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Los miércoles al sol
Como esta iba a ser el último "Miércoles al sol" de esta primera y gloriosa temporada, la cosa era celebrarlo con un poco de enjundia y darle algo más de amplitud al festejo. Así que esta vez el querido organizador nos ha preparado un miércoles que no es miércoles, sino jueves, y no de medio día, sino de día y medio de duración.
La cosa se basaba en una experiencia previa y exitosa, La Expedición Calatrava, de muy grato recuerdo. Así que con esto de la reutilización de lo que ya salió bien nos aventuramos en una experiencia a escala reducida, adaptada a las condiciones y limitaciones del personal.
Esta es la historia:
Día 1º: De visitas y yantares
Hacia las ruinas del castillo de Calatrava vieja
Yantar en la casona de la Dama de Almagro
Los juegos de Maese Topo
Por la mañana, Gargantúa; por la noche, Pantagruel
Día 2º: De los maitines a Consuegra
Los Maitines
Los Molinos
El Castillo
Fin de fiesta en Consuegra
Día 1º: De visitas y yantares
Hacia las ruinas del castillo de Calatrava vieja
Como casi siempre, la cita era en Mar de Cristal, que ya no iba a ser en la parada de los autobuses, sino en un lateral de la avenida, para facilitar la maniobra de recogida y por aquello de que no se aprendan los autobuseros nuestras matrículas y nos denuncien a los urbanos.
No iba a ser, tampoco, que esta vez tuviera yo una llegada sin dilemas a la cita. Tras tres cuartos de hora de mosqueo y tensión en un atascazo, consigo llegar con sólamente diez minutos de retraso. Así que, casi sin saludar, porque tenemos hora de llegada para la visita a las mencionadas ruinas y hay que salir pitando, subimos cada cual al coche asignado y arrancamos.
El camino es largo y algo confuso, se ve. Si yo tengo ya fama de tardón, el Topo, querido Topo, tiene la de coger las desviaciones a capón. Su veterano GPS, que, como ya es conocido, tiene algunas discrepancias con Waze, SYGIC y Google Maps (según hemos ido verificando con la experiencia), le debe avisar con algo de retraso, a lo que parece. Y como ya es historia vieja, me pongo a su popa y me dejo llevar.
Tras una venturosa y rápida travesía, llegamos a la reunión con los Granadinos, que ya estaban allí hacía un rato. Aparcamos y se hacen las presentaciones entre los Granadinos y los que no se conocen con la valla del recinto de las ruinas de por medio. No sé si sería porque igual estaban mosqueados, no sé tampoco si llegamos con retraso pero creo que no, o por alguna otra salvaguarda anti-Covid o así. Pero al final, entramos al recinto y ya nos saludamos, con besos y abrazos incluidos, sin mayores precauciones.
Algunas de las excursionistas, han hecho también su propia interpretación de lo del calzado adecuado para la ocasión, que el organizador había indicado explícitamente en su web. Dde hecho alguna se entera en el momento de verificarlo en su móvil. Afortunadamente, las sandalitas preciosas no producen mayor inconveniente, dado que el camino es razonablemente sencillo, corto y poco escabroso.
Tras los pises de rigor, nos quedamos esperando bajo una carpa a que la guía haga el suyo, que no habría tenido tiempo la mujer, lo que hace que me tranquilice porque intuyo que no vamos con retraso, iniciamos la visita.
A priori, a varios nos suscitaba la visita a las ruinas un cierto recelo sobre su interés, pero al llegar vemos que se trata de unas ruinas más grandes de lo esperado. Se trata de una ciudadela amurallada surgida de la habilidad e ingeniería árabe que, antaño, se encontraba orillada por el río Guadiana, incluso con unas norias y acueducto -desaparecidos tras la intervención cristiana- para abastecer de agua a sus habitantes. De hecho, la guía nos explica que, mientras esperábamos en la citada carpa, estábamos sobre el antiguo cauce del Guadiana, hoy reconducido y canalizado.
