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Triscando como cabras por la sierra norte
El puente Taboada
Llegada a plazos y con despistes
El fino gourmet
Ya estamos todos
La Cascada de San Mamés
La persecución
El perro chorizo
El queeseeerooooo!!!
La Cascada de los Litueros
Y vuelta a triscar
Teresa "La arrojada"
Otro perro chorizo
Y vuelta a triscar 2
De paseo por Buitrago
Momento relax
El caminito de los tres minutos
El botellón de los carcas
Vuelta a casa
Triscando como cabras por la sierra norte
El puente Taboada
Llegada a plazos y con despistes
Inicio el día con un madrugón de alivio (tenía que recorrer los 90 kilómetros hasta el citado puente) para salir con tiempo de no pifiarla y llevarme el consuetudinario chorreo por retrasarme. Así que con el sol dándome en los morros la mitad del camino y tras subir y bajar varios puertos de montaña, llego al punto de destino.
Iba pendiente de las instrucciones recibidas de cruzar el puente bajo la vía, así que llegado al vano puente, que aparece un poco de repente, lo cruzo y veo que soy el primero en llegar allí! Genial! Un punto a mi favor. Al momento de apagar el coche me encuentro con que alguien me golpea llamando por mi ventanilla y me encuentro al mismísimo Topo en actitud "guardiacivilera", diciéndome que si no los había visto, que me estaban haciendo señas desde el otro lado de la carretera y que no los había visto... Vamos que podía haberles pasado por encima sin verlos. Lo cierto es que cuando voy conduciendo, voy a lo mío y ni cuenta. Una vez (también era de noche y llovía en aquella ocasión, valga en mi descargo) me pasó lo mismo con mi hijo al ir a recogerlo, no estaba donde habíamos quedado y se me subió casi en el coche haciéndome señas y ni por esas. Pero aquí era de día y con buen sol... no hay escusa. El choteo es contenido (caridad con los mayores) y allí me encuentro ya a los Topos, Mery y a mis hermanas en lo Oceánico. Gusto de ver que no espero solo, pero chasco por no haber conseguido el hito de llegar el primero. Qué se le va a hacer!
Pero los hay con menos precisión (y más morro) que van llamando al líder para anunciarle su retraso. Algunos con morro en fase creciente, pues viviendo cuasi-al-lado no tenían excusa. Otros porque los 50 minutos del retraso anunciado, parecía como de haber salido "pelín" tarde.´
Así que los que ya habíamos ido llegando nos vamos encaramando al terraplén de la vía abandonada para llegar hasta el puente, visita que nos sirve de entretenimiento hasta que va llegando el resto de la canalla tardona.
El fino gourmet
Como la cosa aparenta que muchos han salido sin desayunar, a alguno le empieza a rugir la andorga y, sin más trámites ni corte alguno, saca un chorizo, la chaira y una "tabla de cortar" de buena madera... Alucino por el nivel de sibaritismo del gourmet. (Aunque no vi copas de cristal ni manteles finos, eso sí).
Lo cierto es que, dadivoso, comparte pan y chorizo (esmeradamente cortado, claro está) que los demás agradecemos, pues en eso de comer y rascar... ya se sabe.
Ya estamos todos
Y en esta feliz y alimentada espera, disfrutando del panorama desde el viaducto, van llegando a plazos, familia tras familia.
Es curioso que, con esto de las pandemias y el poco coincidir, me reencuentro con Tere y una sorpresa: dejé una y vuelven tres. Con su cachorrito en brazos (que ya apuntaba embarazo en la última ocasión que coincidimos) y uno de repuesto que vuelve a llevar "indoor". Dice que es que cuando va a ir a bucear "se los encuentra" (los embarazos) y que por eso no bucea desde no se sabe cuando... Curioso efecto secundario del buceo.
Compartiendo el puente con nuestra inmensa tropa, hay un muchacho con su dron que pensaba que iba a hacer la peli del siglo en el puente vacío... me troncho. Pero me troncho más cuando la perra de Javier y Sole se cree que está en medio de "El ataque de los drones" y, asustada la pobre, se intenta lanzar a por el dron cada vez que el muchacho (que también se lleva su particular susto) intenta recogerlo. Al final lo recoge en mano (se le ve avezado en esto del pilotaje) y lo libra de una dentellada de la perra y, a esta, de un corte en el hocico.
