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Los miércoles al sol
Titanic, Riu y Cocinas Reales
Otra visión del Titanic
Mirador Hotel Riu
Cocinas Reales
El "vermusito"
Comida y sobremesa
Los miércoles al sol
Titanic, Riu y Cocinas Reales
Otra visión del Titanic
Bueno, pues en esta ocasión tenemos una agenda apretada, porque son bastantes cosas las que vamos a realizar.
Lo primero es que empezamos con retraso y ya se sabe, cuando se tiene una hora comprometida, además de estar feo, tiene consecuencias sobre los siguientes hotos del programa. Como soy el último que llega, disculpas y salutaciones rápidas y al tajo.
Teresa, nos ha invitado a la visita de una exposición sobre el hundimiento del Titanic que su área de trabajo, en el Instituto Regional de Seguridad y Salud en el Trabajo de Madrid, tiene organizada en la propia sede del instituto. Ella, como experta en el tema de los riesgos laborales y amiga de “la organización”, nos honra haciéndonos de cicerone.
La exposición es pequeñita, pero con una perspectiva distinta de lo que fue, más bien por lo que fue, el trágico accidente del Titanic. Una gran y didáctica exposición del tema del hundimiento bajo la perspectiva de los fallos que ocurrieron desde la construcción del navío hasta la maniobra final y el rescate, considerados desde el punto de vista de la seguridad en el trabajo, analizando las decisiones que concurrieron para que el accidente fuera fatal.
Una nueva visión, distinta de la clásica de la tragedia y su tratamiento cinematográfico o literario, que permite entender mejor el porqué del hundimiento.
Gracias a Teresa y a sus compañeros y rápidamente a la conquista de las cumbres.
Mirador Hotel Riu
No está lejos la Plaza de España, pero hay que ir ligerito porque nos hemos excedido en el horario previsto, por lo interesante de la exposición, y hay que llegar después de esta siguiente visita a la de las Cocinas Reales, que va con horario reservado.
Lo cierto es que según íbamos camino del edificio España, en donde se encuentra el Hotel Riu, íbamos temiéndonos que el clima iba a estar ventoso y frío en extremo, pues si en la base del edificio estaba ya un tanto “de preocupar”, 27 pisos para arriba y a la intemperie, expuestos a los cuatro vientos, iba a resultar helador.
Pero no. El viento amaina lo suficiente y no hace tan evidente el bajón de temperatura, y tampoco llueve, lo que hace que, aunque un tanto acelerados, podamos circundar la terraza-mirador del hotel.
Es un enclave resultón en sí mismo y que, con sol y en un atardecer, puede enamorar a cualquiera. La vista es absoluta sobre todo Madrid -excepción hecha del breve ocultamiento que la Torre de Madrid produce por su mayor altura- y resulta impresionante la panorámica, tanto por la altura en sí como por la maravilla de poder observar los tejados y calles de Madrid, sus parques ya otoñales y la ubicación relativa entre los diferentes edificios insignia de la capital.
Mención aparte para la pasarela de cristal sobre un voladizo del edificio que deja a tus pies los 27 pisos de altura. Encoge un poco el corazón. Marga se agarra a mi brazo para pasarlo, lo que hace que haga de tripas corazón y yo mismo tenga que superar mi resquemor -nobleza y orgullo varonil obligan- para pasar el puente sin entretenernos mucho a mirar. Pero objetivo cumplido, podemos ambos decir que lo hemos pasado.
Montonazo de fotos del precioso paisaje que, aunque nublado, está suficientemente despejado para observar con detalle los distintos edificios y “skylines” de este Madrid desconocido desde esta perspectiva. Habrá que volver con sol y en una buena hora para volver a disfrutarlo con otra calidad de luz.
Y de carreras otra vez, que tenemos un paseíto hasta el Palacio Real.
Cocinas Reales
Al llegar nos encontramos con que la visita, que parece que suscita mucho interés, está precedida de una enooooorme cola. Afortunadamente, nuestro diligente organizador ya tiene las entradas y el trámite de aguantar la larga cola se traslada a una infinitamente menor, con lo que accedemos rápidamente al punto de encuentro a la espera a nuestro guía.
Guía que Marga, buena fisonomista, identifica por su tremendo parecido con el actor Javier Cámara. Y es que es igualito, incluso en su expresión corporal.