Queda, empero, mucho por excavar, cosa que van haciendo estudiantes de la complutense en dos quincenas, separadas, en plena canícula. No es de extrañar que la cosa vaya lenta.
Hay un arco en lo que queda de muralla que es francamente impresionante por sus dimensiones y altura. También quedan lienzos de muralla que dan un idea aproximada de lo que debió de ser el castillo. La iglesia conventual, sin embargo, la han reconstruido. Aunque con la colaboración de Pepe Gotera y Otilio, ya que la guía nos explica sobre la chapuza del techo que les produce goteras.
Subimos al techado del edificio y comprobamos que sí, las baldosas sobre placas de porexpan no parece que sea la mejor solución.
De allí, en la altura, contemplamos las vistas a los campos interminables y la ribera del río, oculto entre la fronda que abunda en la orilla.
Y transcurrida la visita exterior, finalizamos el recorrido con un video que se intuye en una pantalla que podían haber preparado un poco mejor pues, con tanta luz ambiente, el proyector da para lo que da: poco.
Muy interesante al final ver lo que debió de ser aquel centro, su historia al pasar del tiempo entre árabes y cristianos y los intereses de siempre.
Después, a los coches otra vez, para continuar camino hacia Almagro.
Yantar en la casona de la Dama de Almagro
"Berenjenas de Almagro y vino del jarro", dice un dicho popular... Ya lo dije en la anterior crónica calatrava. Pues ni lo uno ni lo otro.
Esta vez, gracias a la generosidad de Marga, nos reposamos en su casona familiar -de buena familia-, muestra del esplendor de una propiedad tradicional manchega, con su patio, miradores y todo el sabor de una casa solariega de Almagro. Una propiedad dividida, según nos explica, de lo que en su día fuera una, aún mayor, casa, con sus diversos patios, dependencias y usos tradicionales. Una preciosidad que, milagrosamente, pudimos disfrutar...
Para lo del yantar, ni berenjenas ni vino, como decía. La cosa iba de competir con nuestra habilidad cocinera con platos a nuestra elección, como era ya conocido.
La cuestión es que, a pesar de las advertencias del organizador, habíamos llevado cantidades suficientes para alimentar a los que éramos y al parque policial adjunto a la mansión (yo he estado comiendo resto de ensaladilla rusa hasta el domingo). Los distintos pasteles de verdura, puerro, carne... la generosa abundancia de albóndigas, boquerones con pimientos, empanada, bolas de queso, pistos, salmorejo y ensalada de pimientos, mi "barreño" de ensaladilla (a decir del Topo), el dulce postre -mira, de eso no sobró- y las lágrimas de pollo, estaban todos estupendos. Pero excesivos, ciertamente. Muy excesivos. Ni con la abundante provisión de cerveza provista por la organización había forma de "empujarse" tanta vianda.
Luego, las puntuaciones. Marga, de fácil impresionar, se cierra de estómago a la vista de tanta comida y apenas le da para probar y tener una opinión propia de la bondad de lo votado. El resto, al decir del jurado monopersonal -el Topo- puntúa por la más infamante afinidad geo-familiar. Hay cosas sospechosas, sí. Hay votaciones cruzadas intra-familiares -del lado Andalusí de la partida-, votaciones de pisto por amistad -a la interdicha le espantan lo pimientos y derivados que lleva el guiso- y apaños y componendas razonablemente sospechosas. Pero al final, entre risas y digestiones pesadas acabamos concluyendo que todo estaba hecho con amorrrr y buena voluntad. Y muy rico todo.
Luego, paseo e intentos de compras -aquí abren tarde por la cosa de "la caló" y la siesta- por las plazas y calles de Almagro. Unos cafetitos -muchos con hielo- para despejar mentes y refrescar andorgas. Otros de visita por la corrala -uy! perdón- corral de comedias, famoso en el mundo entero, el parador... todo con las prisas habituales pues hay que salir a las seis.
