Pues ya llevamos dos añitos en esto de los miércoles ociosos.
Había que hacer algo especial y al querido organizador se le ha ocurrido el irnos de pueblos, con pernoctación en Talavera de la Reina, en donde mora Teresa, quien nos hará de guía gastronómica circunstancial para eso de la cena de tapeo.
Cuento a continuación la historia de lo acontecido.
Hacia Bonilla
La llegada a Pozuelo, lugar de la cita para la salida, es -inusitadamente- un paseo sin tráfico alguno; una gozada, vaya.
Así que da tiempo a desyunar tranquilamente unas estupendas porras calentitas.
Al ratico, llega Amelia y se toma también su café. Café que tiene que tomarse al final a la trágala, medio quemándose, porque ya es la hora de la cita y, conocidas otras quedadas en el mismo lugar, me temo que el Topo ha aparcado en la calle de la estación y no va a llegarse hasta la churrería/cafetería.
Allí nos reunimos, pues, con los restantes excursionistas y nos distribuimos en los coches: Feli viaja en su propio auto, que se ha tenido que traer para prevenir posibles contingencias familiares -que, afortunadamente, no se concretan- y Amelia se va con ella; Inés y Ana con su hermano querido y Ángeles y Marga -que, afortunadamente, ha superado su malestar de salud- conmigo. Y así distribuidos, ponemos rumbo a Bonilla.
El Topo sufre un primer "gatillazo" de su "navigator-magnificens V0.1 by KIA", que ya parece que se va pareciendo más al mío. Esto nos hace parar en una rotonda, un poco a trasmano, para recomponer la orientación.
Tras un viaje sin mayores incidencias, llegamos a Bonilla, en donde nos encontramos con Teresa, que se ha venido desde Talavera para visitar el pueblo.
El pueblo es pequeño y, para mantener el nivel alcanzado meses atrás en Portugal, entramos por una puerta que hace que los SUV tengan que meter los retrovisores, porque se entra "llorando" de lo estrecha que es. Aparcamos, con alguna duda, frente a la colegiata y le damos una vuelta al monumental edificio. En el breve paseo, tropezamos con un veterano local que nos comenta que si queremos, podemos visitar el interior de la colegiata y que el "ama de llaves" está a punto de llegar para coger el pan, porque el panadero -que viene de otro pueblo- está a punto de llegar.
Conocemos así a la que nos abrirá el templo para la visita y Marga y Teresa tienen antojos que las hacen visitar también el coche del panificador. Marga se trae dos barras de pan tremendas -se conoce que no ha desayunado bastante- y Teresa un amplio surtido de palmeras recubiertas de distintas especialidades de chocolate. El panadero, que ve la carita que se le pone a Teresa, le regala unos cuantos donuts como bonificación de su compra.
Sin comentarios.
La guardiana se coloca en la puerta con el monedero abierto para ir recogiendo la moneda de euro del precio de su atención, pero el organizador del evento le paga el conjunto con lo recolectado previamente.
La verdad es que el interior de la colegiata resulta más imponente que el exterior, pues el crucero es totalmente volado, sin una sola columna, y tiene unos retablos muy elaborados.
Acabamos la visita improvisada, que no se nos vaya a retrasar la llegada a Hervás, que ahí sí que tenemos horarios de visita comprometidos, y ponemos rumbo sin más demora hacia allí.
Camino a Hervás
De camino a Hervás, creo, sufrimos algún nuevo "tropiezo" de navegación, que se remata con la transgresión de una calle en dirección prohibida. El líder ha pasado por ella como si nada. Luego nos enteramos que no vió la señal -y que su navegador debía estar a por uvas- y allí nos quedamos el resto, dudando entre trasgredir en bloque o seguirlo. Al final optamos pora la transgresión solidaria, con la esperanza de que no hubiera cámaras -hasta el momento no he recibido ninguna notificación de Hervás-.
Nos encontramos allí con nuestra guía que, dado que vamos con retraso, nos recomienda que cancelemos la visita a las ruinas de Cáparra, que al fin y al cabo no dan para tanto, y que redistribuyamos el horario para poder visitar tranquilamente el pueblo de Hervás por la tarde y, además, ahorrarnos los 90€ de la visita cancelada.
Así que, como aún no es la hora de comer, nos damos un paseíllo a nuestro aire por el pueblo, recorriendo algunas de sus callejas, y luego nos vamos a comer a la Hospedería.
La hospedería está bien, tiene un suelo un poco desconcertante porque es un entarimado de cristal sobre el suelo original que produce una cierta sensación insegura, pues la mayoría de las losas están ya un tanto deslucidas y mates por el uso y, alguna que otra, totalmente traslúcida, de tal manera que parece que no la hubiera. Así que los primeros pasos son un poco como de ir pisando huevos.
La comida, bien; algo salado el salmorejo, y no muy amplias las raciones, per suficientes para paliar el hambre. Además, en caso de necesidad, siempre podemos tirar de las barras de pan y dulces de Marga y Teresa.
