2024 Oceánica
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Oceánica 2024

23ª Edición - Serbia, Rumania, Bulgaria

Tres semanas después, ya se puede ver con más perspectiva lo bueno o malo que ha sido el viaje. Esta breve crónica va a reflejar exclusivamente las cosas significativas, por lo que todo lo que no aparezca comentado será porque mi memoria es lamentable o no ha sido lo suficientemente llamativo para que pase a los anales de la historia Oceánica.

Antes de empezar, en las preóceanicas siempre alerto a todos que una vez se enfundan la indumentaria oficial ya dejan de representarse así mismos y ya pasan a ser la imagen viva de Topodiving. Pues nada, para comenzar el viaje en Barajas, ni Pepito, ni Juanito, si no Topodiving consiguió paralizar medio aeropuerto porque a un integrante de la expedición se le ocurrió facturar un pequeño neceser de 31 kilos, menuda impresentable la azafata que impidió una pequeña maletita que solo se pasaba en 8 kilos. No hubo foto, pero no sé si nos van a dejar volver por allí, toda la maleta desparramada por los mostradores y colocando enseres de todo tipo (hasta varias perchas de colgar la ropa dicen que aparecieron) a todo incauto que pasaba por allí con su mismo polo. Un numerazo vamos, como nunca pasa ná, pues mira a veces si que pasa y sobre todo cuando el exceso es de tan solo unos "gramitos"...

El primer día fue todo tan bien que cuando ya estábamos en el hotel por la noche, tras el vuelo, ninguna maleta perdida, los coches de alquiler, el paseo y cena por Belgrado, pensé, vaya, esta yendo todo demasiado bien y sin incidente alguno, hasta con ausencia de alguna julitada habitual. Rematada la noche con los conductores sacando la viñeta para conducir por las carreteras rumanas nos fuimos todos a dormir que había que salir temprano para cruzar la frontera cuanto antes.

Pues por bocazas, aunque fuera solo manifestado en un pensamiento propio, pues la mañana nos despertó con la única incidencia más reseñable de todo el viaje. Al salir del parking del hotel con prisas, porque para el primer día ya salíamos con retraso, no se me ocurrió otra cosa que probar la dureza de los neumáticos de la furgo contra un bordillo CABRÓN, terminado en punta y en la nada, en fin, que a tomar por saco la rueda nueva... y encima siendo domingo. Menos mal que una buena dosis de técnica Disney y no arredrarse ante cualquier entuerto o tropiezo hizo que después de un par de horas de gestiones y el correspondiente quebranto al bolsillo, emprendiéramos de nuevo la marcha.

Lo que pensábamos que iba a ser un infierno, el cruzar la frontera serbia y la rumana, fue más rápido de lo esperado y salvo que nos hicieron abrir un equipo de buceo para ver si les regalábamos un polo de la indumentaria oficial, solo hubo que reseñar que menos mal que pusimos a Jenny de segunda conductora en su coche porque de lo contrario nos hubiéramos metido en un problema gordo, porque resulta que los brasileños no tienen permiso para poder conducir por Rumanía y tuvimos que cambiar de conductor para continuar porque a las peruanas si que se lo permiten. Samuel todavía sigue maldiciendo...

Primera incursión para comer en el Ikea de Timisora y por la tarde primera visita a uno de los muchos castillos rumanos que nos iríamos encontrando, el de Corvinilor, en el que se celebró un juicio para esclarecer quién fue el responsable de haber quemado en la cara la noche anterior a Elena por la magnífica idea de los infantes de ponerse a quemar cosas con las llamas de las velas. Menos mal que gracias a los ungüentos de su tía Gelen la cosa no dejó mucha huella y no tuvimos que ajusticiar a nadie, porque por lo visto en las estancias del castillo si terminabas en sus mazmorras te las hacían pasar bien canutas.

