballero. A las damas, aunque hay a quien no, les atizan sin esmero: el afán es postureo y el chuzo no medra en ellas. Pero al mozo, por cuitado, le dan p'al pelo sin cese, y entre el decano y el maese, lo machacan sin cuidado.
Luego, en otra, se tienta al pecador con el fin de mejorar su posición en el juego. Cinco casillas avanzas si es que te tiras un "peo"! Algunos por el rubor, otros porque les falla el gaseo. Los más, pagan, hay que ver, lo que hace el postureo. Algún intento, en fracaso, sigue aumentando el erario. Y es ella, una valiente, la que intenta hacerse el "peo". A punto está de cagarse, por el premio y por los puestos, pero falla, no ha podido; no le ha salido el cuesco.
Al don tancredo se juega, pero, esta vez, sin morlaco. Al paciente menguado, prisionero en una silla, le hacen entre todos muecas, y menos tocarlo -es vedado- todo está permitido. Vencen al fin, sin mutarse, dos damas y un caballero.
Y ya la última y dolosa: disfrazarse en superhombre, o mujer -tal es el caso-, poniendo la braga en contrario de lo que indica un buen uso. Primero el calzón, luego lo dicho, pero no hay valor, ni redaños: dice que no la señora; ella es mujer de otro paño.
Y así concluye la prueba, la ha ganado "La Maganto". Recibe en premio una espada, un escudo y un diploma con su nombre repintado. Y el premio del arancel que todo el mundo ha pagado.

Paso siguiente: A cenar y a dormir... casi
Bueno, la larga tarde de juegos ha abierto el apetito. Así que a devolver los disfraces y, con prisas -como era de esperar-, nos fuimos a cenar a un restaurante. En bufet de pizza, ensalada, croquetas y otras viandas. Curioso sitio para un lugar castellano en el que uno se esperaría una cena medieval, asiendo patas de cordero grasiento y chorreante, mordiendo pechugas -de poooollo- y bebiendo vino en jarros, como se dice de Almagro, y viendo una justa medieval. Pero no. Se ve que lo de la cena en ese plan sale por un ojo y no estamos para dispendios.
Así que cenamos la rica cena "light" que fue abundante y sabrosa, con lo cual la ligereza se fue al traste, y nos retiramos a la hospedería a rematar la jornada mirando a las estrellas.

A la luz de las estrellas
De la mano de nuestro querido astrónomo-astrólogo V.G. (Vincent Galilei, más conocido como "el niño del rayo verde"), nos fuimos para la terraza superior de la hospedería, para contemplar las estrellas y conseguir, del mismo tiro, aclimatarnos a la temperatura interior en los pasillos y que la entrada a la habitaciones, en las que habíamos sido aconsejados para dejar funcionando las calefacciones, nos fuera más placentera.
Convenientemente abrigados y una vez superados los tres pisos, arribamos a la mencionada terraza en donde el panorama estelar, no siendo tampoco como de "Star Trek", era adecuado para la pretendida observación, no obstante de la contaminación lumínica que, aunque escasa, deslucía el brillo de nuestras anheladas estrellas.
Y allá que inicia el guía estelar su narración, ilustrándonos sobre constelaciones, estrellas, planetas, mapas estelares, estrellas polares y navegación. Y tal como suele hacerlo, nos ilustró con sus comentarios astutos sobre los entresijos de la observación del cielo nocturno.
Explicación tras explicación y yo que no veía el famoso rayo verde. "Se lo habrá dejado", me decía yo. Pero no. En un momento determinado con una puesta en escena llena de un dramatismo escalofriante (a lo que ayudaba significativamente el helor nocturno) Tacháaaan! aparece el rayo señalándonos la ubicación del carro. Qué momento. Yo es que sin el momento laser, en el que parece que le va a saltar un ojo a algún alien despistado, no vivo.
Y así, finalizadas las versadas explicaciones, se empezaron a retirar las huestes a sus aposentos.
Pero hete aquí que, de repente, ruidos y gemidos de ánimas templarias recorren los pasillos de la primera planta de la hospedería. Ánimas que retan a continuar de copas a las ya exhaustas mesnadas. A tal congregación acudieron algunas apariciones en pijamas, cachondos o coquetos ellas y en aguerrido chándal y descalzo él. Aunque después, las malhadadas ánimas, después de comprometer a todos para la fiesta, se acochinaron en tablas y se retiraron, so excusa y pretexto de planificar los maitines. Toda una jeta templaria.
Y en esta tesitura, algunos se decidieron al fin por libar unas postreras cervezas antes de conciliar el sueño, ya que estaban despiertos y empijamadas ellas debajo de las vestiduras de salir para afrontar el frío, recalando así en un figón que aun permanecía abierto y que servían cerveza.
El regreso a los aposentos no fue tan cruento como se presumía, merced al artificio de dejar el aparatejo del aire caliente encendido y a buen ritmo.
Y, con eso, nos retiramos al merecido descanso los que aún quedábamos en pie.