Y ya reunidos todos, nos replegamos a los coches para iniciar el camino del martirio (algo exagerado esto del martirio quizá, pero pareciera que se me querían quitar de en medio al menos) hacia la primera de las cascadas a visitar.
La Cascada de San Mamés
La persecución
Llegados a Navarredonda, punto de partida de la marcha a realizar, todo el mundo va buscando donde dejar "el carro", pues somos nueve coches de comitiva (pareciera ministerial, pero no) y hay que ir buscando un hueco para descargar tropa y bultos.
Cómo no, me lío con las instrucciones leídas, pues juraría haber leído bien, pero entendí mal y al final me iba camino arriba sin llevar mi coche junto con el resto de conductores a San Mamés, requisito previamente concertado al releer el Topo-plan.
De vuelta los conductores, empezamos la subida. Y resulta que querían alcanzar presto al mujerío, que se había adelantado con los críos y perros (se incorporó una segunda unidad de perro (casi media por el tamaño) merced a los Flores, adquirida (al parecer) durante los duros días de pandemia en que no podía salir uno a la calle si no era con perro). Bueno, y alguna consorte y “aguantante” que cargó ella sola con las viandas a cuestas mientras el maromo conductor subía mano en bolsillo y fresco como una rosa.
Pero, ciertamente, íbamos un poco como si nos persiguiera el diablo y, encima, Juanra dándome palique en su apreciado interés por saber de mi hijo, con absoluta inconsciencia de que yo ya eso de subir monte, hablar y respirar lo compagino mal.
Pero al fin se percata y me puedo dedicar en exclusiva a echar el bofe mientras intento mantener el ritmo ajeno. Y lo consigo... un breve rato que, al final, hace que me vaya retrasando hasta la cola de la comitiva. "Los diez del asalto", nos podrían llamar.
Al fin, para mi (inicial) tranquilidad alcanzamos al grupo adelantado, pero los canallas no se paran y seguimos monte arriba hasta llegar a la cascadita en cuestión. En fin, uno es sufridor y, a trancas y barrancas (con descansillos adecuados a evitar echar el corazón por la boca), consigo no perder mucho el tren y llegar al pie de la cascada. Cascada que parecía por su tamaño y corriente, más meadilla de doncel que torrente despeñado. Pero es lo que hay y había que verlo. Y no sólo desde abajo, que es desde donde lucen más las vistas de una cascada, digo yo, sino desde arriba, pues la plataforma donde íbamos a hacer el "picnic", estaba -curiosamente- en la parte alta del chorro.
No lloré porque no quería dar tan lastimoso ejemplo a los menores ni tan bochornoso espectáculo a los mayores. Si Elena había podido subir, no había más que componer la figura y "p'arriba!".
El perro chorizo
Aposentado al fin sobre una piedra, en compañía de Mery y con el resto del personal desplegado a mis pies (mi piedra estaba más arriba porque la primera fila del mirador ya estaba ocupada por los más resistentes) doy cuenta de bocata y birra que me saben a gloria. Los demás, "el señor del club del gourmet" incluido, sacan tarteras (y de nuevo la tabla de cortar) con filetes empanados, croquetas y demás vituallas que las (supongo "las") más habilidosas han elaborado. Pero un bocata es un bocata y se disfruta igual lo suyo.
Pero hete aquí que un perro infiltrado, de asombroso parecido al de nuestro grupo, se hace con el contenido de una tartera con absoluto aprecio por lo ajeno y desprecio del mismo de sus dueños. Que ni una disculpa oí, vaya. Así que se echa al perro sin mucho miramiento (pero sin ponerle la mano encima eso sí) y terminamos el yantar.
