AZORES, LA CONEXIÓN PERDIDA (Por
Barran)
El 1 de abril comenzó nuestra aventura rumbo a
las islas Azores. Era el primero de los días de
abril y era muy temprano, sin embargo, el aeropuerto de
Barajas nunca duerme y bullía de actividad.
Llegó la hora de facturar los equipajes y comenzaron
las dificultades: la pareja de Viznar no tiene billetes,
falta por realizar un trámite para que el benjamín
del grupo pueda embarcar y la pequeña Leyva se
nos dormía por los rincones.
- “No se preocupen vayan directamente al mostrador de
embarque y allí les expenderán sus billetes.”
- “¿Y no pueden expedirlos aquí como a todos
los demás?”
- “En lo referente al chavalín pueden realizar
el trámite en el mostrador de ahí enfrente
en cuanto suban la persiana. Están a punto de abrir.”
Y sin más complicaciones embarcamos y despegamos
rumbo a Lisboa con 30 minutos de retraso.
Después de un vuelo tranquilo y sobrevolando ya
cielo lisboeta recibimos por megafonía el siguiente
mensaje:
- “Señores pasajeros nos encontramos a la espera
de que nos den pista para tomar tierra, mientras tanto
permaneceremos sobrevolando Lisboa”.
Después de pegarnos un par de vueltas sobre la
capital lusa, nuevamente la megafonía nos dejó
atónitos con un nuevo mensaje:
- “Señores pasajeros debido al intenso tráfico
aéreo existente en estos momentos sobre Lisboa
y a la falta de combustible, nos vemos en la obligación
de volar hasta el aeropuerto de Faro donde podremos repostar,
disculpen las molestias.”
¡Casi ná! Hasta Faro que nos arreamos. Casi
media hora de viaje hasta Faro, otra media hora larga
hasta que repostamos y otra casi media hora de vuelo de
vuelta a Lisboa. Ahora si, por fin aterrizamos en suelo
lisboeta, pero el retraso acumulado nos hizo perder la
conexión con el vuelo a las Azores que irremisiblemente
partió sin nosotros.
Pues nada, con caras de portero goleao nos dispusimos
a buscar el mostrador de reclamaciones. ¡Hala, a
buscarse la vida! La cola del mostrador de reclamaciones
era larga y la media de atención por reclamación
venía a ser de unos 20 minutos ¡Casi ná!
Aparece tras el mostrador una nueva señorita. Bien,
parece que han pedido refuerzos. ¡Que te lo crees
tú! La nueva señorita sólo atiende
asuntos referentes a equipajes pesados. Como lo oyen (o
mejor como lo leen), sólo equipajes pesados aunque
la cola de reclamaciones llegue ya hasta Cascais y no
haya nadie demandando trámites de equipajes pesados;
eso es “espíritu colaborador y trabajo en equipo”.
Llega nuestro turno, una señora que nos precedía
en la cola monta en cólera:
- “Pero bueno, ¿Cuántos son ustedes? Si
en la cola no eran tantos.”
- “Señora, somos 20. Viajamos en grupo y nos turnamos
en la cola. Si nos ponemos todos la cola llegaría
hasta Oporto y además sería un trabajo inútil.”
Parece que por aquí la colaboración y el
trabajo en equipo son conceptos poco entendidos. Después
de estos avatares hemos conseguido billetes para el vuelo
de mañana y un hotel para pasar la noche donde
nos darán de comer, cenar y desayunar. Pero… ¿Y
nuestros equipajes? Eso es otro cantar.
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EL
CEMENTERIO DE MALETAS
Llegó la hora de preguntar por nuestros equipajes.
Como es lógico, cualquier grupo que posea
afán colaborativo y espíritu de trabajo
en equipo estará bien organizado y bien coordinado.
Conclusión: N. P. I. de donde narices pudieran
estar nuestros equipajes.
- “Señores, tienen que ir a la ventanilla
de Irregularidades con el Equipaje”.
¡Qué curiosa esta ventanilla! Cristal
blindado y te hablan a través de un intercomunicador.
- “Será porque las señoritas que atienden
están muy buenas y los tíos se abalanzaban
sobre ellas”.