Como hemos comprobado durante toda la estancia rumana, lo de la seriedad en los compromisos de muchos de los proveedores brilla por su ausencia y cada vez que nos topábamos con el de turno era una lotería y en la mayoría de las ocasiones había que estar guerreando con ellos. El hotel de Sibiu nos deparó varias sorpresas inesperadas, que como fueron variadas no las vamos a reproducir aquí, pero nos iba poniendo en la pista de lo que nos ocurriría en algunas ocasiones. Lo bueno de la noche fue que ya estábamos juntos los 27 expedicionarios, ya que en dicho hotel nos unimos con los Salido, que como son vergonzosos y no querían llegar al hotel antes que nosotros, se dedicaron a meterse en todos los atascos de Sibiu para ir haciendo tiempo a que llegáramos.

Al día siguiente nos fuimos al norte a visitar la Salina Turda, lástima de mañana que podíamos haber estado en la cama tumbados a la bartola aprovechando mejor el tiempo. Nada más llegar a la Salina nos dice el guía que teníamos contratado desde hace meses en exclusiva para nuestro grupo, que ya tiene a otros clientes y que pasa de nosotros. Mira que llevo años en esto, pues nunca había visto nada igual, la crítica que puse en Google y en Tripadvisor ya os la podéis imaginar. Lástima de sitio, lo han echado a perder, lo único que merece la pena es la sala central descomunal que han reconvertido en mini parque cutre de atracciones, con una mini noria, una barquitas en un pequeño lago y 4 nimiedades más. La organización de aquello es un completo desastre, hay un solo ascensor de bajada y de subida de 12 pisos y con la cantidad de gente que había las colas en los 2 sentidos eran interminables, menos mal que algunos aguerridos hicimos la bajada y la subida por las escaleras. 

Y si la chapucería matinal no fue suficiente, por la tarde cuando regresamos a Sibiu para ir a una piscina Spa con toboganes, nos encontramos la siguiente al ir a pagar la entrada del grupo. Pues los señores esa misma mañana decidieron subir los precios que me había informado meses antes y que como me habían escrito un correo ese día a las 6 de la mañana que ya estábamos avisados. Después de montar el pollo en recepción, no se bajan del burro con los precios, pero nos regalan alguna entrada. Otra crítica de órdago que se han llevado en las redes. Una vez dentro todos a disfrutar y a pasar la tarde a remojo. Salvo las de secano, o sea las que prefirieron quedarse paseando, marujeando y comprando imanes por el centro de la ciudad. Terminamos el día en un karting de coches eléctricos en el que por fin, el trato recibido fue magnífico y se portaron con nosotros de escándalo, reservando la pista en exclusiva para nosotros y eso que más de uno se empeñó en destrozar la pista pensando en que aquello era una atracción de coches de choque de la feria e iba topándose con todo lo que pillaba por delante. 

Para el siguiente día teníamos reservado lo que ha resultado ser más significativo del viaje, La carretera de los osos para cruzar los Cárpatos en plena región transilvana. La ruta es espectacular por una carretera con unos paisajes brutales. A eso hay que añadirle su principal atractivo, los osos, hasta 11 llegamos a ver paseando tranquilamente por la carretera a la espera de pillar algo de comida de la que volaba desde los coches, porque eso de dárselo en el morrito dejaba de ser una opción cuando veías el tamaño de las garras de los angelitos, que en principio no parecían muy grandes, pero cuando se ponían a 2 patas y te ponían el morro en el cristal del coche, como le pasó a Mery y a Almu, se te quitaban las ganas de tonterías, ya que no es la primera turista que se meriendan. Puede que el resto del viaje no merezca la pena repetirlo una segunda vez, pero eso no aplica a esta carretera, que aunque es pesada, pero mereció mucho la pena transitarla de ida y de vuelta.

Siguiente destino Brasov, todavía en el norte en la zona transilvana. Otro numerito de caraduras con el trenecito en Sighisoara, el conductor tenía tachado el precio con una pegatina para cobrarlo al doble de lo que en principio valía. Pues el inteligente perdió 27 clientes. Visita a la fortaleza de Rupea, que solo tiene interesante las vistas porque no queda mucho más. Eso si, más de una aún sigue teniendo pesadillas con las miles de avispas que nos atormentaron durante el picnic que hicimos allí. Para algunas personas el concierto privado de órgano de iglesia que tuvimos en la iglesia fortificada de Harman fue de lo mejor del viaje, lástima que a los más jóvenes este tipo de música no reguetonera no termina de llegarles. Mientras tanto pudieron pasear por las estancias del lugar que estaban decoradas como hace 100 años, la escuela, el gimnasio de esgrima, el sanatorio, etc. Por la noche paseito y cena eterna por el centro de Brasov.