Después de la comida, nos reencontramos con nuestra ilustrada guía para iniciar la visita. Primero al barrio alto -una inmejorable opción para estar recién comidos- y luego al barrio judío.
Desde el la torre de la iglesia de Santa María y su bastión, se ven unas estupendas vistas 360º, tanto del pueblo como de los alrededores y, aunque hay algunas nubes enganchadas en las montañas circundantes, se puede observar perfectamente el paisaje e, incluso, en algún claro más amplio, las propias cimas de las montañas.
Marga, que venía algo perjudicada por su situación de salud y una exhaustiva resonancia magnética del día anterior, se va animando y cogiendo su ritmillo, lo que la hace sentirse feliz de comprobar la incipiente recuperación de su fortaleza y de su ánimo. Bien por ella!
Iniciamos la bajada al barrio judío, parte principal de la visita, entre comentarios de los motivos y circunstacias de los sefardíes de la época, recorriendo unas vistosas plazas y callejuelas que conducen hasta el río. Allí nos enteramos del origen de lo del "Matarile", tanto en su acepción de cancioncilla popular infantil como la de dárselo a alguien, que proviene de la costumbre de enviar, a los que no abjuraban de su creencia judía, allende los mares, con la muy probable opción de acabar en el fondo del mar. Y es que lo católico no quita lo brutal.
Luego continuamos por la orilla del río, conociendo de la arquitectura local, y nos acercamos por otras preciosas callejas hasta una que pasa -localmente- por ser la más estrecha de España -al menos-. Nuestra guía nos reconoce que, realmente, son juntas de dilatación entre edificios pues, dadas las características de la arquitectura de la época y la tendencia a echar panza de las paredes, era conveniente dejar un espacio amplio entre ellas. Pero de la necesidad, virtud; así que ya tienen otro reclamo turístico.
Una vueva subida -Marga triunfa de nuevo- para acabar la visita en el convento de San Juan Bautista de la Concepción, con una charla previa a la sombra de los árboles de la plaza, y la visita a su interior.
Con todo lo más interesante visto, y el aviso del posible avistamientode algún ciervo o similar por el camino, de nuevo a los coches y ponemos rumbo por una preciosa carretera hasta Granadilla.
Granadilla
Llegamos a Granadilla sin avistar ningún bicho relevante y con la lluvia amagando entorpecer la visita. Pero, al final, las nubes se comportan razonablemente y no nos aguan el paseo.
Lo primero, una ilustrada exposición bajo el abrigo del enorme olmo al lado del peculiar castillo. Digo peculiar porque su diseño circular me resulta distinto de los más acostumbrados en España. Es un torreón almenado que resulta imponente en la muralla que rodea el pueblo.
El castillo tiene un par de plantas a las que hay que subir por la consabida escalera de caracol que todo aquél castillo que se precie debe tener. Es curioso, porque ésta gira a la izquierda, que es contrario a lo que en otra visita de castillo con escalera similar nos habían dicho, que giraban a derecha para dificultar el manejo de las armas a los asaltantes. En fin, sería un castillo de zurdos o lo pensó un torpe.
La visita nos aporta además, entre otras cosas, el conocimiento -y visicitudes- de la letrina del castillo, que parece ser uno de sus méritos principales. Aquí, nos cuenta nuestra guía la anécdota escatológica de una señora a la que le dió un apretón y se compadeció poco de lo histórico-artístico del conjunto, plantando un "pino" generoso que tuvieron que limpiar entre ella y otro compañero. Tendrían que ponerle un iconito de "no defecar" para evitar estos trances.
También nos contó que se organizan asados medievales en el interior de la torre, pero solamente para los niños que acuden en visitas educativas. Una pena, porque un buen asado con su jarra de vino y en plan medieval con ese decorado debe estar bien.
Desde la parte superior se disfruta de otra maravillosa vista panorámica del pueblo y de su entorno, lo que permite ver lo que fue el pueblo y lo que queda de él. Nos cuenta de la diáspora de los vecinos que hubieron de mudarse mayoritariamente a Alagón del Río, un pueblo nuevo de colonización cercano a Plasencia.
Luego visitamos la parte que queda en pie, incluyendo el exterior de su iglesia, expoliada en su interior y reconstruida, y los menos cansados, damos la vuelta al pueblo por su muralla, que ofrece otra atractiva perspectiva del pueblo, la iglesia y el castillo, amén de los alrededores.
Acabamos así la visita y nos ponemos en marcha hacia Talavera, que ya va haciendo gana de cenar.
Noche Talaverana
Diigo lo de la gana de cenar porque Teresa se merienda lo que le queda de bollería mientras conduce de vuelta. La chica está como un pincel, pero come como una lima nueva. Afortunadamente, la guardia civil no la pilla en su trasiego de comestibles.
Al llegar al hotel, la avispada recepcionista nos pregunta si somos moteros. No sé en la pinta de quien se basa para hacer semejante observación, pero vive dios que no encuentro quien diera ese perfil, entre otras cosas porque ninguno llevamos casco. En fin, ella sabría.
