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Los miércoles al sol
Zamora en una hora
Rectificación del desayuno
El AVE tardía o tardona
Visita no, visita sí
El refresco y la comida
Las monjitas y sus ejercicios
La vuelta con prisas
Los miércoles al sol
Zamora en una hora
Lo que íbamos a hacer:
10:45 Cita en la entrada del AVE en la estación de Chamartín.
11:17 Salida del tren AVE desde Chamartín-Campoamor.
12:21 Llegada a Zamora.
12:30 Cogemos un taxi hasta la Catedral. A 2,6km. 10'.
12:45 Visita a la Catedral.
13:30 Visita al Museo.
14:00 Paseo andando por la ribera 1,2km al restaurante.
14:20 Restaurante Puente de Piedra.
16:15 Nos acercamos al Convento de clausura Santa María La Real de las Dueñas a comprar unas rosquillas de ángel o cualquiera de sus productos. Solo admiten metálico.
16:30 Seguimos paseo hasta la estación. A 2,6 km andando, pasando por la Plaza Mayor. Si hace demasiado calor regresaremos en taxi.
17:20 Llegada a la Estación.
17:36 Salida del tren hacia Chamartín. Degustación por el camino de las rosquillas de ángel.
18:40 Llegada a Chamartín.
Lo que hicimos:
Rectificación del desayuno
La cosa empezó con que yo dije en el Whatsapp oficial que si el cercanías de Robledo iba con retraso, que igual no llegaba, pero que si no sí iba al lugar de desayuno previsto inicialmente, el Starbucks ese del centro comercial de las Cuatro Torres.
A continuación, Patricia dice que ella está igual, porque también viene en cercanías. El resto, todos dispuestos a ir a desayunar al sitio ese tan "cool".
Pero, inopinadamente, de repente al líder se le trastoca la información en un "Patricia, Banet, Ana e Inés parece que no van a ir a desayunar a las 4 torres. Si el resto también lo prefiere podemos quedar directamente en el AVE de Chamartín a las 10:45 y saltarnos el desayuno del Starbucks.". Con esto, y la información aportada por Miguel sobre que la existencia de la "Cervecería Pepe" en Agustín de Foxá 27, el líder decide eliminar lo del desayuno en Starbucks.
Después, a mi propuesta de quedar en la susodicha cafetería a las 9:30, solamente concretan su asistencia, Concha, Teresa, Miguel y yo mismo, pues a los demás -debe ser- se les antoja demasiado temprano y prefieren las sábanas a un desayuno madrugador.
Como me malicio que la cuestión del escaso quorum puede ser lo tempranero de la cita, comento que no tiene por qué ser a esa hora y ya se van decidiendo algunos, explícita o implícitamente, a pasarse por la cafetería antes de la hora AVE.
Sobre la inusitada disponibilidad al cambio de planes del Topo, pienso yo que a él como a los otros, debe ser que le atrae el concepto "sábanas a cambio de porras", pero en fin: bendito sea que nos ahorramos el ir i venir a hacerle el negocio al yankee y le damos la oportunidad al comercio nacional. (Digo yo que lo de Cervecería Pepe, trasciende el marketing promocional).
Al llegar yo, segundo para la ocasión, Concha ya estaba allí. Al poco Miguel y Patricia, y Tere, Marga y Mery un poco después.
Marga viene perjudicada del lateral facial izquierdo y no admite besuqueos más que en el lado derecho. Parece que le han hecho la obra del metro de la línea 7, pero en la boca. Afortunadamente, el daño ahora es más estético que doloroso, pero prefiere proteger la inversión.
Finalmente llegan los Jiménez Palomino y ya nos vamos yendo para la estación.
El AVE tardía o tardona
El camino de vuelta, empieza con una mínima disensión sobre el mejor sitio para acceder a la estación. Algunos, con marcadas querencias hacia Macumba y otras viejas glorias del nocherío de los 80, deciden subir por una escalera que daba acceso a la planta de la zona de ocio (quizá también a la de entrada a la estación, pero nos la pasamos en un exceso de celo ascensional). Total, que nos hacemos el recorrido turístico de la zona de ocio y llegamos al rato a la entrada de la estación.
Billetes preparados con la admonición del líder sobre que nos fijemos que seleccionamos cada cual su billete y no el del vecino, porque vienen varios agrupados en los PDF que nos había suministrado previamente. También sobre lo ideal que será usar primero el de ida y dejar el otro para la vuelta.