- “Pues yo creo que es para aplacar la ira de los
sufridos viajeros que presa de la desesperación
se abalanzaban sobre ellas y les tiraban del bigote”.
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De
nuevo nos vemos esperando colas. Para mantener la
media, el tiempo de atención en esta ventanilla
venía a ser similar al del mostrador de reclamaciones.
El hambre empezaba a hacerse notar en nuestras filas,
Almu compró una gran bolsa de conditos a
granel para intentar aplacarla:
- “¿Quieres?”
- “¿Qué son?”
- “Conguitos”.
- “Pues parecen cagaditas de conejo”.
- “Pruébalos, están muy buenos”.
- “¡Ey! Que ya nos toca.
- “Bien señores, ahora van a pasar a una
sala donde podrán recuperar sus equipajes.
En el caso de que no se encuentren en esta sala
no se preocupen por que saldrán por la cinta
8 dentro de 15 minutos”.
Y así es como llegamos al cementerio de maletas.
Eso si, de 5 en 5. Maletas y más maletas
descansaban de pie, alineadas cual lápidas
en un campo santo. La gente caminaba pausadamente
entre ellas y de vez en cuando se inclinaban ante
alguna intentando leer su etiqueta. Pero nada, ninguna
de nuestras maletas se encontraba en aquel sombrío
y lúgubre lugar. De repente la cinta número
8 se puso en marcha y esperanzados nos dirigimos
hacia ella con el anhelo de reconocer nuestros equipajes
entre el río de maletas que la cinta comenzó
a escupir. Una vez más no tuvimos suerte,
perdimos la noción del tiempo pero creo que
permanecimos más de hora y media contemplando
aquel carrusel, ¡Por si acaso! Hipnotizados
veíamos pasar las mismas maletas una y otra
vez. Algunas, en su triste vagar acompasado del
traqueteo y los chirridos de la cinta parecía
que con tono lastimero te suplicaban:
- “Por favor, llévame contigo”.
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Nuestra
desesperación comienza a ser notable, menos
mal que Iván ha comido (un ¡Hurra!
por los padres previsores).
-
“¡Mira! Una de las señoritas de la
ventanilla, a por ella”.
- “No se preocupen, en 20 minutos tienen ustedes
aquí sus equipajes”.
- “¡Mira! Un operario de equipajes, a por
él”.
- “No se preocupen, en 20 minutos tienen ustedes
aquí sus equipajes”.
- “¡Joder con los 20 minutos! Llevamos así
5 horas”.
- “Aquí lo que hay que hacer para que nos
hagan caso es montar un buen frango”.
- “¿Un qué?”
- “Un buen frango. Un buen pollo pero en portugués”.
- “¡Ahhh!”
- “¡Mira! Otra oficina de reclamaciones de
equipajes”.
Nadie sabrá nunca lo que verdaderamente ocurrió
aquel día en aquel aeropuerto, pero las colas
en los mostradores de reclamaciones eran inmensas.
Procesiones de gente en busca de sus maletas entonaban
quejosas saetas mientras vagaban ignorantes de la
suerte que corrieron sus enseres y equipajes.
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LAS
ISLAS DEL ANTICICLÓN
Amanece en Lisboa y todos despertamos con el convencimiento
de que hoy es el día siguiente al día
de ayer. No, no es narcosis (Todavía no puede
ser), es que después de un día como
el de ayer uno llega a dudar hasta de su propia
sombra. Los equipajes al final aparecieron, todos
menos los de la pareja de Viznar. Pero no acabó
ahí el día de ayer, todavía
tuvimos tiempo para que los despojados de equipaje
hicieran unas compras de emergencia para dotarse
de enseres de primera necesidad y de pelearnos con
los taxistas que ponían muchas pegas sobre
nuestros equipajes. Era como si nos los hubieran
devuelto malditos.
Sin apenas darnos cuenta nos encontrábamos
volando rumbo a las Azores (Bendito puñado
de tierra en mitad del Atlántico).
Tomamos tierra en el aeropuerto de Faial y hechos
un manojo de nervios nos enfrentamos a la fría
y vacía cinta de recogida de equipajes una
vez más. Un leve rugido, un pequeño
retemblor y la cinta se pone en marcha … Y ¡Sorpresa!
