En esta ocasión, a pesar de las previsiones de tiempo acaudalado, nos vamos de "guateque" por la sierra, a la cata de cervezas y espirituosos. La cuestión es que no se nos agüe el día y que podamos llegar -no siendo a nado- a nuestros varios destinos, porque hoy, lo de "al sol", va a estar escaso. Aunque, milagrosamente, también lo hemos podido disfrutar. Tenemos suerte hasta en eso.
La quedada en la churrería
Esta vez, la cuestión era llegar a la cita sin necesidad de alquilar una piragua. El tiempo lluvioso a la hora de emprender camino hacia Pozuelo, era preocupante. El camino, según se aproximaba uno a la capital, era una procesión de coches a una distancia suficientemente próxima como para no perder de vista las luces del precedente -y con ello la supuesta ubicación de la carretera- y lo suficientemente lejana para no subirse a su chepa en caso de una frenada sorpresiva.
Total, que yo que esperaba llegar con tiempo holgado para disfrutar de un relajado y placentero desayuno porrero (de porras, en femenino) he llegado al final con el tiempo apenas suficiente para disfrutarlo con cierta premura, pero acompañado, eso sí, por Mery, más diligente y previsora al acudir en tren a la quedada.
Ella ha llegado a las nueve y ya ha desayunado, con lo que me voy apresurando a engullir las tres pedazo de porras que despachan en el local.
Al poco, aparece el Topo. Concha ya ha llamado a Mery para adelantarle que está en proceso de aparcamiento y que, al parecer, está fastidiado el asunto.
Luego llegan las hermanas Palomino, Ana y Gelen solamente por la baja de Inés a causa de un sindrome catarral. También cusa baja Silvia, por la misma causa pero sin que conste una relación causal entre ambas afecciones. Cosas y casualidades del destino.
Así que, ale-ale, ya nos va jaleando el querido líder para que nos vayamos a los coches. Pises de última hora, en prevención de posteriores urgencias -no está el tiempo para pises camperos- y en marcha.
Hacia Manzanares el Real
Pues nada, a los coches y a Manzanares el Real; a ver su conocido castillo, con la esperanza de que el tiempo amaine -tal y como está previsto por la AEMET- y de que podamos ver su exterior sin tenernos que mudar de ropa a continuación.
Misteriosamente y solamente con un titubeo del líder y guía del camino, vamos llegando sin mayores tropiezos hasta Manzanares. En el camino no nos cae excesiva agua y llegamos correctamente a destino. Allí nos encontramos con el resto de la partida, Tere y Juanra, Marga, Ángeles y Reyes y Feli y Espe. Grupo final al completo.
El agua aguanta y nos da tregua con un leve chispeo hasta que llegamos al interior del castillo. La verdad es que lo han dejado muy "alicatado" con rampas y escaleras por el acceso de taquillas, pero lo han situado -con buen criterio- en el flanco norte para no deslucir el buen aspecto de la fortaleza.
Nos han dividido en dos grupos, con el aviso de no coincidir simultánemente el uno con el otro. Cosas de la gerencia del inmueble.
Iniciamos la visita por el patio interior y las salas, todo bastante bien puesto y bien cuidado, con la presencia y compañía de un grupito ajeno con su guía en inglés, que nos va dando el contrapunto a nuestro propia algarabía.
En una de las salas, la del comedor inmenso, estoy a punto de montar un numerito al tropezar con el cordón del límite de proximidad a los enseres mostrados. Menos mal que un dilecto guardián de los tesoros del castillo me advierte justo antes de que me estrelle totalmente. Le comento amablemente sobre la idoneidad de, dado el ambiente algo penumbroso, poner el cordón delimitador en rojo, algo más grueso y más arriba de las espinillas para posibilitar que los despistados en general y los que vamos más pendientes de la cámara que de los pies, podamos percibirla con mayor facilidad. Pero me dice que daría igual. Bueno, sería cuestión de probarlo. Pero también es cierto que así queda más discreto y no distorsiona tanto el aspecto natural del decorado. Quedo advertido.
Llega el momento de la visita por los muros almenados y la lluvia sigue compadeciéndose de nosotros con un suave chispeo, apenas la humedad de la bruma, y un cielo medio abierto y camino de despejarse nos sorprende, permitiendo un mínimo de visual aceptable del precioso paisaje hacia el embalse. Lástima que la vista hacia la Pedriza queda oculta por las nubes bajas que aún están clavadas en sus peñas.
Pero podemos disfrutar de la visita, subiendo y bajando las diversas escaleras de caracol por las torres, sin ningún tropiezo por las limitaciones de algunas de las excursionistas cn las cuestiones espaciales (en anchura y/o altura) de las escalinatas.
Para no dejar incólume el anecdotario de la visita -aparte mi casi-tropiezo- quedo encargado por el líder de ir haciendo de escoba y arriero del personal, pues él ha de adelantarse para ir gestionando nuestra siguiente visita. Pues nada; a revisar el personal faltante. Cuento, pido cuentas a las presentes sobre las ausentes... me faltan las "Marga & company", Mery, Concha... Genial!