Menudo parque temático que han liado en el castillo de Bran, que hacen decir infundadamente que es el de Drácula, pero vamos que ni de lejos, eso si, el merchandising es brutal y el castillo que es chulo por dentro y por fuera, pero sin volverse locos, está totalmente rodeado de puestos de comida y de souvenirs para turistas. Lo más divertido fue un pasaje del terror cercano que estaba dentro de las habitaciones de una especie de palacio. Marcos se llevó la alegría del siglo cuando le permitieron pasar con sus 10 años porque supuestamente era para mayores de 12. Ayyyyy Señorrrrrr, cuanto gallito y cuanto bravucón de medio pelo, si no me pongo yo el primero a ir abriendo camino puede que a estas alturas todavía seguiríamos allí. Por mucho que pedí voluntarios para ponerse el primero no apareció ni uno, al revés, no veas como iban reculando todos para atrás. Menudas gallinitas cocorico. Todo el recorrido, que no duró más de 10 minutos, estuvo salpicado por el griterío de alguna de las histéricas asistentes, algo infundados porque muchos sustos no es que hubieran. Lo gracioso es que todo el recorrido son autómatas lo que aparecen y cuando ya no te lo esperas en la sala final, te aparece un actor de carne y hueso de 2 metros disfrazado de matarife con un hacha dando golpes en el suelo que a más de una todavía le tiemblan las canillas.

De allí nos fuimos a comer a Rasnov a coincidir, de forma fortuita, con un concierto de Heavy Metal brutal. Madre mía lo que circulaba por allí. Fue muy curioso compartir la comida con los ensayos de ultratumba de los grupos del evento a la par que ver alrededor de las mesas a un grupo étnico ataviado con trajes típicos bailando y cantando lo que podían. Sin tiempo para la siesta, de nuevo el grupo se parte en 2 y las de secano a visitar el centro de la ciudad para ver sus cositas y el resto a un parque acuático para hacer las delicias de los más jóvenes. Terminamos cenando cada uno a su libre albedrío en un centro comercial cercano a nuestro hotel.

Ya de camino hacia al sur pasamos por los castillos de Peles y Pelisori, por fin se dieron cuenta que lo de los madrugones se suelen hacer por algo, llegamos de los primeros y realizamos ambas visitas casi en soledad, cuando salíamos, sobre todo del de Peles las colas eran ya muy considerables y en ese momento ya no se quejaban tanto de haberse levantado pronto. Otro lugar extremadamente turístico y con tiendas por doquier. Peles por desgracia estaba la mitad tapado por andamios, en obras como no, y lo que para mi es más bonito de los castillos rumanos que es la visión de su exterior estaba muy mermada. A resaltar el recargadísimo mobiliario interior en maderas de todo tipo y ornamentación.

Esa tarde llegábamos a Bucarest y tras alojarnos solo los valientes se aventuraron a recorrer la ciudad, la mayoría de los menores de edad tristemente decidieron quedarse en el hotel mejor que conocer, bajo el calor, la capital de Rumanía, pero tranquilos que para la cena si que estaban dispuestos a hacer el esfuerzo de alejarse de su tabletas y móviles tumbados en la cama del hotel. El paseo fue interesante, pero más allá de la visión del famoso y brutal Parlamento no creo que pasado el tiempo recordemos mucho del callejeo de esa tarde. Quiénes seguro que no se olvidarán de lo que vieron fueron los más pequeños al pasar de regreso al hotel por una calle muy "animada" donde se mezclaban los restaurantes con las salas de alterne y donde una chica en un escaparate con muy, pero que muy poquita ropa de lencería, hacía su numerito de baile sensual. Lástima de no haber sacado una foto de la cara de los chicos cuando vieron aquello.