Pasamos la cola (o fila, para los más correctos) y llegamos a nuestros respectivos vagones. Miguel y yo hemos sido segregados a otro vagón y el Topo se queda en exclusiva con todo el mujerío. Ventaja para nosotros, pues como Alfredo se ha apeado del evento por un conflicto vacacional en Canarias, Miguel y yo disponemos de tres asientos para dos, con lo que no tenemos que compartir sudoraciones.
De repente, o sorpresa -y maldiciones musitadas-, mi bolsa con el instrumental multimedia empieza a chorrear impenitente: la botellita de Dedcathlon con agua que llevo para mitigar la solanera que habremos de afrontar (800cc) se ha vaciado a la mitad merced a un olvido de ponerle el seguro al tapón. Y, como es de esos tapones que tienen un resorte para facilitar la apertura, pero se me ha olvidado anclarle el seguro contra la apertura accidental, el equipo se me ha convertido en equipo subacuático.
Vaciado del contenido de la bolsa sobre el suelo del vagón -una marranada, lo sé, pero la urgencia es la urgencia-, y a secar y verificar lo que funciona o no tras el remojo. Afortunadamente, la cámara y los objetivos son resistentes al agua hasta un cierto límite y no se ha superado. Pero la empuñadura no lo es tanto y tiene un falso contacto que soluciono desmontándola de la cámara para que no dé problemas. Unos cuantos pañuelos de papel y asunto liquidado.
Con la anécdota, apenas hemos sido conscientes de que ha pasado casi media hora de la prevista para la salida y arrancamos.
El Topo viene a explicarnos que dada la situación, la prevista visita al castillo se va a ver frustrada por cuestiones de horario, ya que la catedral va primera y el castillo estará cerrado al terminar esta primera visita.
Hago las fotos de rigor sobre este viaje en AVE y llegamos con nuestro retraso y el mosqueo sobre la relajación de las condiciones para que RENFE te indemnice por retraso, Si no llegas una hora tarde, no hay retraso que valga.
En fin, que al anuncio por megafonía de la proximidad de Zamora, y dado que no queremos -aunque no hubiera estado mal- acabar en Vigo, nos aprestamos para bajarnos raudos en cuanto pare.
Visita no, visita sí
A pesar de que al líder le habían dicho que había taxis de sobra en la estación, parece ser que la confianza gremial del taxi sobre que en Zamora se apee mucha gente, no da más que para un solo taxi-van que admite siete plazas, no más. Ni rastro de otro taxi.
Menos mal que lo escaso no quita lo cortés y la conductora de la única muestra disponible, compensa la escasez con una esmerada colaboración localizando por su app profesional a otro taxi, que llega en pocos minutos. Patricia, protege nuestros derechos sobre el taxi que llega y que otro viajero pretende hacer suyo. Basta una seria advertencia de que "ese taxi está pillado" para que el intruso ceda sin chistar en su intento.
Lo de llamarse entre los taxistas para avisarse de las necesidades de la zona, debe ser la práctica usual, porque el nuevo taxista -mientras arranca y conduce- pulsa en una app en su móvil para advertir al parque móvil que hay otro necesitado de transporte.
Así que, distribuidos y embutidos siete en uno y cuatro en otro, nos vamos camino de la catedral, que el tiempo apremia.
Al llegar a la catedral, nos encontramos con el chasco de que está cerrada a las visitas por no sé qué demonios de evento/exposición y que pasamos a visita castillo, que no hay mal que por bien no venga.
El castillo es una ruina de construcciones de diversas épocas, algunas bastante modernas, superpuestas por las diferentes culturas y necesidades de sus propietarios y ocupantes.
Todo el recorrido está sobre unos viales de madera con unas barandas de cristal blindado que, aunque permiten mejor visión y ofrecen mejor seguridad, dan en una mezcla de estilos que resulta un tanto chocante. Pero, si le pones en el entorno unas esculturas figurativas de bronce de Baltasar Lobo, hijo predilecto y escultor de cierta reputación y -al parecer- muy valorado por el municipio, la cosa queda un tanto confusa. Al menos para mi cuadriculado y simplista gusto sobre la meza de estilos; qué se le va a hacer. Pero al resto sí que le gustó la mezcolanza.
Unas cuantas subidas y bajadas por escaleras que hicieron una tanto ardua la visita a las rodillas de Miguel, nos permitieron contemplar que las vistas sobre ciudad y campos desde lo alto de las torres del castillo, tampoco da para mucho salvo en el tramo que implica a la catedral, con su cúpula y su torre, entreveradas en los huecos de los árboles del parque medianero que los separa.
