Safari Real
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Los miércoles al sol

El Safari Real

San Ginés Palacio Cerralbo El cambio de guardia Una cita en el Anciano De viandas y cumpleaños El safari fotográfico Las Colecciones Reales

Los miércoles al sol

El Safari Real

La mañana se presentó absolutamente primaveral. Tan soleada y brillante que daba gusto pasear por las calles del centro de Madrid, a esas horas y con esa maravillosa luz. Las calles, aún no muy ocupadas por la gente camino de sus asuntos, brillan con los edificios iluminados por ese sol aún en ascenso y con las sombras intensas que provoca.
Otra cosa es la triste imagen de los sucios rincones donde se acumula la porquería. Da pena ver bolsas de basura acumuladas y desparramadas en las esquinas y algunas otras imágenes que remontan a tiempos peores. Pero no voy a hacer ninguna crítica social, que tampoco es el objetivo de esta crónica. Me quedo con lo bonito y ya está, para qué hacerse mala sangre.
La planificación de nuestro querido organizador era bastante apretada, como siempre, y hoy íbamos a ver el Palacio Cerralbo, el cambio de guardia en el Palacio Real, tomar el aperitivo -cómo no- en "El Anciano", la comida -de seguido, para no perder el ritmo- y, luego ya, después de la comilona, el safari fotográfico y la visita a las Colecciones Reales.
Y así nos fue:

San Ginés
El punto de encuentro era en la muy clásica chocolatería de San Ginés. La hora de la cita era razonablemente tempranera, pero a los que vivimos extramuros de la city -más aún si usamos el transporte público, tal como la ecología y la economía recomiendan-, nos cuesta llegar con la precisión requerida. RENFE da para lo que da en puntualidad y los atascos de entrada a Madrid por carretera dan para menos. Así que ya sabíamos algunos que íbamos a quedarnos fuera del sorteo para las plazas de visita guiada al Palacio Cerralbo -sólo los ocho más puntuales pasarían, a lo Indiana Jones en la última cruzada-, y habría que conformarse con las más plebeyas plazas de visitante suelto.
El callejón de San Ginés y la calle de Coloreros se han convertido en un monopolio de la chocolatería. De ahí que fuera un poco lioso, a pesar de lo concreto de la cita en Callejón de San Ginés, 5. Resulta que la sucursal de Coloreros -y a causa de que estén todas en un pañuelo- también está en el 5 de esta calle, lo que me obliga a preguntar, por si acaso. Pero una amable muchacha me acompaña hasta el local correcto, donde ya me espera el querido amigo y tocayo, a la par que organizador y guía de estos fastos.
Dentro ya se encuentra todo el grupo prácticamente al completo, churros y porras en ristre, en una exultante alegría gastronómica, con sus chocolates y cafés con leche y azúcar extra para remojar los fritos. Se conoce que el incentivo churro-chocolatero tiene mucho tirón e incentiva la puntualidad.
Alguna hay que los maneja a dos manos (queda constancia, documentada gráficamente) pero es que están tremendamente ricos, tan crujientes y calentitos. Eso sí, creo que al patrón se le ha ido la mano encargando raciones, pues sobran churros a porrillo. Seis per cápita ya son bastantes y sobran un montón. Yo, al final, acabé dando cuenta de no menos de nueve, que luego servirían de buena base para el cocido. Así se me puso la panza que se me puso. Pero no puedo echarle la culpa a nadie, que la boca la manejo yo todavía.
Josele es el último en llegar, pues se ha tragado lo mejor del atasco matutino para llegar al parking y así quedamos ambos excluidos de la visita "premium", en la que estaremos también acompañados por Samuel, Patricia y solidaria y altruistamente -por amable autoexclusión, supongo- por nuestro querido líder.
El líder se embucha sus porras con chocolate de pie, interrumpiendo de vez en cuando para la ingesta su ajetreado ir y venir, ocupándose de que todo el mundo tenga chocolate o café, sus porras y churros e, incluso, su vaso de agua.
Luego viene el momento de la recogida del impuesto para sufragar los gastos del día. Gasto que se hace sin dolor, porque siempre es para el disfrute. Agotador, pero disfrute.
Y con ello consumido -en lo que los buches dan de sí- nos vamos camino al Palacio y museo Cerralbo.

