Chocolat
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Los miércoles al sol

Chocolat

Castillo de Coca La fábrica-museo de chocolate Los petroglifos de Domingo García Santa María la Real de Nieva

Los miércoles al sol

Chocolat

Castillo de Coca
Esta vez, la quedada era en Pozuelo -parece que alguno llegó con cierto retraso- para luego encontrarse con este escriba, ya en carretera, y continuar camino. Me chivan que las nuevas han sido recibidas con los brazos abiertos en forma de tirarles un café por encima, menos mal que por lo menos no se han liado a churrazos con ellas.
Llega el primero a mi encuentro Banegas, quien, por cuestión de habilidad o suerte, sale el último de Pozuelo pero llega el primero al segundo punto de reunión, aunque enseguida llegó el resto.
Sin mucha tregua para saludos -porque estamos en una zona en la que no se puede parar, ya que es lugar de salida de camiones que necesitan espacio para maniobrar y ya me han hecho luces algunos mientras esperaba- Concha se sube conmigo y continuamos camino de Coca, para ver su magnífico castillo.
Pero como ya viene siendo una mala costumbre, acabo perdiendo de vista al líder y me voy por la autopista que no toca. Y esta vez no le puedo echar la culpa al bendito GPS. La culpa es toda mía. En mi versión más ahorrativa, tengo configurado el GPS para que no use las autopistas de peaje y, cuando salgo del túnel de Guadarrama, éste pone todo su empeño en sacarme de la A6 para continuar por la ruta de sin peajes y Banegas, solidario me sigue confiadamente. Total, despiste para dos coches y seis pasajeros.
Cuando ya, visto que no veía al coche del Topo por delante, llamo al Topo para verificar que, efectivamente -y nuevamente-, me he columpiado, salimos de la autopista y dejo que Miguel lleve las riendas y el GPS.
Total, 10 minutos de retraso que nos afea el Topo y que evitan que podamos hacer la visita exterior. Pido excusas por ello.
Así que, ale-ale, nos ponemos a realizar la visita. 26 escalones, una sala, otros 26 y otra sala, otros tantos y llegamos por fin a la torre.
En las salas no hay mucho que ver, francamente. Es más vistosa la visita por las torres y murallas del castillo, que ofrecen, además, unas estupendas vistas del paisaje.
Alguna de las "miercoleras" decide que eso de las escaleras no es para ella y se queda a vernos venir de vuelta, no subiendo el tramo final hasta la torre.
Ya en lo alto de la torre, y dado que ninguna fémina accede a su propuesta de "hacer barra" en el mástil de la bandera, se marca una exhibición digna del Circo del Sol, pero en barato y a ras de suelo. Queda constancia gráfica documentada del momento.
De salida del castillo, nos tienen que llamar la atención -por bullangueros- pues allí hay una escuela de forestales y están aún en clase. Unido a esto que alguna elementa del grupo se ha liado a cabezazos con alguno de los muros, que aficiones mas raras tienen algunas, me parece que es a otro sitio que no podemos volver...
Y visto todo lo visible, molestado todo lo molestable y tras la foto de grupo de rigor, continuamos camino hacia Miguelañez, en donde visitaremos la antigua fábrica de chocolates HERRANZ.