Nos acompaña este guía junto con una vigilante que nos acecha y mantiene “en rebaño” -por aquello de la seguridad-, por el impresionante semisótano en donde se alojan las inmensas instalaciones de las Reales Cocinas. Allí nos muestra desde los hornos a las cocinas “económicas” -será por el ahorro con las otras, porque son inmensos fogones-, calienta platos, frigorífico, ya eléctrico pero primitivo y enorme, cacharrería diversa del menaje, todo en cobre -mayoritariamente-, morteros y demás utensilios, todo a escala gigante, porque allí nunca se ha cocinado para dos. Parece un poco como la cocina del castillo de un gigante de cuento, porque las estancias y techos son de una altura muy considerable, amén de espaciosas, para albergar al número de trabajadores que debían reunirse para el trabajo en los banquetes y recepciones reales.
Finalizamos en la bodega, en donde quedan los restos -vacíos- de las botellas que alguna vez contuvieron los vinos degustados por la realeza y sus invitados, con una muestra de lo bebido en la boda del actual rey.
Y, arre-arre, la viginalta-escoba nos conduce hasta la salida con su persistente interés en mantener junto a su rebaño. Parecía una subcontratada del Topo en su empeño.
El "vermusito"
Del Palacio Real al bar El Anciano Rey, no hay más que cruzar la calle. Y menos mal, porque ya empieza a llover con una fuerza creciente que, de no haber existido esa cercanía, hubiera calado a bastantes.
Allí nos depara la sorpresa de unos buenos -esztupendos- aperitivos para acompañar los vermús de los más “alcoholantes” y los zumitos y mostos de los abstemios. Momentos de “minfuldness” para concentrarnos en el disfrute del momento, que podemos disfrutar merced a nuestra “disponibilidad de horarios”, aunque algunos tienen unas agendas que…
De repente, la sorpresa de ver a parecer a Reyi que se une con nosotros para el aperitivo y la posterior comida. Una alegría pues hace un montón que no disfrutábamos de su compañía.
Mientras disfrutamos el momento, el cielo cae sobre las cabezas de los que permanecen o deambulan por el exterior del noble y veterano establecimiento. Llueve a raudales y parece que el paseo hasta el lugar del posterior ágape, allá por Madrid Río, puede verse tremendamente afectado y en remojo.
Pero el espíritu Topodiving puede con los elementos y, justo antes de emprender camino, amaina lo suficiente como para realizar el paseo bajo la lluvia, cada uno conveniente o medianamente “emparaguado”.
Llega el agua al río y, con ella, nosotros al restaurante.
Comida y sobremesa
El restaurante está bastante bien, muy agradable y acogedor a pesar de ser un edificio a caballo entre chiringuito potente y restaurante formal, pero con un acristalamiento y luminosidad, que dado el día, lo hace resultar muy acogedor.
El Topo hace una distribución de los puestos en la mesa que hace presagiar que algún nuevo invento se trae entre manos. Pero bueno, ya se vería después.
La comida, suficientemente buena, no excesivamente abundantes las raciones, pero bien realizadas, con lo que nos quedamos suficientemente satisfechos.
En la sobremesa, dado que el Topo decidió eliminar la academia de mus -por la reticencia mayoritaria a emplearse en el juego-, iniciamos -ya me lo maliciaba yo- un nuevo juego de sobremesa, algo a lo “Trivial-style” pero de su propia cosecha, haciendo preguntas a los grupos que ha establecido como equipos.
La cosa queda clara. Las normas son que el organizador tiene patente de corso en ls respuestas e -incluso si fueran incorrectas- prevalecería la definición o respuesta de él.
Así, aunque al wáter se le llame váter por su etimología, a Chewacca no se le puede llamar “Chivaca”. Estos “frikis”… Del mismo modo, el perro del hortelano no es del hortelano, porque -al parecer- no tiene amo. Aunque la presencia del mismo sea imprescindible para la rima del refrán… Cosas veredes, amigo Sancho…
Y no digo más porque acabaré siendo reo de sanción, que aquí, como en el deporte del motor, las saciones son acumulables para próximos eventos.
En fin, una sobremesa de risas y competición sana que termina en un paseo bajo un cielo bastante despejado pero con un viento, pelón e impenitente, que nos acompaña en nuestras despedidas y en el camino hasta las distintas estaciones de metro, coches compartidos, aparcamientos y demás.
Buen día, otra vez, de amigos.
Hasta la próxima
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