El reencuentro en Peguerinos
Volvemos a encontrarnos tras el lapso estival para ir hacia la sierra oeste, ver varios enclaves de la zona de Peguerinos y acabar en el antiguo Valle de los caídos, hoy -de nuevo- Valle de Cuelgamuros, comiendo en su hospedería.
Acusamos las bajas de Susana y Fernando y la de Feli, que finalmente no han podido venir. Aunque Feli no se da por derrotada y clama por repetir la excursión.
En esta ocasión la quedada es por grupillos, pues entre que a unos les viene mejor, por una u otra causa, -la mía es de proximidad- el "meeting point" final se concreta en la plaza de Peguerinos, de quedada principal de la excursión.
La reunión va por partes, cada uno a su ritmo -que no falte-. Yo creía llegar el primero, pero se han adelantado -desconozco el pódium final- "Las Margas" (a la sazón: Marga, Ángeles y Reyes) y los "Jennys" (Jenny y Samnuel), que han "colocado" -felizmente- a su muchacho al cuidado de la Topa consorte -Almu, por mejor nombre- y no tendrán que volver "tan" a la carrera como usualmente.
Así que cuando whatsapeo (con perdón) mi mensaje triunfal de "ja soc aqui", anunciando la situación meteorológica local, me encuentro con la respuesta de Marga, que me dice que ellos ya están en el Sotanillo, único bar abierto a la sazón, y me da unas "sucintas" instrucciones telefónicas sobre la ubicación del sitiejo en cuestión. Al final acabo preguntándoles a unos locales que me orientan adecuadamente y consigo llegar al lugar.
Las urgencias de siempre aparecen en cuanto llega el Topo, con Mery y sus hermanas Ana, Inés y Gelen, un ratillo después. Pises de última hora y vamos desfilando para afuera, donde nos encontramos ya con el resto de compañeros: Concha, Amelia, Miguel y Alfredo. Los besos y parabienes pertinentes -apresurados-, preguntas sobre la situación del "enfajamiento" de Ángeles y a los coches.
El Mirador de La Naranjera
Al final, para evitar un coche en el convoy, "Las Margas" se vienen conmigo -siempre un placer- y nos vamos yendo hacia nuestro primer "milestone" excursionista.
Hay que ir con cuidado y despacito porque la damnificada lumbar (hay otras lesionadas/os pero no les afecta el traquetreo del coche) no está para muchos trotes, en el mejor y más fiel sentido de la expresión. Así que sorteando con el mayor mimo y no siempre acertada habilidad, vamos circulando tras el Topo hasta la Fuente de la Naranjera, en donde nos apeamos para nuestro paseo (1,1 Km según San Google Maps) hasta el mirador de la Naranjera.
Con algunos traquetreos indeseados, pero inocuos, llegamos a la Fuente de la Naranjera para dejar los coches. La sequía se ha hecho notar, porque la fuente en cuestión está seca como la mojama.
Primeras dudas sobre lo conveniente o inapropiado de qué abrigo subir. Marga se ha traido medio fondo de armario para prevenir diversas contingencias climáticas, pero, finalmente, se decanta por el símil plumífero ante la posibilidad de tener frío. Luego, en cuanto empieza a subir, se da cuenta de que no es tan friolera como pensaba y se enrolla el plumas, cual pareo, a su cintura.
Allí iniciamos el primer y planito tramo del recorrido, hasta llegar a la parte final, más abrupta y empinada -aunque breve- en donde el guía jefe hace un descanso y "briefing" para que cada cual se desmarque de la subida según sus posibilidades. Ángeles -la encorsetada- y Reyes -fiel y sacrificada hermana- se quedan en este punto, pues si bien la subida no le presentaría excesivo "machaque" a sus lumbares, en la bajada, seguramente sea otra la cosa.
Aprovecha el Topo para la crítica constructiva del calzado tan ianapropiado que luce -eso sí, linda y "glamourosa"- Jenny, con unas preciosas "manoletinas" que le hacen un precioso pie, pero también hacen temer por la integridad de quien las calza en aquél abrupto terreno. Pero, a pesar de todo, grande la moza, conseguirá hacer cumbre en el mirador sin el menor percance.
