El Titanic y la Feli
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Los miércoles al sol

El Titanic y La Feli

El panteón, la basílica y el paseo El Titanic Las cañas, el juego y la comida El museo de la Feli...cidad La gran torrija

Los miércoles al sol

El Titanic y La Feli

El panteón, la basílica y el paseo
Bueno. Pues esta vez la cosa quedaba en Madrid, en pleno centro, empezando por la cita inicial en el Panteón de hombres ilustres. Panteón oficialmente denominado "Panteón de España" desde 2022, por aquello de que, aunque no hay una sola mujer ilustre allí enterrada o conmemorada -y no será por falta de mujeres ilustres- parecía poco políticamente correcto seguirlo denominando "de hombres ilustres". Cosas del vigente amaneramiento en lo del género, supongo.
Yo llegaba ya con unos minutos de retraso (no llegarían 5, como mucho; lo juro) y había ya allí concentrada una pequeña multitud. Multitud que se afanó en incitar al líder en mi reproche por la impuntualidad, golpeándose aviesamente todos el reloj -o la muñeca al uso, en su ausencia- para hacerme evidente, ya desde lejos, mi retraso.
Así que, al poco, iniciamos el que sería un breve, aunque excesivo, recorrido por el susodicho panteón y la Real Basílica de Nuestra Señora de Atocha.
El panteón no da mucho de sí, un claustro -un trozo de él, pues el cuarto lado que rodearía el claustro no es visitable- con su jardincito central y los sepulcros. Muchos de estos sepulcros no tienen realmente ocupante, pero siquen siendo el homenaje y la obra de arte de artistas del mazo y el cincel, en el que Benlliure es el más conocido y prolífico en encargos.
A continuación, pasamos a visitar -muy brevemente también- la basílica, que tampoco da para mucho admirar. Pero el sol que se filtra por las cristaleras del claustro con su luz otoñal, le da un ambiente acogedor y vistoso, con su jardin interior y su pozo. Las vidrieras de la basílica también brillan con esta maravillosa luz que las atraviesa y hace destacar el precioso damero de su suelo.
De allí salimos con premura para dirigirnos ya hacia las salas del Matadero. Obsérvese que he obviado, explícitamente, la simplificación oportunista de decir "irnos al Matadero" por evitar las bromas fáciles y paralelismos con la bajada -a matacaballo- por el Paseo de las Delicias. Paseo que no fue tan "delicicioso" por la necesidad de ir recuperando el tiempo y retraso en el que habíamos incurrido. Al final no está claro si fue el tiempo excesivo dedicado a estas visitas o que no conseguimos la perfecta cadencia de paso legionario que le gusta al nunca suficientemente bien ponderado líder. Pero así, dale que dale, conseguimos llegar -tarde- a la visita de la exposición del Titanic.

El Titanic
El querido líder ya se había adelantado -en su trote marcial- para llegar a consolidar la plaza y el horario de nuestra visita ante la organización del Matadero y el público que tenía que realizar el siguiente turno de visita. Porque algún comentario poco afectuoso oímos de los que estaban consignados para las 11:45. Pero, como dice el Topo, que se "xodan" con jota, que aún no eran las 11:45. Total, que pasamos entre comentarios poco clementes para hacer la visita.
El inicio fue flojito, había unos pocos cachivaches en unas escuetas vitrinas y un par de trajes de época -señora y caballero- para ilustrar un poco el ambiente.
Luego, una primera experiencia virtual, virtualmente escasa más allá de enseñarnos a los -supongo- músicos de la orquesta del Titanic. Poco efecto visual, francamente. Especialmente si la comparamos con la misma experiencia vortual de la anterior exposición sobre Pompeya.
Luego continuamos con proyección en la sala inmersiva y, esta, ya consiguió un mejor logro de realización e impacto visual. La historia de una niña y su padre que lograron escapar de aquella tremenda hecatombe marítima. Afortunadamente, tuvieron el buen gusto de no buscar una historia truculenta de alguna de las muchas ocurridas y usar esa con final feliz.
Porque, la visión del barco inundándose rápidamente y ver los salones asaltados por el agua, llegaba a producir una idea clara de lo que aquello debió ser.

Un tanto menos atractiva que la anterior experiencia de Pompeya, como decía, pero suficiente para cubrir el expediente y hacer la visita. Pero, como exposición en sí, las he conocido mejores.
Para los que tengan el capricho, pueden ver en mi web el VIDEO (más o menos completo) de la proyección en la sala inmersiva.