Palacio Cerralbo
Iniciamos la ruta a paso ágil, camino del museo, callejeando por el barrio de Santo Domingo, en lugar de continuar por la calle del Arenal hasta la plaza de la Ópera y de allí, por Arrieta y San Quintín, llegar a Bailén, Ferraz y al susodicho museo. Pero como el que organiza, manda y ordena y Google se lo había dicho, nos fuimos hasta la plaza de España por Leganitos y, ya de allí, a Ferraz. El resultado es el mismo, pues llegamos, pero algunos dudamos de que Google ilustrara adecuadamente al líder en el mejor itinerario.
Llegamos al museo y los privilegiados puntuales entran a su visita. El resto tenemos que esperar unos minutos a que el grupo se adelante lo suficiente, para no mezclarnos con ellos, por aquello de la seguridad -parece ser- y con el aviso de no acercarnos y dejar aire entre nosotros como en guateque añoso. También, con el aviso de que si quiero usar mi GOPRO, tengo que desmontarla de mi empuñadura extensible. Y aunque le juré hasta por Snoopy a la responsable que no pensaba extenderla -la empuñadura- tuve que grabar sujetándola a mano. Un latazo, pero no un impedimento, que cuando me pongo en modo "Pro" no hay barreras que no puedan superarse.
Iniciamos la visita por el inmenso palacio, que no da la apariencia de ser tan inmenso -ni rico en contenido- desde el exterior. La de veces que habré pasado por allí (es mi primera visita) ignorando que aquello era algo más que la casa de un acaudalado.
Los suelos nos acompañan desde el inicio con su crujir de madera añosa -perfectamente conservada o perfectamente restaurada, no sé- por una serie de pasillos, estancias y salones, abarrotados de todo tipo de objetos ilustres: mucha reliquia militar en forma de yelmos, armaduras y armas de corte y de fuego, cuadros y fotografías de momentos y personajes reseñables, libros en una abigarrada y sorprendente biblioteca, salas para el ocio y el trabajo. Y también para el aseo, pues había abierta una sala de baño con su inmensa y sólida bañera de mármol. También expositores con menaje de mesa y diversos cachivaches de toda índole.
Los salones y pasillos engalanados con obras de orfebrería y cristal, con unas sofisticadas lámparas en cristal de diversos colores; los salones para las reuniones de sociedad y sus bailes... todo en una nutrida y perfectamente expuesta muestra de lo que, para mí, es un museo bien dispuesto. A diferencia de otros palacios tan lindos como éste -los de Sintra en Portugal, por ejemplo, que fueron en un tiempo remoto equiparables en la calidad cuantitativa y cualitativa de su muestra- que fueron perdiendo su frescura por el vandalismo y los hurtos de los visitantes, en este museo está todo aún con una presentación que, aunque no permite el deambular libremente por bastantes de sus estancias, sí permite contemplarlo con suficiente proximidad, como si de una "casa" aún con vida se tratara. Todo un placer.
También es curioso ver el jardín interior, con sus bustos desnarigados que, a falta de ilustración de este aspecto de la guía "in situ", la posterior consulta de nuestro querido Miguel a la IA (Inteligencia Artificial) describe las posibles causas -de manera genérica- en el vandalismo, la superstición o los accidentes. Se queda así ella -la IA- tan a gusto, citando todas las posibles causas pero sin identificar unívocamente la cierta. Yo, con mi propia inteligencia, opto más por el vandalismo y la mala uva de mucha gente que venga sus frustraciones sobre el patrimonio del rico. Máxime habiendo habido de por medio una guerra como la civil, que dio oportunidad a tanta destrucción. Poco fue, en este caso y afortunadamente, lo destruido.
Quedan atrás las rimbombantes salas de baile, los pasillos y salas con atesorados recuerdos, la sala de billar, la biblioteca y el inmenso comedor. Una última recomendación de una vigilante afanosa nos recomienda la visita a una exposición temporal, de la que dejo aquí un par de documentos que ilustran su contenido: Del Château al Hôtel. Los palacios de los marqueses de Cerralbo y Villa-Huerta y la de la Interludio. El Museo Cerralbo. La Gran Ampliación, 1948.
También, para los que quieran rememorar la visita con guía, dejo aquí el enlace a la visita guiada virtual.
La visita de los de por suelto termina algo antes que la de los privilegiados guiados, y los cinco de la partida plebeya nos quedamos descansando un ratito a la sombra, en un banco de la calle Ferraz, al borde del parque de la Montaña; un placer para los sentidos.