Así que nos apresuramos y volvemos a la mansión de la orgullosa -con razón- Dama de Almagro, para cerrarla en condiciones y en dos tiempos, pues la dama en cuestión olvida apagar las luces y hay que volver... Va acumulando olvidos... pero esa es ya otra historia.
Los juegos de Maese Topo
El alojamiento previsto era, como ya lo fuera en la anterior experiencia en la Hospedería de los Calatravos, que es un hostal extraordinario, con toda su decoración medieval y el encanto que ello le aporta.
Lo primero que nos dice el encargado es que la idea del "Topo Prior" de levantarnos a golpe de campanilla, no va a ser. La razón: que hay tres trabajadores de la lucha contra incendios (creo que era eso) que se hospedan allí durante tres meses y que no se puede perturbar su descanso. Vamos, claramente, que no quiere perderlos porque los incomodemos con el barullo.
Luego, tras alojarnos en nuestras habitaciones, empezamos con los juegos que Maese Topo tenía preparados para esta sobremesa en diferido que nos llevaría hasta la hora de la cena.
Lo primero era, inevitablemente, el disfrazado del personal con los distintos atavíos de caballeros y damas medievales -armamento incluido- y hacer el necesario photocall, en el que todos, a pesar del calor, mostramos nuestro espíritu lúdico a pesar de lo que pone el DNI.
Luego, ya desvestidos de ropajes y armamentos (salvo el Topo, que para evidenciar aún más su condición de juez, conserva la saya desprendiéndose solamente de la capa) empezamos con la serie de juegos que nos tiene preparados para pasar la tarde. Para participar hay que soltar cinco eurillos que servirán, al final de los juegos, para premiar a los tres primeros ganadores.
Partimos con ochocientos "Mortadelos" entregados a cambio de los cinco machacantes entregados. 0,00625€ por Mortadelo, no parece un riesgo excesivo, así que podemos arriesgar en nuestras pujas, aunque apostamos como si fueran euros de verdad, no veo mucho riesgo en el apostar.
Marga demuestra una tremenda suerte porque arrasa consiguiendo líneas y bingos.
Luego, tenemos que demostrar nuestra habilidad con los naipes jugando todos contra él, en aquel
"juego vil
que no hay que jugar a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!"
Y ahí se vió que jugar contra tantos es sinónimo inevitable de perder.
Otra divertida prueba era reverdecer -para algunos- el divertido arte de la papiroflexia con la construcción de un avioncito de papel, con el que tendríamos que competir en ver cuál de ellos recorría más distancia.
Ahí se vió que algunos no habían hecho muchos en su vida o, al menos, hacía mucho que no lo hacían. Pero lo que es imaginación y tesón sí que le ponían.
Al final, la prueba de fuego resultó tremendamente cómica, porque no conseguimos alcanzar mucho más allá del metro. Algunos caían a plomo y otros mansamente a los pies de los lanzadores. El mío, que prometía, lo estrellé contra el techo en mi afán ganador pero, aún así, quedé primero por centímetros... a unos dos metros de distancia!
Hubo una prueba, que me perdí y no hay fotos -afortunadamente-, en la que se demostró que el pudor queda en segundo plano cuando es cuestión de ganar. No digo más.
Otro en que había que conseguir atrapar tres monedas, o al menos una, que se ponían en el reverso del codo, haciéndolo con la mano del mismo brazo. Total, una demostración del organizador, que debía de haber estado practicando media vida a tenor de su pericia y de la torpeza nuestra. Aún así, Gelen -y creo que Juan también, consiguieron atrapar alguna.
Otro, era cuestión de, si te tocaba el turno en el conteo del resultado de un dado, pagar trescientos Mortadelos o ponerte una media-calcetín en la cabeza -limpia, creo, y distinta para cada uno, como penitencia hasta que otro concursante la "pringara", relevándote en el trance. Así, por eliminación si te tocaba dos veces, los que quedaban al final se repartían el premio del juego.