La fábrica-museo de chocolate
Llegamos la fábrica-museo en un santiamén, pues no está muy alejado de Coca. Allí nos reciben un par de mozas, con las disculpas por el olor a aceite y el aviso para evitar restregarnos contra la maquinaria exhibida, objeto del aceitado que han sufrido hace nada para su mantenimiento, y para no quedarnos enaceitados nosotros mismos.
Sentados entre las máquinas chocolateras y entorno a la más dicharachera de las mozas, nos empieza a contar ésta sobre la fundación y desarrollo de la fábrica, con tremendo lujo de datos y circunstancias socio-económicas del proceso.
Todo ello con breves interrupciones para bloquear una impertinente puerta batiente que, merced a la corriente que se forma por las ventanas abiertas para disipar el olor del aceitazo, no dejan de dar el coñazo. Más a ella que a nosotros, creo; pero, aún poniendo una silla por cada lado, la puerta sigue en lo suyo de molestar.
Después de los aspectos fundacionales, empieza con la historia de la producción del chocolate; desde la descripción de los frutos y su recolección, a la explicación del procesado del cacao y sus diferentes técnicas de refinado. Todo un alarde de erudición.
Tras ello, pasamos a un comedor en donde nos tienen preparado un ágape de ricos y abundantes embutidos segovianos y unas botellas de buenos vinos blancos de la tierra. Ésto, sumado a las croquetas y sandwiches que ha traido el organizador pensando que pudiera no ser suficiente con lo dispuesto por la gestión del museo. Craso error. Porque a pesar de la afirmación del Topo de que esta vez no nos íbamos a quejar porque fuera excesiva la comida, entre unas cosas y otras, acabamos bien cumplidos. Bien cumplidos incluso de vino, porque la anfitriona nos va renovando las botellas vacías por otras nuevas y fresquitas.
El vino hace su efecto -queda alguna muestra gráfica reflejada en esta crónica- y, entre risas y bromas, llegamos al momento de la cata de chocolates.
La verdad es que, aunque son pedacitos pequeños, acabamos algo saturados pues son bastantes trocitos. Desde chocolates -como el blanco y el con leche- que, según nos explica, son más azúcar que otra cosa y de poca calidad, hasta chocolates más puros y en distintos porcentajes de cacao y diversas preparaciones y mezclas. Incluso uno nos pasa que lleva chile, torreznos y alguna cosa más que mi incosciente ha debido de reprimir para protegerme de malos sueños. Ni el color era de chocolate.
En fin, que tras la cata de chocolates nos dirigimos a Domingo García, en donde se encuentran las anunciadas pinturas rupestres reconvertidas por alguna misteriosa razón en petroglifos.

Los petroglifos de Domingo García
Llegamos al inicio de la ruta tras subir una cuestecilla, que nos sirve a algunos para considerar que si no podría el organizador procurar de no hacerlas coincidir con la digestión. Pero el mal está hecho y hay que subir.
El primero de ellos es la muestra para verificar que -al menos con algunos- hay que fijarse en los carteles para saber qué es lo que hay dibujado en las rocas. Ello consiste en unos monigotillos de señores a caballo, haciendo alguna cosa de sus quehaceres cotidianos, o de animales de la época.
Mención aparte merecen los grabados de otros animales que se han dedicado a marcar sus nombres y dedicatorias de diversa índole en las mismas piedras en donde se encuentran los petroglifos. Todo un alarde de estupidez y falta de luces.
El Topo nos avisa de que la zona es lugar de presencias telúricas, por si algún espíritu sensible pudiera verse influido por esas presencias esotéricas. En fin...
Visita a las ruinas de la ermita, que está en un cerro próximo, de algunos de los excursionistas más animosos y espera en buena conversación de los que opinamos que es más agradable reposar sobre unas rocas, situadas justo enfrente del cerro de la ermita, y disfrutar de verlos subir la cuesta hasta lo alto del cerro.
Tras ello, cogemos camino de vuelta a los coches.

Santa María la Real de Nieva
Ya en el aparcamiento en donde quedaron los coches, algunas despistadas quieren despedirse pensando que ya han terminado las actividades, momento que se aprovecha el Topo para recordar aquello de "... si te hubieras leído la página web de la actividad o, al menos, el correo... etc". Santo y paciente varón.
Llegamos en un plis-plas a Santa María etc, etc, etc, y visitamos un precioso claustro, haciendo la montonada de fotos, cada uno a la suya, y alguna más del grupo.
Marga aprovecha para lucir sus recientemente adquiridas destrezas en el quehacer fotográfico con el móvil, mostrando como hacer una foto hacia arriba, inclinándose hacia abajo en lugar de inclinarse hacia atrás. Supongo que es una consecuencia de su recidivo lumbago. Y digo recidivo porque, parece ser, durante el tiempo que estuvo de crucero en dias pasados, ni se enteró que tenía vertebras. Lo que hace un barco.
En fin que, visto el claustro y la arcada de la puerta principal, nos vamos despidiendo para la vuelta a Madrid.
Mención final y aplauso a todas las lesionadas y limitadas de movimiento, por su entusiasmo y buena disposición para la juerga y el mundaneo a pesar de sus dolencias.
Gracias, sobre todo, al magno organizador de estos fastos -que aprovecha para recochinearse de todos los que laboran en esos momentos de disfrute y asueto nuestro- por su dedicación y exigente organización, y al resto por tan estupenda y divertida compañía.
Hasta la próxima!