Otra de las cosas que seguro no se nos va a olvidar fue la visita al monstruoso Parlamento rumano, el segundo edificio más grande del mundo tras el Pentágono. Ya de por si acceder a él conlleva pasar unos estrictos controles de seguridad, allí sin documentación no pasa ni el Tato. La visita duró poco más de una hora, pero con eso fue suficiente para darse cuenta de la demencia de un dictador y sus seguidores. Aquello es una oda a la ostentación y la opulencia, todo es a lo bestia y todo cuanto más lujoso mejor, aunque tu pueblo se muera de hambre y tengas que desalojar a 36.000 familias para construirlo en esos terrenos. La visita merece la pena porque no deja indiferente a nadie y será casi imposible que desaparezca de nuestras memorias un disparate arquitectónico y megalítico como aquel.Previo paso por un lago con un mini parque de atracciones nos fuimos a comer de nuevo a un Ikea, antes de partir hacia otro de los principales objetivos del viaje, que no era otro que la ciudad de Constanza bañada por el Mar Negro. Gran chasco se llevaron los que imaginaban encontrarse un gran charco negro para contemplar un mar azul que engañosamente era transparente en la orilla. Una interesante cena en la plaza del pueblo y a buscar sitio donde aparcar nuestros coches, porque el parking del hotel era tan reducido que no fuimos capaces de utilizarlo ningún día de los que estuvimos allí.

Que decir del buceo por allí. Que pena que unas buenas personas como Cristina y Cosmin tengan la mala suerte de tener su negocio en un lugar donde las condiciones son tan complicadas. Ellos tratan de suplirlo poniendo absolutamente todo de su parte para que te sientas a gusto, pero ni por esas. Con decir que teníamos 5 inmersiones reservadas y solo hicimos 2 ya puede dar una idea. El primer día que era solo una toma de contacto entrando desde playa la visibilidad era tan baja que no se podía ver gran cosa, por mucho que aquello estuviera lleno de trozos de vasijas de la antigua ciudad romana que allí se estableció otrora. Ni una exposición de cuadros submarina, ni varias estatuas, ni un ancla enorme, podían salvar aquello. Resultado final de la inmersión, que las chicas ya no querían volver a bucear por aquellos lares. Los no buzos determinaron no madrugar y tras el desayuno bajarse a tener un tranquilo día de playa.

Por la tarde nos fuimos a aparcar los coches al centro comercial que está al lado del gran lago de Constanza. La idea era que cada uno eligiera si prefería pasear por el lago en bicicleta alquilada o a pie. La mayoría decidimos las 2 ruedas, pero por los pelos casi nos cuesta un disgusto. Tras bordear todo el lago y visitar una iglesia de madera, pensamos en volver a rodear de nuevo el lago, pero los nubarrones que se cernían amenazantes sobre nosotros nos hicieron desistir, aunque un grupo de inconscientes jugándose una buena caída si que lo hizo, tanto los prudentes, como los sobraos, coincidimos entregando las bicis unos 5 o 10 minutos antes que cayera el diluvio universal 2ª parte. Hasta dentro del centro comercial había goteras, mejor dicho chorreras, y por las escaleras exteriores caían ríos de agua. Si tardamos 15 minutos más en devolver las bicis nos tienen que ir a rescatar con la patrullera del puerto.

Para el segundo día de buceo solo 4 valientes, aunque también se nos podría haber tachado de dementes. No contentos con la experiencia del día anterior con una visibilidad casi nula ahora le añadíamos una temperatura del agua a 20 metros de profundidad de 13 grados. Madre mía y eso en verano. Pero que no se diga que los de Topodiving no lo intentan y allí estábamos pertrechados para recorrer uno de los 2 grandes pecios que íbamos a explorar en las supuestas 2 inmersiones que íbamos a hacer. Un horror de inmersión, pero lo peor no fueron los 13 grados, que eran aguantables, lo insufrible es que no se veía casi nada y el único objetivo era no perder las aletas del de delante porque como dejaras 3 segundos de mirarlas lo siguiente era la nada, tanto es así que al final terminamos cada pareja por su lado dispersos por la zona, un ratito de buscarse y boyita arriba para hacer la parada y largarse para siempre de aquel sinsentido. Una vez todos en el barco convinimos que allí ya no volvía a bucear ni Rita, dando por finalizada nuestra peripecia submarina en el Mar Negro. Si, ya puedo decir con orgullo que soy uno de los pocos buzos que conozco que ha buceado en dicho mar, aunque ya he comprobado la razón por la que hay tan pocos.