La primera maleta que aparece es una de las maletas
perdidas de Viznar.
- “¡Vamos venga ya! Mira, menos bromitas con
la maletita que estoy muy sensible con este tema.
- “¡Cagontó, pero si es mi maleta!
Mírala que linda con su banda color butano”.
- “Ves como era verdad, yo con estas cosas no bromeo”.
Y una a una fue apareciendo el resto, todas menos
una. Después de la recogida de equipajes,
traslado en taxis al puerto de Horta y de allí
en barco hasta el puerto de Madalena en la isla
de Pico, nuestro destino final. Allí nos
esperaba el personal de la empresa de actividades,
nuestros nuevos compañeros de aventuras.
Para no hacerles publicidad en esta nuestra modesta
crónica, a partir de ahora vamos a referirnos
a ellos como los Picospardos.
Nada más llegar reunión con el jefe
Picopardo y nuevas sorpresitas. Las cabañas
que habíamos contratado habían sufrido
una avería causada por una escavadora de
obras públicas que se había llevado
por delante las tuberías de abastecimiento
y no sólo las de las cabañas sino
también las de su propia casa (versión
de los hechos ofrecida por el jefe Picopardo).
- “Pero no preocuparse, porque les ubicaremos en
casas particulares alquiladas al efecto. Eso si,
unos allí, otros más pallá,
otros cuantos a tomar por saco por esta otra carretera”.
- “No, no, no puede ser. Que yo voté por
estar todos juntos y ganamos por mayoría”.
- “Pues creo que no va a colar”.
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En
estas discusiones estábamos cuando los Picospardos
nos colaron otro gol por la escuadra, esta vez con
el asunto de los coches. Los mentados automóviles
también eran de particulares, es decir, que
no eran coches de rent a car. ¡Menudas tartanas!
- “Vamos chicos que comienza la carrera de los Autos
Locos”.
- “Oye, si pareces Penélope Glamourt.
Hubo que realizar ajustes con el tema de las casas
y devolver alguna de ellas, menos mal que había
habitaciones libres en el hotel. Los coches también
fueron devueltos y alquilamos una mini flota en
el rent a car de la esquina. ¡Menuda diferencia!
No se me despisten, por que comienza la aventura.
Chalecos salvavidas, capitas de agua y a los barcos
que nos vamos a avistar cetáceos, que nos
ha dicho el jefe Picopardo que hoy hay unos cachalotes
como él de grandes. Pero después de
tres horas de sube y baja, de múltiples mareos,
de “oye no te parece que estamos ya muy lejos”,
sólo logramos avistar a unos cuantos delfines
y otros cuantos calderones. Durante el viaje de
vuelta uno de los barcos sufrió una avería
y casi tenemos que volver remando pero Topodiving
se crece ante las adversidades.
- “Joder, ya sólo falta que nos caguen las
gaviotas”.
- “Y para qué te crees que son las capas
de agua”.
Después de instalarnos en nuestros aposentos
y de reconocer nuestro nuevo entorno, cada mochuelo
a su olivo. Hay que estar a las 21:30 en el Ancoradouro
para cenar. Los buceadores a las 20:45 reunión
con el jefe Picopardo que nos informará de
todos los aspectos relativos al mergulho y resolverá
nuestras dudas. A las 20:45 la plana buceadora de
Topodiving acudió a la cita, a las 21:00
seguíamos esperando. El jefe Picopardo no
aparece, se le llama por teléfono pero no
contesta, se le espera 5 minutos más y si
no viene que le den. Pues como ustedes ya se imaginan,
el jefe Picopardo no apareció ni respondió
a nuestras llamadas, seguramente que estaría
muy ocupado ya que éramos los únicos
clientes de Picospardos durante la Semana Santa.