El cambio de guardia
Reunida la tropa de nuevo, nos dirigimos -esta vez sí, por Bailén- hasta la plaza de Oriente, para ver el cambio de guardia de la Guardia Real del Palacio Real, todo muy real como se ve, y que se realiza cada media hora, no sé si para solaz de los curiosos y visitantes o, simplemente, para descanso en las solanas y las heladas del personal de la tropa -y los caballos- que realizan estas guardias.
Por el camino aprecio que Marga va jorobada, medio escorada de la espalda por una nueva dolencia. Se le juntan un poco las penas y dolores, pero es inasequible al desánimo y no desfallece en el camino. (Por lo menos hasta llegar a la visita a las galerías reales, pero eso es cosa ya de la narración de la tarde).
Llegamos mediado uno de los relevos de la guardia, con lo que entre lo perdido por el desfase con su inicio y la cantidad de gente apiñada situada en primera línea, nos quedamos un tanto a dos velas. Pero no; no nos íbamos a quedar sin verla completa. Estaba todo previsto. El líder nos lleva a un aparte en los jardines de la plaza, donde el paseo de los reyes, para ilustrarnos con su prolija organización de los diversos grupos para los juegos que habrán de venir a continuación, durante la comida y el safari fotográfico. Patricia se nos queda entretenida con los caballicos de la guardia (o los guardianes, no me consta la verdad del retraso) y, despistada, llama por teléfono pidiendo socorro para conseguir reunirse de nuevo con todos.
Reunida ya la tropa al completo y algún taco después -el mocerío no se achanta ante el líder y siguen en su cháchara, divertidas y a lo suyo- el Topo consigue explicar la organización y componentes de los varios grupos, con lo que nos vamos de nuevo para el inicio del siguiente relevo de la guardia, esta vez con sitio en primera fila, lo que da para organizarnos y hacer una primera foto de grupo, a la espera de la definitiva con los amigos aún por llegar, y en prevención de que no pudiera realizarse por cualquier contratiempo.
Un poco soso el cambio de guardia. La precisión del cabo al mando -pienso yo que lo sería, pero no le vi los galones- y la tropa no dan para mucho lustre. La sincronía de gestos y taconazos y de esos choques de los regatones metálicos de las culatas... en fin, que los he visto, si no hecho yo mismo en mis tiempos cuartelarios, mejores.
Los caballos y jinetes, eso sí, muy amables y tolerantes con el público y sus caricias. Algo marranos -al sentir de los humanos- en sus costumbres licenciosas a la hora de deponer, pero solícitos en la recepción de contactos, mimos y disponibilidad para las fotografías y selfies del personal.
Patricia se hace selfi-fotos con los caballos y aún pide que le hagan alguna desde lejos, para que le entre el caballo entero en el encuadre. Se ve que le gustan los bichos en general, no solamente los perros.
Acabado el relevo de la guardia, nos vamos con ganas -el calor se hace ya notar- camino del aperitivo anhelado.
PD Los que quieran ver el cambio de guardia completo pueden hacerlo a través de este enlace.

Una cita en el Anciano
Terminada pues la ceremonia del relevo, nos dirigimos sin más pausa hacia el bar "El Anciano" ilustre y decana tasca, en donde ya estuvimos en algún miércoles de temporadas anteriores, pero con peor tiempo, eso sí.
Allí nos esperan vermutes y cañas, con sus olivitas, canapés de bonito y patatas bravas. Hay que decir que las bravas son un tanto engañosas. Y me explico. Al principio, la salsa insulsa con la que las adornan no sabe a nada, ni picante ni salado. Unas patatas -tampoco muy allá de punto- que ni fú ni fá. Pero luego de ingeridas varias, va apareciendo un "deje" picante por acumulación, pero que no aporta más que sabor exclusivo a picante, sin mayor gracia. Uno está más acostumbrado a las salsas que dan la cara desde el principio, sabrosas además de picantes, que adornan el sabor de una patata bien hecha. Pero es lo que hay. Cada vez es más difícil encontrar una buena factura en algo tan tradicional. Qué se le va a hacer.
Allí llega -por fin- Ana, que la han tenido esperando en su cita médica más de una hora, hay que jorobarse. Se incorpora rauda a las cervezas y se pone al día enseguida. También se nos une, más tarde, Reyi, que nos acompañará en la comida nada más.
La verdad es que ya hacía "ganita" de echarle algo a la andorga, tanto líquido como sólido, pues los churros y porras, a pesar de lo copioso, han pasado a mejor vida, y el calor hace necesaria la rehidratación.
Nos hemos colocado en el centro neurálgico del local, en el extremo más interior de la barra, justo en el estrecho paso a la zona de servicio del personal y a los comedores, con lo que no hacemos más que interrumpirles el paso a ellos y ellos a darnos un tanto la lata con sus paseos. Además, nos hemos puesto junto a la escalera por donde trajinan con los productos para la cocina: unas cajas con verduras variadas -entre las que destaca una bolsa de soberbias zanahorias- dan fe de ello.
Y cumplida la faena del avituallamiento, nos vamos camino al cercano restaurante "El Ducado", en donde nos terminaremos de arreglar (o estropear) el cuerpo.
También aprovechamos que será el último momento de que estemos al completo para hacer por el camino la foto grupal de rigor, ya que Reyi no nos acompañará más que en la comida y el resto saldremos por grupos y de estampida para el safari fotográfico tras ésta.