Día 2º:De maitines a Daimiel

Los Maitines
El maese Topo había concertado para la mañana del domingo un momento dedicado a la espiritualidad, que sería dirigido por el abate Vicente y con el propósito de fortalecer el espíritu y castigar al cuerpo. Por la noche, se habían distribuido los hábitos y casullas que al día siguiente se emplearían en tal ceremonia. La grey había sido prevenida de que, al alba (a eso de las nueve de la mañana), se oiría sonar una campanilla recorriendo los pasillos y que estuvieran convenientemente habilitados para el matutino rezo, saliendo al oirla tras el prior y hospedero, que los conduciría al lugar de oración.
El día amaneció soleado pero algo ventoso. Y frío. Los grajos posábanse en los balcones... No digo más del fresco que hacía. Por tanto, el tiempo era propicio para las aviesas intenciones del priorato.
Aunque con cierto retraso, los devotos iban subiendo por la larga escalera (los ya mencionados tres pisos sin ascensor) en larga y compungida comitiva, todos correctamente ataviados con los hábitos que les fueran encomendados. Bueno, salvo una hereje que acudió en genuina chilaba mora para el espanto del priorato. Aún así, asumió los votos de la congregación y no hubo mayores percances.
Una vez en la cumbre, lo primero, desentumecer el cuerpo. Había que hacer un mínimo de ejercicios para restablecer el flujo sanguíneo y preparar bien el cuerpo para trabajar el espíritu. Poquito de flexiones, de morritos y orejeras, poquito de retroflexión del pernil... Balanceo anteroposterior de caderas... Aclarar la voz con algunos gargarismos preparatorios... (con regaño incluido del abate por la falta de emoción en el tono) y... todo listo! Cara al sol!
Fueron orientados, pues, cara al sol mañanero (Sin connotación política alguna; solamente era por molestar "con J"). Porque había que ponerse hacia el sol naciente, con lo cual llegué a la conclusión del por qué el súbdito nipón tiene los ojos rasgados. El sol matutino siempre es lindo de observar, pero molesta (de nuevo "con J") lo suyo y no hay más gaitas que humillar y fruncir los ojos hasta que parecezcan dos puñaladas en un tomate.
Bueno. Todo listo. Ya comienza el momento de las preces.
Al son y estilo gregoriano, el abate Vicente empezó a entonar el "Topo nuestro", en alabanza al maese de la congregación, y el "Vicentito de mi vida", en olor del propio abate, para terminar con la salve al Topo, todo un poema de amor a la cúspide del priorato.
Tras esto, se procedió a repartir el frugal desayuno, mezcla infame y fría de zumo, vino, tabasco y dios sabe qué marranadas más, y unos bizcochos rancios y tiesos como la mojama, pero debido a la buena voluntad y el ánimo positivo generado con los rezos hizo que nadie protestara y que todos se lo apiolaran sin rechistar. Lo que es la fe y el amor!
Y así, después de un rato de risas y alborozo, que no hay mejor forma de empezar un día, nos bajamos a desayunar, esta vez de verdad, al salón-comedor-templario. Y allí dimos cuenta de tortas, madalenas y dulces propios de la región. Como dios manda.

El Palacio de Clavería
Después de rezos y desayunos organizamos la partida. Raudos, como siempre, porque el programa matutino apremia, salimos camino de Aldea del Rey a visitar el Palacio de Clavería.
Allí nos reencontramos con nuestro apreciado guía del día anterior, que nos repasara las bondades históricas del castillo, y empezamos a conocer el palacio en cuestión.
Supimos que estaba destinado para albergar al Clavero, el amo de las llaves, de la Orden de Calatrava, custodios del castillo y convento y que fue pasando de mano en mano, que ya por entonces se ve que se estilaba la división horizontal de la propiedad, pues lo repartieron por mitades, puerta y balcón incluidos. La necesidad y la crisis no es cosa de ahora y los hidalgos también menguan.
Su última utilidad práctica fue la de servir de casa-cuartel de la Guardia Civil y ahora está en proyecto de rehabilitación para hacer una hospedería-centro de convenciones.
Allí vimos algunas armas y avíos templarios y... poco más. Porque al guía le habían hecho la faena de cerrarle el interior del palacio, que estaba en obras, y alguien se lo dejó todo clausurado.
Los elementos expuestos estaban cedidos por una asociación templaria que se los prestaba hasta que les fueran necesarios. Teniendo en cuenta que la mayor parte eran avíos de matar, hubo de explicar que el requirimiento de uso era para fines expositores y solidarios, que no de machacar al sarraceno otra vez.
Pudimos ver una pequeña exposición de pintura rápida que estaba alojada en lo accesible del palacio y alguna obra merecía la pena, sí señor.
Así que, mira tú por dónde y mal por bien, que recuperamos algo de tiempo en nuestra apretada agenda y salimos escopetados camino al volcán de Cerro Gordo.