Pasemos ahora a hablar del buceo. Las condiciones
para el buceo no eran las más idóneas:
aguas frías, mar muy movido tirando a movidísimo,
corriente, poca visibilidad y no vamos a disponer
de guía. El centro de buceo resultó
ser un almacén de trastos donde entre múltiples
y dispares cosas había un compresor y una
pileta para endulzar, eso es todo. No es de extrañar
que la motivación de la plana buceadora se
viera mermada ante las condiciones que presentaba
el mar y la espectacular infraestructura del centro
de buceo. Hubo quien no remojó el equipo
ni una sola vez, hubo quien lo remojó poco
y hubo quien lo remojó un poco más,
pero vamos, que nadie se pegó una pechá
a bucear. Los fondos marinos resultaron ser muy
bonitos, fondos volcánicos con grandes formaciones
rocosas con muchos huecos, agujeros, cuevitas y
desfiladeros. Respecto a la fauna y flora marinas
poco vimos, menos de lo que esperábamos,
y sobre esto nos comentaron que no era la época
más idónea del año. |
Para ubicarnos en el tiempo, comentaros que estamos
a martes, es el primer día de buceo y que
la maleta perdida de Viznar todavía no ha
aparecido aunque tenemos pistas sobre ella, nos
han prometido que mañana en el primer barco
de la mañana nos la traerán hasta
Pico. Antes de continuar creo que es de justicia
hacer mención de dos personas que se ganaron
nuestro cariño por el empeño que pusieron
en intentar desfacer el entuerto que Picospardos
nos había causado. Sin más dilación
les presento a Eduardo, viejo lobo de mar allá
donde los haya, y Michael que con su amabilidad
y ayuda el buceo fue todo lo bueno que estuvo en
su mano que pudiera ser (Uff, esta frase me ha quedado
un poco enrevesada).
Miércoles, segundo día de buceo y
en el primer barco de la mañana no ha venido
la maleta prometida. Tanto ayer como hoy dedicamos
la mañana al buceo y la tarde a recorrer
la isla de Pico. Hoy hemos estibado el barco bajo
un intenso aguacero y esto nos ha obligado a enfundarnos
en el neopreno en el mismo muelle de embarque, pero
¿Le vamos a poner pegas a la lluvia cuando
estamos a punto de introducirnos en las entrañas
del Atlántico?
Por la tarde cogimos la carretera que recorre la
isla por la costa y a ver pueblines. En Lajes do
Pico visitamos el Museu dos Baleeiros, en él
pudimos contemplar una muestra de las artes y costumbres
de un pueblo históricamente ballenero.
La lava deja patente la orogenia de las islas y
la exuberante vegetación las adorna con un
manto verde salpicado de coloridas flores. Todo
ello hace de estas islas un bello y tranquilo rincón
el mundo.
Y en eso estábamos aquella tarde cuando recibimos
una nueva sorpresa en forma de llamada telefónica:
¡La maleta perdida de Viznar ha aparecido!
Había llegado a Pico en el barco de la tarde.
Que los de Viznar nunca lloran es algo conocido
en el mundo entero, pero hay que confesar que al
dueño de la maleta le costó Dios y
ayuda contener las lágrimas en esta ocasión.
Y así, entre aguacero y aguacero llegamos
al jueves. Hoy los buceadores sólo han tenido
cuerpo para una única inmersión y
el resto del día lo empleamos en recorrer
otro sector de la isla. Visitamos San Roque do Pico,
otro hermoso pueblo donde comimos la mar de bien
(Restaurante O Rochedo), paseamos junto al mar,
nos columpiamos, echamos la caña un rato,
tomamos prestadas unas brazadas de leña y
pinchamos una rueda de uno de los coches. Pues manos
a la obra, mientras uno trabajaba en la sustitución
de la rueda, los demás dábamos ordenes
y lecciones gratuitas de cómo se cambia una
rueda (Al más puro estilo de jubileta español),
hasta que se hizo el silencio al ver el estado en
que se encontraba la rueda de repuesto. Decidimos
no circular con la rueda de repuesto ya que se encontraba
prácticamente lisa y llena de bocados, así
que había que reparar la rueda pinchada.
Aquí entra en escena el señor del
restaurante O Rochedo, sacó su Renault Express
cogió la rueda siniestrada, a su amiguete
de Sepúlveda y se marcharon hacia la gasolinera.