De viandas y cumpleaños
Ya en el restaurante, empezamos con la odisea de organizarnos según el seminario previo impartido por nuestro líder en la Plaza de Oriente. (Quiero aclarar que lo de líder y Plaza de Oriente, no tiene connotación política ni añoranza alguna).
Más o menos nos acordamos, pero él, muy sufrido, nos vuelve a recordar el orden de los equipos. Alguna se lleva un chorreo por apostillar y "hacer eco" de las instrucciones, pero, al final, todos acabamos correctamente distribuidos en la mesa.
Hay que esperar a que acabe la distribución y la arenga para poder bajar al servicio -para aguas menores- y, con la espera, casi tengo un percance. Ocurrió que, como la escalera es estrecha y -además- con plantitas adornando los escalones que la hacen aún más angosta, no se puede transitar en los dos sentidos simultáneamente. Y hete aquí que fui a coincidir con un grupo de mayores -muy mayores y con una movilidad también muy reducida- y esa fue la faena. Faena superlativa -sobre todo- si se ponen a subir esperando a que el anterior esté casi arriba. Uno, que sigue teniendo su educación, cortesía y especial consideración a los mayores (más que uno mismo), les cede el paso. Pero cuando veo que el ritmo y cadencia de subida de ancianitos se demora y dilata, empecé a temer cómo acabaría la faena. Alguno de los ancianos, en su deterioro, debe para para tomar resuello y el último, cuando iba yo a abordar la escalera para abajo, intentando intercalarme entre ellos, alcanza el primer peldaño antes que yo... En fin, que llegué por los pelos. Pero llegué.
Luego, mientras comemos, empezamos con los jueguecitos. A mí, mi madre me decía que en la mesa no se jugaba; pero el Topo ha definido nuevas normas de urbanidad y no hay forma de comerse el cocido tranquilo. Un estrés. Querido lider, hay que respetar los momentos de la comida, pues comer con semejante presión no es saludable. Déjanos al menos un momento de reposo.
Pero, en fin... Entre bocado y bocado -a veces a boca llena- hay que ir respondiendo a las preguntitas de nuestro líder y organizador, con lo que así iremos acumulando méritos para establecer el decalaje de salida a la siguiente actividad/concurso.
Un momento emocionante, ya en la sobremesa, fue aquel en el que Emilio nos regaló un libro, del que es autor -en el que incluyó una tierna dedicatoria- y del que fui el elegido como primer lector.
Porque la cosa es que no quiere darle especial difusión a su obra por ser un tanto realista con los nombres de determinados personajes -a pesar de su declaración previa en el prólogo de ser una absoluta ficción literaria- por lo que apenas ha impreso algunos ejemplares en autoedición, para compartir con unos pocos elegidos y con el compromiso de los lectores de no difundirlo. Cuando lo empecéis a leer lo entenderéis perfectamente.
Debo decir que yo empecé a leerlo en el tren, ya de vuelta a casa, y que fue el viaje que más rápido se me ha pasado de los que llevo hechos desde que me he pasado a lo del transporte público. Pero continuaré su lectura una vez terminado esto de la crónica, pues, si me pongo con él, hasta que no lo acabara no habría crónica (Aunque al final entre rato y rato me he leído ya la mitad).