Los no buzos se repartieron y hubo quien se relajó en la playa, pero toda la gente menuda se fue a un parque acuático de grandes dimensiones para pasar allí casi todo el día, excepto Javierito que se puso malo y se perdió el mejor parque de todos los visitados. Por la tarde volvimos a coincidir todos para irnos más al sur a ver los restos de un pecio encallado en la playa, pero que no se hundió y ahora es una amalgama fantasmagórica de hierros oxidados y peligrosos. Lo aderezamos con un paseo por una playas, alguna nudista, donde la gente podía acampar a su libre albedrío, como ocurría en España hace 40 años. Que envidia me dan en eso, no son conscientes que dentro de no mucho les prohibirán todo eso, lo mismo que aparcar en las calles encima de las aceras para disgusto de minusválidos y padres de familia con carritos. Para cerrar el día una buena cena en un restaurante al borde del mar, típico de pescados, una de las mejores que tuvimos. 

Llegados al último día en Constanza se nos van todos los planes a hacer puñetas y de lo que había previsto nada de nada porque las previsiones eran de lluvia asegurada, algo que se cumplió religiosamente, aunque no impidió que pudiéramos dar una larga caminata por el paseo marítimo con tiempo de ponernos a salvo del siguiente chaparrón. Cada uno comió a su libre albedrío y algunos nos metimos entre pecho y espalda unas bandejitas de carne kilométricas, incluso hasta tiempo para siesta y para rehacer las maletas hubo. Como fin de fiesta nos fuimos a jugar a los bolos mientras cenábamos a la par y de regreso al hotel, que al día siguiente abandonábamos Rumanía, y nos tocaban otros 2 cruces de frontera, salvo a los Salido que ellos regresaban a Bucarest para coger un vuelo de vuelta a los madriles, que por desgracia llegó con 3 horas de retraso del horario previsto. 

Sorprendentemente el paso de las fronteras también se hizo con una rapidez poco esperada, incluso que buen hacer, paso integrado y de una tacada cruzados los dos países. Ni que decir tiene que quién cruzó el coche fue Jenny y no Samuel, que en Bulgaria ya pudo conducir con todas las de la ley y no de forma furtiva. Eso si, los furtivos fuimos todos colándonos en un baño de una gasolinera por debajo del torno porque no teníamos monedas búlgaras. A otro sitio que no podemos volver. Se nos dio tan bien el cruce que llegamos antes de la hora al hotel de Veliko Tarnovo y tuvimos que estar esperando en la piscina a que nos fueran dando las habitaciones de una en una. Ojalá que siempre que nos hagan esperar lo podamos hacer tumbados o bañándonos en una piscina. Por la tarde nos fuimos a visitar la fortaleza de Veliko con un guía muy peculiar y a recorrer el casco antiguo. Fue una de las visitas más bonitas, gracias a las iluminaciones nocturnas de los monumentos. Otra cena a reseñar. Una de las mejores cosas que podemos sacar del viaje es que hemos comido y cenado en lugares muy interesantes y a unos precios que ojalá tuviéramos por aquí. 

Mañana de viaje para ir acercándonos a la frontera serbia, pero con visitas. Primero llegamos hasta la cascada Krushuna que supongo que en otras épocas del año será muy espectacular por todo el chiringuiteo que hay por la zona, pero cuando fuimos nosotros solo eran unos chorritos, que como buenos imbéciles reviajados comparamos con las de Noruega para denostarlas. Continuamos hacia la cueva Devetaska, que esto si que nos agradó más por su peculiaridad, la verdad es que no sé si llamarla cueva es muy acertado porque son enormes oquedades por las que entra la luz del sol y que en tiempos de la 2ª Guerra mundial era un almacén de combustible, ahora habitado por miles y miles de murciélagos a los que te puedes acercar, no tanto para verlos, pero si para oírlos y sobre todo olerlos.