Tras la breve subida, vamos llegando por grupitos al arruinado refugio de la Naranjera, según lo que el fuelle y gusto por la cháchara condiciona, en donde el Topo causa el despiste de Samuel cuando le pide retroceder hasta el refugio para que no se despiste nadie del camino cierto. Pero la cosa queda rápidamente subsanada merced a una buena voz del Topo.
Llegamos al pie del promontorio rocoso que ofrece la mejor vista sobre el monumental monasterio y la cruz del Valle de Cuelgamuros (a) de los caídos. Unas preciosas vistas del monumento, de los montes rocosos que lo rodean, del embalse de La Jarosa, y del extenso llano hasta Madrid con sus "skyline" de torres visibles pese a la bruma. Allí se desgaja el siguiente grupillo por sus limitaciones diversas, Inés y Miguel con sus rodillas dolientes, Concha y Ana con sus propias razones y Marga con su limitada confianza en sus posibilidades -hubiera podido subir sin problemas-.
Total, que los 8 restantes -7 según los cálculos del Topo y líder, pues él no cuenta- iniciamos la subida al promontorio rocoso, dejando a los dolientes en el campamento base 2, al cuido de mochilas y otras impedimentas.
Sin mayores complicaciones, llegamos a la cumbre en donde, aparte de la maravillosa vista, nos aguarda otra sopresa -doble sorpresa-, pues nuestro amado y esforzado organizador se ha paseado hasta allí con tres botellas de cava a sus espaldas, para celebrar el reencuentro en aquél precioso entorno y con un brindis y unos bombones "Lindt". Bueno, una sola botella al culminar, pues las otras dos las ha dejado paulatinamente en manos de las hermanas dolientes del campamento base 1 y en las del segundo grupo de ataque del campamento 2, pero es nuestro héroe.
La segunda e impactante sorpresa -aunque parezca increíble- fue ver beber un sorbo de Freixenet al antialcohólico Topo! Otro mito que cae. No me queda ya más que verlo comer un encebollado. Pero cierto, nadie hizo ascos al cava y la botella cayó enterita.
Brindis en la lejanía con los de abajo y un brindis "selfiero" que al que nos intenta conducir e ilustrar Jenny, muy versada en ello, pero con relativo éxito en la ejecución por nuestra falta de conocimiento de estas exhibiciones fotográficas.
Tras las copas de cava, los bombones y el selfie incomprendido, inciamos el descenso al encuentro del equipo de la segunda base, y -esperamos- al de las de la primera base, pues no sabemos si habrán sucumbido a su botella de Freixenet.
Pero sí, las encontramos bien -alegres, eso sí- y volvemos de nuevo a los coches, camino abajo, para continuar al pueblo "embrujado" de La Lastra.
La Lastra y la visita "acongojante"
No es por citicar -que también-, pero el navegador del Topo -o su intérprete- ya hace agua. En alguna otra ocasión de algún miércoles previo (creo recordar que en el viaje del 2º aniversario) ya había manifestado algún síntoma. Así que, cuando lo veo arrancar en sentido contrario y detenerse para dar la vuelta, sospecho que ha vuelto a ocurrir. Citado a consulta por ventanilla, le comento que sí, que el mío también -oh maravilla- indica como el suyo en la otra dirección. Sín más dudas, llegamos al "tortuoso camino" que da acceso a las ruinas del pueblo abandonado. Alfredo y Miguel se quedan al principio, pues Alfredo no ve muy adecuado el camino para los bajos de su coche, y se van directos a la Hospedería del monasterio para hacer tiempo. Marga jura en arameo por lo abrupto del terreno y su falta de costumbre en esos lances. Yo le doy un toquecillo a los bajos de mi Skoda, pero al fin conseguimos llegar sin mayores percances hasta una pequeña explanada y hacemos lo poco restante del camino a pie.
El Topo que se ha adelantado con su "todoterreno" a preparar la visita. Nos espera con una camisa de seda negra -que nos impacta- para ambientar y presentar adecuadamente lo que será el relato de la historia y las leyendas del abandonado pueblo. Qué excelso look en camisa de seda negra y calzones rojos menguados el del relator!
Se suponía que iba a ser una sorpresa un audio, preparado con esmero, con el relato de las terroríficas leyendas, pero... siempre ha de ocurrir algún "efecto demo" y por falta de un adecuado entendimiento, inicio la locución grabada antes de lo debido, dejando al relator "in vivo" y colgado de la brocha. Hay que hacer un guión con mayores precisiones en el pie de entrada, para que no quede el éxito condicionado a mi entendimiento de lo dicho, compañero locutor.