Cuando lo termine lo iremos pasando entre todos para compartir el placer de su lectura. Luego, propongo hacer un "libro-forum" para animarle a seguir escribiendo. Aunque yo creo que de aquí sale también un bonito guión para una mini-serie.
Después, por si esto no fuera suficiente, nos volvió a obsequiar compartiendo un nuevo cupón de la ONCE, demostrando, una vez más, su amabilidad y generosidad, a la par que su inasequibilidad al desaliento. (Y no pienso que esto sea un intento de influir en una crítica benigna a su obra, eh? 🤓🤪)
Te agradecemos enormemente tu generosidad, Emilio, que nos permite seguir con la esperanza de hacer un Miércoles al sol en algún exótico paraíso vacacional, y nos desearemos suerte.

Otra sorpresa fue la celebración del cumpleaños de Inés, con soplado de velita y alguna lágrimillas de emoción de la homenajeada, que tampoco se lo esperaba. Luego de los soplidos, cánticos y parabienes, fue ella quien nos invitó a cava para agradecer nuestros gorgoritos y el cariño -más que la maña- puesto en ello (Pero habrá que ensayar un poco para la próxima, eh?)

Tras la toma de los postres y cafés, conforme a la puntuación obtenida en el jueguillo, vamos saliendo camino de la gran prueba del Safari fotográfico por los jardines del Campo del Moro.

El safari fotográfico
Nuestro grupo, Patricia, Josele y yo mismo, vamos arrastrando las pancitas y disgestiones hasta la puerta de abajo del Campo del Moro, en la calle Virgen del Puerto, porque no ha habido forma de convencerlos para subirse la cuesta y entrar por la de la Cuesta de la Vega, probablemente menos elegida por los contrincantes. Allí nos juntamos con el grupo de Marga, Mery y Ana, que han debido de ir casi arrastrando los pies, porque nosotros no hemos ido precisamente rápido y ellas han salido primero.
El jueguito consiste en localizar una serie de emplazamientos dentro del susodicho campo, identificables mediante fotografías numeradas que previamente ha hecho el organizador. Así que ahí empieza el disimulo, intentando que los rivales no vean donde nos hacemos las fotos, pero es un caso perdido. Hay que cambiare de zona para evitar que "nos copien".
Un problema añadido es que había un "lobo", personaje habitual en algunos juegos de tipo gymkhana (yincana en su transformación castellana) que organiza nuestro querido líder. El personaje tiene como ocupación jorobar a los participantes, haciéndoles fotos mientras que éstos se hacen las propias fotos-selfies de verificación de los logros fotográficos, con expresión "digital" de los números indicados en la fotografía de muestra. Luego cambia esta norma, -como ya es costumbre, el que organiza manda- y ya es simplemente que estemos en el emplazamiento localizado.
Una persecución, la del lobo, en la que se queda fijado más con nuestro grupo, porque debemos ser presa fácil y, además, nos hemos acercado los que más a su territorio de "caza". Al final, conseguimos cazar al cazador, porque en la primera nos ha pillado sin que lo viéramos pero, a la tercera, ya cantaba bastante la cosa. Total, que por ver si puntúa el fotografiar al lobo, lo fotografiamos también a él. Por lo menos, que quede él también "pillado".
El calor aprieta y nos vamos yendo hacia la parte superior, pues hemos visto que era la dirección que él había seguido. Como ya nos había avisado el líder amantísimo que, cuando notificara el punto y hora de reunión para finalizar el juego, puntuaría en contra tanto el adelanto como el retraso en la cita, nos vamos yendo pausadamente para allá los de nuestro grupo, que estamos cerca de él, con la idea de quedarnos a una distancia suficiente para que no nos cuente como "llegados antes".
El caso es que, inicialmente, nos confundimos de dirección y nos vemos amonestados por unos sonoros pitidos por el vigilante del cercano puesto de control de la puerta de salida, porque nos estábamos dirigiendo hacia una zona "restringida"; es decir, una zona de un paseo asfaltado, todo un peligro, acotado con unos cordones a unos cuarenta centímetros del suelo. Retrocedemos obedientes y se me ocurre que, en lugar de retroceder todo lo andado indebidamente, podemos aprovechar que no nos separa del lado correcto del asfalto más que el citado cordoncillo, con lo que parecería lógico, o al menos razonable, saltar simplemente el cordoncillo para volver a la legalidad. Pues no. Otra vez el tonto-pito hace uso de las facultades cohercitivas que le otorga su puesto de portero prohibiéndonos el atajo. Ya dice el dicho popular: "Si quieres saber como es fulanito, dale un carguito" (o un pito, en este caso).
Al final, llegamos a encontrar al malhadado lobo, que está refugiado y escondido en la sombra de la tremenda escalinatra que sube hacia las Colecciones Reales. Para no infringir lo de llegar antes de hora, consideramos que dos rellanos serán suficientes para no ser considerados como "llegados". Pero no. El mozo dice que si nos ve y podemos hablar -aunque sea a voces, por la distancia- cuenta como llegados. Cuestiones técnicas que él dirime aplicando la "supranorma" de que el que organiza manda y hace lo que quiere que, en el fondo, es lo que le gusta.
Total; que al cabo de un rato llegan el resto de participantes, un tanto derrengados algunos, y con ello nos vamos hacia la exposición.