A todo esto, para mi mayor humillación, Joselito "El Maganto" se saca de la mochila un bidón de cinco litros de genuina agua de Bezoya! Debe ser que con eso de la amenaza del Topo de que no había agua, se ha pertrechado para no padecer sequía. Y yo que lo veía subir monte arriba con soltura y lozanía! Y, encima se me ofrecía a llevarme el equipo de foto para ayudarme a no cascar en la subida... (no sé si, en mi ignorancia, lo hubiera hecho polvo si accedo a su cortesía.
Luego, momento foto corporativa para ilustrar el momento y para abajo (qué bien!).
El queeseeerooooo!!!
Llegados de nuevo a San Mamés hacemos feliz al un quesero, productor de quesos aunque sospechosamente embozado tras una mascarilla de la guardia civil y en cuyo recinto había un pedazo de mástil con bandera de España ondeante, que no sabía yo si entrábamos más en el cuartelillo que en la quesería. Pero quesos, había. Luego me entero de que es un caballero legionario retirado, con lo que entiendo entonces la profusión de símbolos.
Así, atendidos por ventanilla única (cosas del COVID, ya se sabe), despachó uno a uno a los interesados en quesos de cabra y oveja, enteros y por piezas, que había para todos los gustos y volúmenes familiares.
De allí, tras un oportuno descanso, vuelta a la comodidad del coche y... a cascarla (a la siguiente cascada, vaya).
La Cascada de los Litueros
Y vuelta a triscar
Pues nada. Llegamos a una carretera cortada casi en pleno puerto de Somosierra y al pie de la Peña Cebollera, lugar del nacimiento del Duratón y paraje donde luce la cascadita en dos tramos que hemos de visitar. Aparcamos en plan comitiva fúnebre en el arcén de la carretera, afortunadamente cortada, salvo para acceso a las fincas del lugar. Y digo afortunadamente porque, de otro modo, hubiéramos corrido el riesgo de que la G.C. se hubiera cebado en nuestros vehículos.
Y vamos "p'arriba" otra vez. El camino amaga suave, pero hay que subir primero hasta la base de la cascada (es inútil que repita lo de que las cascadas se ven mejor desde abajo porque hay otro salto más arriba), que se hace llevadero, y luego desandar (que ya se hace mosqueante) y volver a subir por terreno más escarpado.
Pero, menos mal, al menos el vadeo del río (arroyito a estas altitudes) se hace fácil y sin contratiempos ni resbalones.
Teresa "La arrojada"
Uno de los síntomas de que envejezco es que ver a la chavalería andar triscando por las piedras al albur de su inconsciencia, me produce un grado de alarma impropio de quien, en edad temprana también (y aunque no tanta), andaba encaramándose también a piedras de diversas tallas y a escondidas de sus padres. Pero padres tienen ellos también y no es bueno traspasar los recelos propios a los ajenos.
Teresa, que es madre activa (no en lo de madre, quiero decir, sino en lo deportivo) anda triscando con su rorro fuera y su rorro dentro, que da miedo y envidia de su resistencia y su arrojo.
Pero la mujer progresa hasta donde su buen criterio y prudencia le dictan, porque luego hay que bajarse del risco, y eso es peor.
Otro perro chorizo
Y así llegamos a otro nivel de la cascada en donde hicimos un alto para disfrutarla (y yo descansar), en donde menores y adolescentes volvieron a hacer gala de agilidad (y una cierta imprudencia) trepando por los costados de la cascada que, aunque no altos en exceso, sí lo suficiente para arrearse un “toñazo” y salir con algo roto. Pero los dioses protegen la inocencia y el arrojo y no pasó nada.
Momento también de merienda infantil que "Leia", perra más vagabunda que dama (más choriza que princesa), aprovecha para zamparse las lonchas de lomo que arrebata de las manos de la despistada, y más tarde incrédula, Elena. Ni la persecución ni el regaño de la Flores (chifla, chifla que este lomo no sale de mi boca), ni la advertencia y amenaza al can de sufrir “cagarrinas” por la falta de costumbre de semejantes "delicatessen" en su dieta, consiguieron que aflojara la carrera en su huida con el trofeo conseguido.