Al rato volvieron con la rueda reparada, no sabemos
como se llama nuestro benefactor pero desde aquí
le damos las gracias. Después visitamos la
zona de viñedos declarada Patrimonio de la
Humanidad, se trata de una manera de cultivar la
vid al estilo de La Geria Lanzaroteña, también
pudimos pasear sobre grandes coladas de lava mientras
contemplábamos un gran arcoiris que surgía
desde tierra hacia el mar en el canal que forman
la isla de Pico y la de San Jorge. Y por la noche
fiesta en casa de los Palominos a base de pizzas,
cervezas y colacolas. El
viernes bien tempranito embarcamos en el “Cruzeiro
das Ilhas” y pusimos proa hacia la vecina isla de
Faial. Realizamos la travesía sin ningún
contratiempo a excepción de algún
que otro mareillo. Al
llegar al puerto de Horta nos dió la bienvenida
una gran nube que decidió descargar un intenso
aguacero en el momento en que nos encontrábamos
firmando
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los contratos de los coches alquilados y hubo que
improvisar una oficina en el interior de una furgoneta.
Una vez que ya estuvieron los coches en nuestro
poder nos separamos en dos grupos. Un grupo se iba
a quedar por la zona de Horta y alrededores y el
otro iba a intentar dar la vuelta completa a la
isla. Ambos grupos intentaron el ascenso a La Caldeira
por separado pero una intensa niebla primero y algo
parecido al Diluvio Universal después nos
impidió disfrutar plenamente de este famoso
enclave de Faial, a cambio pudimos sentir en nuestras
propias carnes la fuerza de los elementos.
Faial
resultó ser otra hermosura de isla, más
baja y más redonda que Pico, pero igualmente
bella. El
que aquí suscribe se alistó en las
filas del grupo que circunvaló la isla y
sobre la misma destacaría La Caldeira (que
debe ser preciosa según nos han contado),
el Volcán dos Capelinos, el Monte da Guía
y el puerto y ciudad de Horta. En Horta visitamos
el famoso Café Sport donde esperábamos
encontrar a curtidos marineros de barba blanca fumando
en pipa, contando sus batallas ganadas y perdidas
al mar mientras tomaban ron y ginebra, pero no divisamos
a ningún viejo lobo de mar. A las 17:30 embarcamos
de nuevo en el “Cruzeiro das Ilhas” de vuelta a
Pico y otra gran nube nos acompañó
todo el camino poniendo a caldo a los intrépidos
que se quedaron en la cubierta exterior del barco.
Una vez en Pico nos dispusimos a recoger nuestros
pertrechos de buceo y a preparar los equipajes para
el viaje de regreso. Terminamos el día con
una cena de despedida en el Ancoradouro y a dormir
que mañana nos espera el viaje de regreso
a casa.
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Antes
de relatar el viaje de vuelta debo hacer mención
de nuestro amigo Rui, el mandamás de El Plátano,
que fue el restaurante donde comimos la mayoría
de los días que estuvimos en Pico y que nos
preparó los megapicnics que degustamos en Faial.
También quiero hacer mención de la bruxiña
del Ancoradouro que fue el restaurante habitual de
las cenas, espero que sepa perdonarme porque no recuerdo
su nombre. A los dos gracias por los servicios prestados.
Y bien, a la mañana siguiente entregamos los
coches y embarcamos de nuevo en el “Cruzeiro das Ilhas”
rumbo a Faial donde cogimos el avión que nos
llevó hasta Lisboa. En este viejo conocido
aeropuerto debíamos coger otro vuelo que nos
llevaría hasta Madrid. Mientras tanto unos
comieron, otros compraron regalitos, otros se dieron
un masaje, en fin que cada uno mató el tiempo
como más le apeteció hasta la hora de
embarcar para volar rumbo al aeropuerto de Barajas.
Tras casi una hora de vuelo aterrizamos en Madrid
y recuperamos todos nuestros equipajes, esta vez sin
ningún contratiempo. Y aquí acaba este
relato en el que seguro me dejo muchas cosas en el
tintero, pero que creo que sirve de resumen de otro
magnífico y entretenido viaje.
Un abrazo a todos los componentes de la expedición,
han sido magníficos los días que hemos
pasado juntos y un abrazo más fuerte a todos
los que no habéis podido acompañarnos
en esta ocasión pero que os habéis tomado
la molestia de leer estas líneas y que seguro
os habréis puesto morados a torrijas ¡mamones!
Que nosotros ni las hemos catado. |
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