La verdad es que muchos optraron por pagar, pero otros optaron, en su afán de victoria, se calaron como pudieron el calcetinillo, con aplastamiento de los diversos apéndices faciales y un cierto atosigamiento, pero con muchas risas propias y ajenas, porque el humor, el buen humor, es lo que impera.
En fin, que entre carcajadas y risas nos pasamos la tarde hasta la hora de irnos a cenar.
Por la mañana, Gargantúa; por la noche, Pantagruel
Y ahí que nos fuimos hacia el restaurante San Isidro en donde habríamos de realizar la cena. De paseo, porque está a escasa distancia de la hospedería.
Allí nos sorprende el trato del propietario, con su disponibilidad y buen hacer.
Marga estaba en buena disposición pues, al no haber comido a penas, tenía, más que hambre, necesidad. La cuestión es que si por la mañana había comida para un regimiento, ahora, en la cena, la había para dos.
Según el organizador, nos teníamos que haber quedado con hambre a mediodía para cenar la copiosa variedad de platos de la cena.
El caso es que al final el buen hombre nos retiró una de las dos inmensas tortillas -sin cebolla, por lo que el Topo casi le besa las manos al propietario-, dos pizzas -que deglutieron los rapaces del Topo el día siguiente- y aún sobró mucho de las patatas revolconas y calamares. Una pena, pues estaba todo muy rico, pero incluso a la más hambrienta se le volvió a cerrar el estómago de nuevo.
Total, que la cosa quedó en un cuasi empacho de algunos, a pesar de todo lo que sobró. Nos pierde la gula.
Día 2º: De los maitines a Consuegra
Los Maitines
Conforme a lo ya dicho y ante la imposibilidad de despertarnos a campanillazos, quedó la cosa en que nos iría recogiendo a las ocho y cuarto en la puerta de nuestras respectivas celdas, ataviados con los hábitos monacales que cada uno eligiera la noche anterior, para subir a la azotea a realizar un nuevo juego con el que, supuestamente, habríamos de hacernos acreedores al desayuno.
El maese Topo había pensado para ello un nuevo juego, esta vez de contenido cultural-religioso, que habría de poner en evidencia nuestra poca devoción y recuerdo de la historia sagrada, a pesar de que la inmensa mayoría habíamos sido alumnos de colegios religiosos en nuestra tierna infancia. De ello se deduce que, a veces, cuanto más empeño se pone en dejar improntas, menos se consigue, pues las pocas respuestas que acertamos fueron eso, aciertos, más que conocimientos. Pero aún así, el vernos allí arriba así disfrazados fue también un momento divertido.
Luego de terminar el concurso de desatinos, vino la foto testimonial, foto que acabó con un apretujamiento general en la que la peor parada fue la que estaba en la primera posición, por quedar casi empotrada en la barandilla de la azotea (véase la foto que inmortaliza el momento).
A continuación, ya sin hábitos que el calor aprieta, nos bajamos al desayuno, sencillo pero bien rico y servido sin demoras gracias a la disponibilidad del hospedero, también disfrazado de abate, que nos iba presentando las madalenas, bollos y tostadas y el café con leche y zumo con que regar lo anterior.
Desayunados y listos, salimos para Consuegra.
Los Molinos
Partimos para Consuegra, en donde visitaríamos los molinos y el castillo cercano.
Todo está situado en la cresta de un cerro. Los molinos para acaparar el viento y el castillo para otear al presunto enemigo en la distancia.
Primero visitamos uno de los molinos, llamado Bolero -no me quedó claro el por qué- en el que se ve perfectamente conservado todo su interior y los mecanismos que hacían posible la molienda. Francamente, no me puedo imaginar la tremenda fuerza que esos engranajes pueden producir.