Y vuelta a triscar 2
Ya, para terminar, un último arreón hasta el siguiente salto y remanso de la cascada, desde donde se divisa un buen panorama y un breve descenso hasta la poza, descenso que evito con el consabido pretexto de que la perspectiva fotográfica resulta más favorable desde donde ya estoy, sin necesidad de una nueva bajada y consecuente subida, que ya tengo suficiente.
Almu aprovecha un risco poco practicable a perros para rematarle la merienda a la pobre Elena. El resto, para selfies, descansos y hacer la cabra por los alrededores de la cascada. Y con esto, vuelta para abajo que, en general, todo lo que sube, baja.
Ya de bajada, a punto estuvo alguna de montar un pis-party-show, por ponerse a ello tras una linde, sin pensar que por el otro lado también pasa gente y, casi, verse sorprendida en semejante trance por una pareja ajena a nuestro grupo.
De paseo por Buitrago
Momento relax
Y llegamos a Buitrago, donde había que hacer, en principio, un pequeño paseo hasta el momento de recoger los avíos para la cena. Pero no. El "momento relax" se impuso y el Topo se fue solo y solícito con los críos a enseñarles la muralla y el laberinto, mientras que los más de los demás nos quedamos arrellanados en una terraza disfrutando de cervezas, cortados y refrescos (y volviendo un poco loca a la pobre que nos tomaba la comanda) acompañados de unas rosquillas que Juanra tuvo a bien obsequiar y compartir al "grupo-relax". Ricas (o necesitadas, no se yo) a decir de todos los “descansantes”.
El Topo se fue pues con los chicos a jugar en el laberinto al "Monstruo de los mandobles", y se jartó dando botellazos a todo menor de edad que se le cruzaba. Y en especial a Olivia, que parecía que le gustaba recibirlos porque se llevó un saco, además de destrozarse la manga de la sudadera con una rama en su huida.
Y de ahí, pasando por una pastelería a "reponer material" (porque lo de aclarar lo que en una bollería/panadería pueden ser unos "cojonudos" -SIC y con perdón- no lo consiguió Juanra), nos fuimos a la Pizzería a recoger nuestros pedidos para irnos inmediatamente, la tarde cae, a cenar al mirador sobre el meandro y la ciudadela de Buitrago.
El caminito de los tres minutos
Y así, con nuestras bolsitas y en plan "tarras de botellón" nos fuimos buscando el camino que, en tres minutos, nos llevaría hasta el pretendido merendero. Y una leche tres minutos! Ya hasta los más y menos vejetes y jóvenes que nos cruzábamos, ellos en oportuno descenso y nosotros en ansioso ascenso, nos animaban diciéndonos que ya estábamos casi arriba (cómo nos verían).
Así que, maldiciendo a los animadores por su sonrisa, que se antojaba irónica, continuamos subiendo a la búsqueda del altozano y sus vistas, que parecía que no iban a llegar nunca. Y es que no se puede uno fiar de Google-Maps para esto de las distancias del recorrido.
El botellón de los carcas
Pero todo llega y alcanzamos el mirador, precioso y oportuno enclave para una merienda-cena y unas fotografías, disfrutando de un fabuloso espectáculo de sol poniente entre nubes teñidas de ocaso (por poner un poco de poesía). Y tras haber hallado una piedra que, como inodoro de geriátrico, estuviera a la altura precisa para no tener necesidad de bajar las posaderas hasta el suelo, nos pusimos a rebozarnos (literalmente) en las hamburguesas del menú, disfrutar de otro momento cervecero y hacer las fotos de rigor para el presente documento.
Una espera consentida (pero insuficiente por temor a que oscureciera en exceso en la bajada) a la espera de que se encendiera el alumbrado del pueblo y la muralla, para tener una vista mejorada y hacer alguna foto del crepúsculo y a bajar, que se hace tarde.
Vuelta a casa
La bajada fue sin azares ni contratiempos, con luz suficiente para no descogotarse en un tropezón inesperado.
Vuelta a los coches y momento de abrazos y deseos de pronto reencuentro. O, por lo menos, que no sea tanto como para que Tere nos venga con dos por fuera y, de nuevo, otro por dentro, que parece ser su plan.
Gracias a todos por estar.
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