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Los miércoles al sol
De compras rurales
De palmeritas a aceitunas, pasando por el cocido
Los miércoles al sol
De compras rurales
De palmeritas a aceitunas, pasando por el cocido
Punto de cita, en primera convocatoria la salida del metro de Mar de Cristal, todos los esperados puntuales, y menos mal, porque si estamos un rato más allí los autobuseros le hubieran hecho dar a Banegas una tercera o una cuarta vuelta a la rotonda, a ritmo de pitada malhumorada.
Siguiente cita con el resto, el aparcamiento disponible en Morata según coordenadas enviadas. Comienza la rebelión. A las 11:30 todos allí en perfecto estado de revista, salvo la familia Potorrez (es lo que tienen los recién casados), que decide fijar a su libre albedrío el punto de encuentro con el grupo sentados en la mesa de una cafetería, consumiendo por adelantado las palmeras que íbamos a degustar después. Viendo que pasa la hora y obviamente no aparecen por el parking hay que llamarlos para sofocar su incipiente rebelión.
Reagrupados por fin los 13 integrantes, entramos en la primera tienda y degustamos con placer la primera palmerita, bueno en caso de los Potorrez solo media, porque ya se habían puesto finos un poco antes. Claro, como solo se han comido media cada uno sobra una palmerita entera que algún alma caritativa tiene que hacer desaparecer porque no era cuestión de tirarla. Camino a la segunda y última pastelería para probar su palmerita, desde la organización se indica que se dará tiempo tras esa cata para que cada uno compre la que que más le haya gustado para llevar a casa. Continúa la rebelión, la suegra del Bardavío decide que se salta la planificación porque su yerno le ha pedido que se vaya a comprar palmeritas empapadas a otra tercera pastelería y como va a esperar, hay que tenerle contento sea como sea. Cuando regresa al grupo llora desconsolada unas cuantas lágrimas de cocodrilo para evitar la bronca, sucia estratagema, pero que le surte efecto.
Toca irse a Chinchón, nuevo levantamiento de la plebe, hay que ir antes al restaurante donde vamos a comer a que nos guarden en lugar fresco las palmeritas compradas, que no se las quieren comer en casa sudaditas por los calores de estar una horita en los coches, como si estuviéramos en pleno verano. Empezamos a acumular retraso sobre el horario previsto. Había que salir cuanto antes de ese pueblo que incitaba al grupo a la revuelta continua.
Llegamos a la plaza de Chinchón y de los 4 coches descargamos a la tropa con la instrucción de irse al lugar donde íbamos a tomar el aperitivo mientras los conductores aparcábamos. Cuando regresamos, que si quieres arroz Catalina, ahí sigue el gallinero de marujeo sin haber empezado con la cervecita, más retraso al bote. Tras 20 minutos de cerveza, tocan las campanas indicando que en 5 minutos hay que irse que ya vamos como el culo con el horario previsto y no vamos a llegar al museo etnográfico que abre en exclusiva para nosotros. Catalina y el arroz vuelven a intervenir y a los 10 minutos hay que mover a la gente a latigazos. Camino a los coches, se oye de fondo... tranquilos si nos van a esperar en el museo, yo como experta en llegar tarde muy a menudo, certifico que siempre te esperan.
El museo, sito de nuevo en Morata nos espera, todos tranquilos, "solo" llegamos con media hora de retraso... y según estamos cerca de la entrada oímos el portazo de una cancela. Simona, la encargada del museo se ha cansado de esperarnos y nos deja en la calle con dos palmos de narices. Y no nos queda otra que chitón y constatar que si llegas tarde no siempre te esperan, hemos quedado como el final de la espalda.
Apesadumbrados, buscamos consuelo en el brutal cocido que nos tienen preparado en el Mesón de El Cid. Aunque algunos casi, pero nadie consigue acabarse todo lo que nos ponen y algunas se llevan en un tupper las sobras y ya tienen comida para mañana... y no sé si para pasado también. Partiditas de Kahoot de postre entre heladitos, chupitos y cafés e infusiones, y nos vamos hacia Campo Real con la los botones de la panza desabrochados.
En Campo Real había que darle lustre al nombre de la actividad del día y a gastarse los cuartos comprando todo tipo de variantes, en especial las típicas aceitunas del lugar y para rematar le dimos la alegría al quesero del pueblo que de hacer combates entre las telas de las arañas de la caja, paso a rellenarla con inusitada alegría con nuestros dineros, tras nuestro generoso paso por su tienda.
Menos mal que la mayoría no tenía mucha prisa porque al final terminamos en el punto de partida una hora más tarde de lo esperado.
Ante tanta rebelión para la próxima habrá que llevar el látigo de siete colas...
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