Continuamos viaje para llegar a la capital Sofia y cada uno a comer por las inmediaciones del alojamiento. A los Jennys les ofrecieron en su restaurante lo que pidieran por su indumentaria oceánica oficial. Ellos no, pero hubo alguna rata que la hubiera canjeado por pecunio gustosamente. Por la tarde no quedaba otra que dar un paseo por los lugares más emblemáticos de la capital, como la catedral Alexander Neski, obviamente ya cerrada, porque había que elegir, entre paseo abrasador a las 4 de la tarde con las iglesias abiertas o algo más benévolo horas después con ellas cerradas. Para terminar la jornada otro buen restaurante donde nos dimos una buena tripotada aderezada con cantos regionales de unos orondos caballeros que no dudaron en sentarse bien cerca de nuestras damas más longevas.

Y se acercaba el final y como los cruces de frontera hasta ahora habían sido mucho mejor de lo esperado, las más de 2 horas que nos costo cruzar de Bulgaria a Serbia ya no nos las esperábamos y el tedio y la sensación de molestia de ver que podían optimizarlo mucho más para que aquello no fuera una procesión de pasión de la Semana Santa estaba en boca de todos. Este año no hay julitadas reseñables, salvo que en este cruce de fronteras los Julios decidieron ponerse en una cola diferente a la de los otros 3 coches de la expedición y lo que al principio parecía que nos iban a dejar atrás terminó en que los 3 coches cruzamos la frontera como 20 minutos antes que ellos. Pero nada tranquilos que lo del cambio de cola no fue por pensar que esa iba a ir más rápido que la nuestra si no que era muy difícil seguir al primer coche de la expedición, los otros si pudieron, pero solo uno no y esto solo hubiera sido un avatar más si no fuera porque en Serbia no había internet disponible por lo que los GPS no funcionaban y los pobres Julios tuvieron que darse varios paseos por la ciudad para encontrar el parking donde habíamos quedado para comer ese día. Como la gente ya no estaba para muchas alaracas, todos terminaron comiendo en un McDonalds y ya solo nos quedaba el viaje para regresar a Belgrado al mismo hotel en el que estuvimos el primer día. Todo tranquilo salvo Mery que tuvo que pedir mi colaboración para que un recepcionista machista le hiciera la cama que ese día la que hizo las habitaciones por la mañana no consideró que debiera hacerlas todas.

Y ya solo quedaba el madrugón del viaje saliendo a las 4 de la madrugada del hotel para poder llegar al aeropuerto, que fue un caos, pensábamos que a esas horas no iba a haber nadie y las colas eran kilométricas, tanto que algunos llegaron a pensar que perdíamos el avión. Finalmente hasta nos sobró tiempo y el vuelo de regreso fue tranquilo y placentero con una llegada a Madrid sin incidencias con el equipaje. 

Y esto ha sido todo, salvo alguna vértebra aplastada, rodilla maltratada, hombro inflamado, lumbares hirientes, etc., no ha habido que reseñar grandes incidencias y podemos decir que ha salido todo bien, con sus más o sus menos, pero siempre cosas habituales de los viajes. No voy a hacer ningún comentario de las fiestas nocturnas que se celebraban en algunas habitaciones en repetidas ocasiones, porque en realidad no existieron y lo que no existió no sé puede comentar.

Me ha gustado la experiencia, pero no va a ser un destino que vaya a repetir por su espectacularidad (a excepción de la carretera de los osos y el Parlamento). Los paisajes han sido muy monótonos, campos de girasoles continuos. Gentes peculiares habiendo de todo un poco, países más baratos que el nuestro, pero como si fueran nuestra España de hace 40 años. La Oceánica 2.024 ya es historia, ¡¡¡ VIVA la Oceánica 2.025 !!!.