Al poco, van apereciendo las "Marga & company", que se han ido a hacer el recorrido interior de la muralla por su parte baja, y vienen tan panchas. Marga va llamando a Mery por teléfono, pero no le contesta. No puede ser la cobertura, así que insiste. Al final le contesta y resulta que se han ido extasiando en la visita sin conciencia alguna sobre el horario. Total, aparecen triunfantes por la puerta principal del castillo, cuan reinas y divas del Star System nacional.
Así que a la carrera, que el Topo ya me ha vuelto a llamar y que a las doce hay que estar allí. Tenemos doce minutos y el tráfico denso de la carretera de Morarzarzal por delante.
Cata en la fábrica de Cervezas Gabarrera
Llegamos por los pelos -a un minuto de la hora-, los Juanras, Feli y Espe y "nos" mismos, pero las del auto "Marga & company", no aparecen. Organizamos el espacio de aparcamiento disponible para que cuando lleguen, comprimirnos y dejarle un hueco plausible para que aparquen sin mayores dilaciones. Incluso Feli se dispone a modo de barrera humana, protegiendo el hueco ante un miserable mini-coche que quiere quitárnoslo. Pasa el tiempo, más tiempo... y por fin llegan. A Reyes -a la sazón, conductora- el hueco le parece escaso y -en su titubeo- se queda dubitatiba en medio de la calzada, con gran éxito de público tras ella. Al final opta por darse una vuelta por detrás de la bodega y nos reunimos para la cata. (El Topo, muy prudente ante el retraso, no presenta síntomas de alteración nerviosa).
Ya todos reunidos, nos sientan para realizar la cata y recibir las oportunas informaciones sobre el origen y visicitudes de la cervecera, muy ecológica ella. Con el aviso de que -será tradición serrana- nos dividiríamos también aquí en dos grupos para la visita a las intalaciones nos aprestamos para la apetitosa -más bien apetecida- cata de la muestra de cervezas que nos presenten.
Empezamos la cata y... mal. Ya de entrada nos dicen que ellos elaboran sus cervezas por el sistema inglés -dios confunda a la pérfida Albión- y eso presagia que -para mis gustos al menos- la cosa va poniéndose de canto.
La primera cerveza, por mucho que la venda, es un poco agua con bubujillas picantes y un sabor incierto, ligero y alejado de lo que una buena lager o pilsener tienen de sabroso. La segunda, mejora lo aguado del sabor de la primera, pero no su atractivo. Eso sí, el quesito que nos ponen para acompañar, sí que está rico de veras. Total que, con la escusa de mi responsabilidad de conductor, me escaqueo de tener que tomarme algo más que un sorbo para saber a qué saben y cumplo el expediente con discrección.
Al margen de esto, otra cosa empieza a preocuparme: es esta aproximación progresiva de nuestro amado líder a las bebidas alcohólicas. No sé si por mor de su ociosa vida, de lo exigente de tener que mantener el elevado nivel y calidad de los eventos que organiza o por qué otra ignorada causa, pero lo cierto es que con la ya contada experiencia con el cava, esta de la cata cervecera y la posterior del DYC, me tiene francamente sorprendido y mosca.
Pasamos a ver las instalaciones con el amable y dicharachero mozo presentador y, en un plis-plas, nos pone al cabo del proceso productivo de su cervecera. Mientras, el otro grupo ha estado disfrutando de la tercera y última muestra de la producción.
Cuando nos toca hacerlo a nuestro grupo, descubro en la tercera muestra una cierta mejoría que me recuerda, vaga, lejana y lamentablemente, el sabor de una cerveza de abadía. Eso sí, el pincho de anchoa con pimiento que la acompaña está genial.
Como nota al margen, nos informa que ellos están por la colaboración con los productores locales, y me resulta chocante que las anchoas se hayan incluido en esta entente colaborativa con queseros y criadores locales.
Pasan a la visita el segundo grupo y, al ratito, escuchamos el inmenso estruendo de un bidón saltando estrepitoso por el suelo de la estancia vecina. Todos a la carrera a atender lo sucedido -con evidente alarma, especialmente en los compañeros del presentador- y nada, sin daños humanos. No hay sangre que grabar. Ha sido todo un empujoncito jocoso propinado por Juanra a Gelen y de ésta -no tan jocoso- a un bidón en su proximidad. No tengo claro si ha sido venganza de Juanra con la cervecera -a él tampoco le han gustado estos fermentados- pero nos hemos hecho un hueco en la memoria de los cerveceros.
Pues, para terminar, agradecemos la presentación y nos hacemos merecedores de perdón con alguna compra de unas botellas de cerveza, para que no digan, a cargo de los más afines al producto o de las que quieren compartir el gusto con sus amados (ya nos contarás, Chema).
Y camino a comer que se hace tarde.
La comida al sol (pero sin sal)
Llegamos al restaurante siguiendo al coche de Reyes, que se mete, al llegar, por unas calles antes de lo que me dicta mi rebelde GPS. Por no parecer altivo -y por si acaso- la sigo. Pero ella decide aparcar alejada del restaurante, aunque en la calle adecuada, merced a encontrarse con una contradirección a mitad de calle. No conforme con la decisión de aparcar allí, me arriesgo a pifiarla volviendo a la ruta indicada por mi GPS y, oh milagro, acierto. Pero no sin ser criticado por nuestro amado líder por ocupar -le gusta exagerar al muchacho- dos plazas de aparcamiento. En fin...