Cerro Gordo. La cara fría de un volcán
El camino al volcán me hizo recordar tiempos pasados allá por el verano del año anterior cuando íbamos camino del alto Tajo... Bueno, un pequeño desvío con retorno, en este caso, poca cosa.
Al fin llegamos al volcán en cuestión. Que si no te lo dicen tampoco te enteras, porque ya tiene su tiempo y está domesticado.
Un volcán es, por definición un sitio calentito, muy calentito... Y, señor, que aire frío y canalla pasamos! A pesar del sol, aguantamos a pie firme las explicaciones del guía, más explicador que guía, porque hay que ver el jugo que se le puede sacar a una piedra... O a varias. Porque parece mentira la cantidad de piedras distintas que hay y las que puede albergar la caseta de este hombre! Si alguien te dice que no se puede extraer jugo a una piedra, dile que miente.
Eso sí, nos contó de un valiosísimo meño de 35 Kg que tenía en el interior de la caseta, que alguien (creo que eran rusos) le había pretendido comprar por 50.000€ o así, debido a su valor geológico. Mala cosa dijo, teniendo en cuenta lo tiesos que andamos algunos, que nos vimos tentados de arramblar con el pedrusco en busca de semejante postor. Que en Ebay se le sacan unos euros seguro.
La cuestión es que estuvimos allí mas de lo preciso, aguantando el frío viento y la cháchara del muchacho, crecido ante nuestro silencio. Y encima se nos ocurrió preguntarle a algunos. Menos mal que las miradas no matan, porque, si no, las del Topo nos hubieran fulminado.
Así que, al final, hubimos de realizar la visita por nuestra cuenta y a la carrera, parte por la prisa y parte por el aire helado que corría por allí. Total, arenas renegridas y un montón más de piedros del mismo tipo que nos había estado enseñando el bueno del guía.
Poco misterio al final para tanta explicación geológica previa, pero, mira por donde, sí que conocimos de la situación volcánica de la zona. Y también de lo chungo que es el Karma, en la anécdota del agricultor que, en la búsqueda ilegal de agua para su riego, atinó con una bolsa termal que produjo un géiser de varias decenas de metros y le propició una multa acorde con lo calado. Ah! Y que, en esos casos, no se puede poner la mano en el chorro, porque no vuelves a verla.

De paseo por Almagro
"Berenjenas de Almagro y vino del jarro", dice un dicho popular... Y allí que fuimos.
Ya de camino de vuelta, teníamos concertado el yantar del mediodía dominical en la ciudad de Almagro, famosa por su plaza, su azafrán y su corral de comedias. Preciosa plaza y muchas casas bien conservadas, como debe ser. Que hasta la piscina municipal está en una casa-cortijo castellana, con sus puertas antiguas y todo. Vaya, que porque lo ponía bien claro, que, si no, ni cuenta.
Paseo hasta la plaza en donde disfrutamos de un breve aperitivo antes de ir a comer. Algunos se despidieron ya entonces, el sector granadino básicamente, para ganarle tiempo al regreso.
Después, comer. Que ya el desayuno iba quedando en los pies y se hacía preciso reponer lo gastado. Buena comida y charla que, en lo personal, me dieron la oportunidad de conocer los entresijos de las obras que se ralizan en los edificios de la Puerta del Sol.
Y así, sin mucha sobremesa, salimos camino del último hito de la jornada.

Fin de fiesta en las Tablas de Daimiel
El atardecer de las tablas, con los patos, las garzas, gaviotas y otros bichos emplumados, es digno de ver en estas fechas y a estas horas. La pena: no tener mucho tiempo para recomponerse el alma con esta luz poniente, el agua en calma y el silencio.
Poco más que un seguir el itinerario, absorbiendo a toda prisa el paisaje, los cañizos, las charcas quietas, y mirando a lo lejos las grullas, patos y otros bichos en calma.
Luego, al resguardo de una caseta observatorio, contrastar las discrepancias o dudas sobre si tal o cual bicho era espátula, grulla, garza o cigüeña. Todos teníamos prismáticos en casa, pero a ninguno se nos ocurrió traerlos, toda una previsión. Y yo, que cada vez veo menos, no era capaz de percibir una bandada de gansos posada en la linde del paisaje... Una pena.
Y al fin, con el ocaso, de vuelta a casa. Cada uno a lo suyo, que todavía quedaban unas cuantas leguas hasta llegar a Madrid.
Buen viaje y bien viajado! Y un agradable compartir con ustedes de juegos, pitanza y paseos.

Hasta una próxima!