Las Colecciones Reales
La jornada termina aquí para bastantes, pues algunos tienen ocupaciones y otros están cansados/perjudicados o lo han visto recientemente. Finalmente quedamos unos pocos que nos ponemos a la espera de podernos situar en la fila de la entrada libre y gratuita, que será a las seis en punto.
Al decir de nuestro organizador, parece que el personal del centro no se acaba de aclarar con las normas vigentes y que la cosa queda, al final, en el criterio o antojo de a quien le preguntes (más o menos lo que él mismo hace con sus normas, pero no se ve reflejado, al parecer 🤓🤪). En principio, la intención era entrar por esa puerta de abajo -hay otra en la parte superior, en la plaza de la Armería junto a la catedral- para subir a guardar la fila en esta última, que es por donde le habían dicho que había que entrar para la cosa gratuita. Y no. Resulta que no podíamos subir por allí sin pagar previamente la entrada, pero que podíamos entrar por allí también. La situación era mejor, pues, aparte de que allí no había cola alguna, estábamos a cubierto de la solana y con asientos para esperar cómodamente a que fueran las seis -riguroso requisito horario a cumplir para la entrada gratuita-, realmente mucho mejor.
Bueno, mucho mejor salvo para Josele, que tenía una urgencia biológica y para acudir a los baños, situados en el interior, le obligaban a pagar una entrada; aunque faltaran unos minutos para la hora no hubo manera de conseguir la piedad de las encargadas del lugar. O se iba al Campo del Moro a desahogar subrepticiamente su urgencia entre alguna mata discreta y al resguardo de las miradas indiscretas y vigilantes -con o sin pito- o iba a reventar.
Finalmente, consigue aguantar y, como somos los primeros de la fila, sale disparado a los baños para evacuar sus penas.
Allí entramos, subiendo en los inmensos ascensores -todo allí es inmenso, hasta los baños y sus enormes puertas- y realizamos el recorrido de arriba hacia abajo, por las inmensas rampas que comunican las tres plantas del mastodóntico edificio.
La verdad es que hay obras impresionantes tanto por su valor artístico como por su tamaño. Allí todo es colosal, con mucho espacio -quizá algo desaprovechado y un poco escaso de iluminación en las salas, para mi gusto- y con piezas realmente interesantes. Hay carrozas gigantescas y preciosas que, quizá -salvo en el museo de carruajes- no pudieran ser expuestas en otros entornos museísticos. Figuras ecuestres, cuadros y tapices de dimensiones enormes, armas y enseres de todo tipo, en un perfecto estado de conservación que hacen merecer la pena una visita detenida.
Poco a poco nos vamos ya diluyendo los restantes miembros de la comitiva entre las salas, quedando repartidos definitivamente por ellas según nuestro interés o nuestro instinto. Al final, ya resentidas las rodillas, unos, y el andamiaje general, otros, nos vamos camino de la salida inferior, para dar por zanjada la jornada.
Es algo usual ya que las despedidas acaben siendo en modo diáspora, ya que los finales de las visitas, últimamente -y quizá por eso de que estamos en Madrid y es más propicio- las reuniones acaban en "petit comite" en las últimas actividades del programa. Incluso aunque alguno de los ausentes, en este caso de hoy día, fueran los promotores e impulsores de la iniciativa de la visita a las Colecciones Reales. Quizá el agotamiento o las lesiones y dolores tengan algo que ver.
En todo caso, ha sido una estupenda jornada, con buen tiempo y mejor compañía. Gracias pues a la compaña, y al organizador -como siempre- por sus desvelos.

¡Nos vemos en la próxima!

PD Gracias a Miguel, Mery y Marga por sus aportaciones fotográficas para la documentación de esta crónica.