Alojados y descansados brevemente, nos reunimos para irnos a la búsqueda de un lugar donde cenar, que decidimos de consuno que sea un acto de tapeo, cosa que pare ser también típica costumbre Talaverana.
Nos quedamos finalmente en la terraza de un bar seleccionado por nuestra guía Talaverana, por su buena reputación en tapas. Jose ha insistido en que nadie le comente los resultados del partido que la selección española compite en ese momento, porque lo quiere ver en diferido y sin conocer el resultado de antemano. Especialmente se lo implora a Inés, que parece ser que es especialista en el destripe de los partidos.
Así que nos sentamos todos con el querido líder puesto en zona sin visual de la enorme pantalla de televisión que hay en el bar y que se percibe a través del inmenso ventanal que tiene a la calle el local. Inés amaga con algún gesto que alarma al hermano, pero, al final, a causa del griterío del vecindario con los goles y demás que impiden el secreto, decide rehubicarse con vistas a la pantalla para ir siguiendo al menos, en lo posible, los goles y sus repeticiones.
Consumimos varias rondas hasta quedar satisfechos, unos antes y otros después, con las tapas diversas y las cervezas/aguas ingeridas.
Luego, en un paseito corto, los foráneos nos volvemos al hotel, porque ninguno, salvo Teresa -que tiene pase de pernocta-, tenemos cuerpo para irnos de copeo. Así que no se sabe si acabó ella la noche de fiesta o no, porque apuntó la posibilidad de ir a ver si encontraba a algunos amigos en otro bareto de por allí.
Así que nos depedimos allí de ella -que no continúa viaje- y nosotros nos vamos a dormir.
Las Barrancas de Burujón
A la mañana siguiente, amanecemos bien descansados y nos vamos bajando a la cafetería a desayunar. Yo me encuentro allí con las hermanas Jiménez, Feli, Ángeles y Marga, que ya han dado cuenta de su desayuno. Hay alguna mención a la diferencia de trato que me otorga el camarero en las tostadas, pues a ellas les ha puesto una sola y a mí dos y más grandes. No quiero especular sobre el criterio de la variación.
Al rato llegan Jose y Amelia, menos madrugadores y vuelve a haber una nueva varianza en lo de las tostadas, volviendo a menor otra vez. Tampoco lo quiero analizar.
Luego recogemos los trastos y nos disponemos a abandonar el hotel tras unas ágiles maniobras automovilísticas a las que nos fuerza un HdP (Hijo del Pueblo) que ha aparcado en lo que es la salida del aparcamiento, que no pueden tener con vado autorizado -cosas de la normativa municipal- más que una, la entrada, quedando al albur de la buena voluntad de los vecinos el que no se aparque en la salida. Pero no ha sido el caso y un interfecto nos ha bloqueado la salida al aparcar allí, ya digo.
Luego, nos vamos camino a la gasolinera seleccionada por el organizador para rellenar los depósitos. Allí, lástima no haberlo podido ver ni grabar, el jocoso guía y organizador le da un susto de muerte a Feli, que esperaba paciente en su coche en animada charla por su ventanilla con Inés. No se le ocurrió al mozo más que coger un cono de señalización de la gasolinera, de esos naranja y blanco, introducirlo por la otra ventanilla y usarlo de megáfono con un alarido que casi hace que le salga el corazón por la boca a la pobre Feli. Las ocurrencias del alegre "primito".
De camino a las Barrancas, se vuelve a bloquear el navegador de Jose. Sin mayores comentarios porque yo no he activado los caminos de tierra en el mío y tampoco lo tenía claro.
Así que, tras un par de cambios de dirección, acabamos encontrando el camino de entrada a las susodichas barrancas. Allí hacemos el breve recorrido por los miradores que permiten unas excelentes vistas de las cárcavas y del embalse de Castrejón, en el Tajo. Luego, nos vamos en dirección a una zona de picnic para disfrutar del estupendo aperitivo que nuestro querido organizador nos tiene preparado. Un gustazo que se le agradece enormemente.
Antes del picnic, Amelia se va "al excusado" de la orilla del camino para la cosa de la satisfacción fisiológica, con la habilidad de coincidir con un par de paseantes que le dificultan la operación. Parece que tiene una cierta tendencia a que le ocurra, según comenta.
Despues de la parada técnica del aperitivo, nos vamos direcos a continuar con al comida en La Puebla de Montalbán, en un restaurante grande y de éxito aparente, en el que "la comepoquito" continúa pretendiendo hacerme servir de "tupper" con eso de que no se tire la comida. Se encuentra mejor, pero sigue comiendo poco, muy poco.
El griterío del restaurante nos hace que no nos extendamos demasiado en la sobremesa y, tras los oportunos besos y despedidas, nos volvemos a Madrid con el gustazo de haber disfrutado en este día y medio de una agradable excursión y de una inmejorable compañía.
Gracias sentidas al organizador y... que no decaiga!