Lo lamentable es que algunos carteles anunciantes de bebidas, refrescos y demás desmerezcan la estética de los molinos con su extemporaneidad. Pero el turismo y la rentabilidad obligan...
Después de la visita volvemos a los coches para subir a lo alto del cerro en donde se encuentran el resto de molinos, en un rápida vuelta que, pareciéndome escasa visita, me propongo estirar haciendo alguna foto, al menos.
Craso error, pues la posterior visita al castillo era también guiada y, afortunadamente, mi error de interpretación no ocasiona un retraso en la entrada de la visita, a pesar de que al pobre organizador parece que le quieren hacer ver que es tarde, aunque estamos puntualmente a las once y media, hora concertada para la visita.
Y allí que nos ponemos "de acuerdo" para realizar la visita.
El Castillo
Lo de entrecomillar ese "de acuerdo" tiene su retranca, porque la moza que nos guía, muy a su pesar o con su desconocimiento absoluto, tiene grabada a fuego la muletilla de acabar todas sus frases con ese "de acuerdo", lo que hace que a los cinco minutos te entren ganas de espetarle un "pues no lo estoy, concho!" pues ya parece que es una coña. Pero no. La mujer se define más tarde como no profesional en esto del guiado castellano, cosa que aunque la disculpa en parte, no lo hace más llevadero.
El castillo está muy bien conservado, y se puede disfrutar de la visita a sus muchas dependencias. Hincapié, "de acuerdo" aparte, nos hace en la visita a los aljibes de los diversos y truculentos usos que se le daban a los mismos, no solamente para la recogida de agua sino para putear al cautivo enemigo.
Más tarde nuestra guía nos explica, con la transfiguración, entre otros, de Ángeles en priora eventual, los usos y costumbres de los propietarios cristianos del castillo, en aquellos tiempos en que el poder era el poder y solamenete importaba el detentarlo.
Y aquí termina la visita en común con los avenidos desde Granada y los Matritenses, pues los "Granaínos" se vuelven por >Ruidera a disfrutar del paisaje y del buen comer junto a la laguna, el convoy del Topo se va directamente a Madrid, pues Mery tiene un compromiso, y el de mi coche, que decide ver de tomar un aperitivo-comida.
Así que besos y parabienes, despedidas de cierre de temporada y muchos deseos de volver a las andanzas en un futuro próximo.
Fin de fiesta en Consuegra
Como ya no puedo saber más que de lo que nos aconteció a los de mi convoy, contaré que Consuegra no nos resultó un lugar propicio para el tapeo.
Nos dirigimos a la Plaza Mayor, con la lógica esperanza de encontrar allí suficiente oferta para culminar nuestro objetivo. Craso error. Allí había un solo lugar abierto de los tres visibles, con mucha gente -por ser el único, cabe asegurar- en el exterior. Otro estaba cerrado y otro a punto de abrir pero que, apesar de tener terraza, no dan más que comidas a partir de la una y media.
Así que nos vamos al único disponible con idea de, si no había sitio en el exterior, dsfrutar al menos del aire acondicionado del interior para acompañar a la esperada cervecita y sus tapitas y raciones. Pero no. El local es un apenas un chiringuito y atendido con poca gracia e interés. Lo que hace la falta de competencia.
Al final nos apañamos de pie en una mesa del exterior en donde podemos disfrutar, eso sí, de una rica cerveza y una tapa. Pero nada más. No hay otras opciones de pedir raciones u otras tapas.
Con todo nos entretenemos en una amena charla hasta que, horario obliga, nos metemos en el coche para volver ya directametne a Madrid.
Legamos a Madrid, a nuestra bendita Mar de Cristal, en donde con el apresuramiento que nos provoca el "achuche" de un autobús que justo está llegando, nos despedimos hasta una próxima y esperada reunión.
Gracias por la experiencia a todos y al Topo por la paciencia.
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