La comida es en un restaurante agradable, atendido con esmero y diligencia. Aquí el sol, curiosamente, nos ataca y llega a resultar incluso molesto, si exceptuamos a Tere, de sangre fría, que lo agradece mucho. Al final tenemos que pedir que nos extiendan un toldo suplementario para no tostarnos en exceso.
Juanra, deja grabado un testimonio para la crónica multimedia sobre sus pareceres y esperanzas en el día. Queda constancia de ello en el video ofrecido con esta crónica.
Al sol, pero sin sal. Disponen de un cocido bastante apañado, salvando el tema de la sal. Yo, aquí, tampoco soy muy objetivo, porque los garbanzos me gustan casi como sean y, como los como escasamente en casa -cosas de los gustos familiares contrapuestos en lo gastronómico-, casi perdono cualquier deficiencia ,si resulta de menor entidad.
El resto de la compaña, se apaña con sus menestras, revueltos, chuletas y boquerones y no oigo quejas ni ovaciones al respecto.
La comida es breve en el tiempo, aunque suficiente. Pero tenemos que ponernos en marcha de nuevo con una comensal que aún tiene pendiente tomarse su té. Total, que se lo lleva en un vasito para el camino y ya está solucionado.
Y a por la última etapa de la jornada: la destilería de los whiskys DYC.
Visita a las destilerías DYC
Llegamos a la destilería -inmensa destilería- muy próxima a Palazuelos, en donde hemos comido.
Nos inician la presentación con una exhaustiva información sobre el aprovechamiento y sinergias de la produción y el cultivo, realizado todo en un mismo lugar, a orillas del Eresma.
Luego, de que no podremos tener encendidos ninguno de los aparatos que llevemos y que usen baterías, por causa de las zonas ATEX derivadas de la producción y almacenamiento de alcoholes. No deja de ponerme un poco nervioso el asunto y apago todo mi equipo hasta nueva instrucción de que puedo encenderlo de nuevo.
El resto que no quieren o pueden apagar sus aparatos, tiene que dejar los móviles en el alféizar de una ventana, porque se les ha pasado advertir para hacerlo en lugar más adecuado. Pero, allí en DYC, todo el mundo -los 60 que son en plantilla- son muy honrados, según nos cuenta nuestra guía y presentadora y no hay nada que temer.
Conocemos la historia del prócer promotor de la compañía, sus hitos, sus productos, sus calidades... También nos muestran una cara y selecta botella de un whisky de 20 años, del que solamente se produjeros 71 botellas numeradas y la muestra expuesta. El diseño del estuche y la botella, diseñados ambos por Lorenzo Caprile, y el cristal de la botella soplado artesanalmente en la Real Fábrica de crital de la Granja... todo ello para contener un licor que, envasado en tan lujosa presentación, saliera en su día a subasta en 640€, lo que ya es "un pastón", para llegar a más de diez mil euros en la puja ganadora... Hay que estar de los nervios o ser muy snob, creo yo, aparte de adinerado y disipado. Pero cada uno con su bolita.
Luego, visitando la planta de producción, impone el ver aquellos aparatos y lo celoso del protocolo de seguridad, pero se agradece. Aunque veo un tubo bergman (o similar) que deja al descubierto sus cables en una de las cubas, pero me inhibo de hacérselo saber a nuestra anfitriona por no parecer el listillo inoportuno de siempre.
Visitamos los inmensos alambiques mientras nos van explicando los diversos procesos de selección y separación de alcoholes y otros subproductos, el aprovechamiento y reaprovechamiento de energía y aguas, y visitamos la inmensa bodega de crianza, repleta de toneles y apestosa en cuanto al olfato de los no aficionados al afamado licor escocés.
Luego, con unos cuantos videos ilustrativos de las distintas calidades existentes en esto del whisky, nos vamos acercando al momento estelar de la visita: la cata de los productos.
Nos sigue ilustrando sobre las distintas maneras en que se producen las diversas calidades del whisky: el blended, el single malt, su envejecimiento... todo francamente interesante.
Después iniciamos el momento de la degustación de los whiskys de 8, 10 y 15 añitos. Sí que, como nos decía nuestra acompañante y guía, había diferencias apreciables entre ellos. Mucho más suave... pero no. Sigo siendo un desafecto al producto, por mucho que reconozca su calidad intrínseca.
Compruebo, con asombro y renovada preocupación, que el Topo se une a la degustación y no lo veo hacer especiales aspavientos. Se estará alcoholizando por solidaridad, por curiosidad o por simple desesperación?
Terminamos la visita y nos despedimos, no sin que Gelen sea amonestada antes de ello por su distinta percepción de lo instruido por su querido hermano respecto a los horarios y momentos oportunos para compras y necesidades diversas.
Gracias a todos por estar, por venir con ganas y con buen humor.
Nos vemos en la próxima!