Las cañas, el juego y la comida
Y, sin salir del Matadero, nos fuimos a la ya conocida "Cantina" en donde nos tomaríamos el consabido -a la par que esperado- aperitivo cervecero. Pero no sólo fue eso. Al querido líder, como después de la comida no daría tiempo al -ya casi extinto- juego del Kahoot, se le había ocurrido un nuevo jueguecillo para matar el rato. Total; que nos organizó en grupos sexistas -lo que evidenció la flagrante minoría masculina- para organizarnos un nuevo entretenimiento. Madrededios, qué tremendo mujerío!
El nuevo pasatiempo, consiste en apretujar un mensaje en el interior de un envoltorio de hoja de aluminio. Apretujar no sería la mejor expresión de la bola de hoja de aluminio, aquello estaba apachurrado y prensado a muerte. Y el mensaje se encontraba en unos recortes de papel con una pregunta/acertijo escrita -antes de cortar el pliego de papel, se sobrentiende- que habían sido embutidos, arrugados y prensados con la mayor mala fe, con el objetivo de que costara un montón el desacerlos y, más aún, no hacer nuevos trocitos de los trozos allí contenidos. Un nuevo alarde de imaginación de nuestro querido organizador de festejos y putadicas.
Total, que una vez incurridos en alguna penalización por comentarios a la organización y tras averiguar en dónde tienen el pelo más rizado las mujeres (África, por supuesto), el género masculino conseguimos el no se sabe si honor, pero desde luego ningún premio, de ganar el certamen del Albal.
Después de ello, a comer en el centro comercial Plaza 2 y en la casa Carmen.
La comida, fría. Supongo yo que por mor del retraso que íbamos acumulando, pero los tallarines estaban (como decía mi bienamado padre) para ponérselos a San Melogio en la barriga. (El santo creo que era del imaginario personal de mi querido padre, poco aficionado a lo clerical).
Pero comimos, charlamos y descansamos, que ya llevábamos un buen rato de paseos y de pie. Luego, a la Feli.

El museo de la Feli...cidad
Y, la Feli, no era nuestra querida Feli, que no. Se trataba del Museo de la Felicidad, situado -para nuestra infelicidad- camino arriba de Jaime el conquistador, y -por supuesto- camino que habríamos de recorrer (nuevamente, pero esta vez con la barriga llena) a paso ligero porque, una vez más, llegábamos tarde. Total que, paso ligero y camino de la Ronda de Valencia.
Llegamos sudorosos -algunos; los del Cabify, frescos como lechugas- y nos pusimos a ver lo que nos explicaban del susoodicho enclave de la felicidad.
Empecemos por decir que museo, museo... pues no. Y felicidad... pues bueno, las ganas de juerga y divertirnos que llevábamos nosotros mismos como patrimonio, inasequibles al aburrimiento, porque, en fin, aquello era un tanto naive.
La primera gracia, era la de saltar en unas mini camas elásticas agarrados a una barandilla -evidentemente por razones de seguridad- que, a esas horas, tras la reciente comida y con la más recientre subida al trote, se me antojaba a mí un tanto inconveniente.
Pero, como hay gente "pa tó", el Topo se pone a dar ejemplo, y, también, algunos otros exaltados que se ponen a dar brincos sin compasión por los elásticos saltadores.
Luego vamos recorriendo las distintas atracciones que habrían de llevar a florecer nuestra felicidad. Insisto, esto va de que tengas ganas de juerga o no, porque los "inventos" propuestos son un tanto ingenuos y para chavalines más que otra cosa.
Reirnos, ya digo, nos reimos... pero fue más por nuestro propio mérito que por el estímulo externo,pienso. En fin, no más comentarios.

La gran torrija
Como colofón, fuera del programa oficial, una nueva excursión; ésta vez, a la tasca de Antonio Sánches, en donde -supuestamente- se sirven torrijas desde lo más antiguo de 1787.
El paseo me/nos dió a conocer que nos han cambiado bastante la fisonomía del Madrid de Lavapiés y Latina que conocíamos y que yo recordaba, pues hace bastante que no visitaba el barrio, más allá de pasarme por Fotoocasión o Barrabés, en la Ribera de Curtidores. No fui capaz de reconocer ni siquiera la Plaza de Cascorro. Una tristeza. Pero el local sí que es rancio y conserva el sabor y el buen criterio de mantener una decoración original y adecuada a su antigüedad.
Las torrijas, no sé si serán las mejores. Pero no estoy muy seguro de que, si hoy levantara la cabeza, Alfonso XIII quedara conforme con esta nueva versión del dulce.
El fin de fiesta, con bocata de calamares en "El Brillante", se vió frustrado por los diversos atrasos acumulados y hubo de quedar en, solamente, el lugar de despedida hasta una nueva aventura de miércoles al sol.
Gracias, amigo Topo; gracias, amigos todos, por vuestra compañia y buen estar y ser.
Hasta el próximo miércoles al sol!