En todo caso -por los comentarios- parece que a algunos no les resulta tanta la sorpresa (han debido ser curiosos y visto -oh milagro! la pagina web y sus enlaces) y -otras- están más a moras que a relatos. Pero todos se lo escuchan más o menos atentos, entre sus chafardeos y la recolecta de moras.
El paseo por las ruinas queda condicionado y abortado, más que por las moras, por las zarzas que las producen, que han colonizado el lugar y hacen arriesgado para el cutis el franquearlas. Así que, sin queja alguna, nos consolamos en el siguiente "rito" del ya instaurado aperitivo, en donde tras un conjuro "redentor" y quejoso -símil readaptado del de la queimada- nos ponemos como las propias moras. Creo que -quizá- sería una idea oportuna, para alguna ocasión posterior, el hacer más -aún más- contundente el aperitivo y hacer aperitivo y comida en picnic todo de una.
Volvemos deprisita hasta los coches, con Marga pre-atormentándose con el regreso por el camino de cabras que le pareció la venida. Pero la experiencia técnica obligada sufrida en la bajada, ya le hace ir más suelta y tranquila en la subida.
Y arreando, que aún queda un rato hasta rodear todo el valle para llegar a la hospedería.
La comida con retraso
Con todo ello, se nos han hecho las tantas y hemos llegado tarde a la hora acordada para la comida con la hospedería. La vuelta la hago con Mery, amable acompañante ocasional, que nos memos quedado algo retrasados para acompañar y guiar a Marga en la subida del camino pedregoso por el camino adecuado.
Llegamos los últimos pues, con el querido y preocupado líder llamándonos por teléfono porque vamos con una hora de retraso y los hospederos se lo están haciendo saber.
Nos sentamos rápidamente para comprobar que eso de llegar tarde tiene su precio. De los primeros platos, el más apetecible -al parecer- es el de las berenjenas rellenas, pero apenas quedan unas pocas raciones, con lo que hay que reciclarse a la ensalada de gulas, que tampoco estaba mal.
Para el segundo plato pasa lo mismo. El jamón asado ha sido un éxito y no queda más que alguna ración, quedando como opción -y no abundante- la carrillera o, en su ausencia, el rígido salmón con salsa de pimientos.
Ya terminando y arreados por los camareros, ardientes por recoger y cerrar -debe ser que los monjes son muy estrictos con eso de los horarios- Gelen tiene que tomarse su rico flan en la terraza exterior, pues nos echan definitivamente afuera para si queremos tomar cafés y chupitos.
Jenny y Samuel se despiden en ese momento y se adelantan para ver la basílica, pues no aguantan más sin acudir a por su querido vástago, mientras el resto nos quedamos a comprobar que los monjes no trabajan adecuadamente el "concepto chupito", ni en lo de lo que a convidar se refiere -un chupito de siete- ni a la calidad ni a la presentación para su consumo: eso de poner un "cacho hielaco" en un vaso que debería haber estado helado en sí mismo, y lo penoso del sabor del mejunje, hacen que la mayoría experta lo critique con saña.
De vuelta ya el Topo, que no ha cejado en su condición de afable guía acompañante de los "Jennys", nos ponemos en camino hasta el hito final de la ruta del día, la visita a la conflictiva basílica, no sin antes hacer una foto grupal, en lamentada ausencia de Jenny y Samuel. Al final, entre disgregaciones y prisas, no he encontrado momento para hacerla con ellos. Lo siento, queridos míos.
La Basílica
La llegada a la basílica abruma por lo inmenso -y megalomaníaco en mi poco versada opinión- de la arquitectura. Dejando al margen los aspectos socio-políticos, me resulta abrumadora por su inmensidad, su frialdad estética y lo desnudo del interior. Pero claro, para gustos, los colores; a Alfredo sí que le resulta más atractiva por el mérito arquitectónico y técnico de la construcción, que también es innegable.
En fin, que tras verificar el nuevo embaldosado frente al altar mayor, nos recogemos -poco a poco y despacito, merced a la habilidad dialéctica de alguna- para despedirnos y estar deseando, ya desde el regreso, que llegue la próxima "aventura".
Un placer el reencuentro, queridos.