Respecto a la seguridad que decía que aportaban las barandas de cristal blindado, debo decir que alguien -fuera obrero torpe o cabrito en orfandad- las había puesto a prueba, porque algunas mostraban desde rajas a reventones por serios impactos en ellas. También había algunas zonas que habían sido cortadas al paso porque el mantenimiento y conservación no debe dar para todo lo necesario y se había desprendido algún que otro trozo del recubrimiento de los muros.
Reunidos de nuevo, ya al final de la visita nos habíamos separado en un par de grupos -al menos dos-, nos fuimos camino del puente de piedra sobre el Duero.
El refresco y la comida
Un bonito paseo, pero con la solana, un tanto inclemente ya a esas horas, se hace un tanto se hace un poquitín sofocante, a pesar de lo abundante del cauce del Duero que atraviesa la ciudad.
Sin embargo, el río y su magnificencia, junto con la cortada que delimita la ciudad vieja, nos ofrecen unas preciosas vistas para amenizara el paseo. Paseo que hace parada y fonda en la preciosa Hostería Real de Zamora.
Se trata de un hotelito con encanto radicado en el llamado Palacio de la Inquisición, edificio Renacentista del Siglo XVI, construido sobre una importante casa judía de la que se conserva el Mikve -un aljibe/piscina ritual del judaísmo-, pero no los judíos. Imagino que por causa de la intervención de los que dieron nombre a la primera denominación del palacio.
El pequeño claustro acristalado, al que dan las habitaciones, es un encanto tanto estético como de frescor para el calor que hace. Es el sitio elegido para disfrutar de una cervecilla (o refresco o agua gaseada) para arrostrar el cruce del inmenso puente de piedra que nos llevará hasta el restaurante seleccionado por nuestro organizador.
El restaurante, bien; sin virguerías pero acogedor. La comida suficiente/bien según versiones y disponibilidades. Porque no se podía escoger más que de las raciones escasas del menú disponible, algunas de revuelto de setas, otras pocas de bacalao con pisto, otras pocas de carne estofada... Lo mejor, al parecer, la salsa de la mencionada carne. La ensalada de pasta, supone una pequeña diferencia de pareceres sobre las virtudes y receta de una ensalada de pasta. En opinión del Topo, estaba bien como estaba. No llevaba cebolla (su temor y kriptonita) y ya le valía como perfecta. Yo, guisantes aparte, le echaba en falta algo más de verde, con alguna lechuguilla para darle algo más de jugosidad y colorido. Pero eso: colorido y para los gustos, los colores. No llegó la sangre al río.
Por lo demás, hubo una degustación de vino de los más vinateros (abundantes en número y capacitación somelier), postres y cafés.
No hubo juego de sobremesa por lo comprometido del horario a cumplir y el retraso inicial del AVE del Puente (el del Sr. ministro, no el de piedra sobre el río).
Así que, una vez satisfecha la deuda con el restaurante, nos pusimos en marcha hacia el convento de las monjitas de clausura del convento de Santa María La Real de las Dueñas.
Las monjitas y sus ejercicios
Nos llegamos al cercano convento con la intención de comprarles el producto de sus esfuerzos a las monjitas -me refiero a sus esfuerzos reposteros, naturalmente- y allí no metimos por el portalón que da acceso al convento.
El torno entreabierto, la carta de productos y precios... el timbre para avisar a la hermana portera... todo parecía dispuesto para que nos atendieran a las 16:30, hora indicada en un cartelito para el retomar de la actividad comercial de las clausuradas.
Unos minutos de barullo profanador del silencio conventual, entre comentarios sobre las elecciones y demás y... al timbre. Timbre clásico antiguo, de los de RIIIINGG sonoro y anticuado, nada digital, todo mecánico. Ratito de esperar... nueva llamada... ratito de espera... pequeñas advocaciones malintencionadas sobre el convento y sus moradoras... Nada, sin respuesta.
Frustrados en nuestro intento, nos vamos con la idea de que las clausuradas estarían viendo "Cónclave" en NETFLIX y que no les habrá apetecido salir. O que se han mosqueado con el pequeño barullo que hemos montado al entrar. Pero nos vamos sin rosquillas.
Como Jose es hombre de recursos, en el camino de vuelta conseguimos una tienda en donde hacer provisión de las rosquillas, necesarias para cumplir la planificación dispuesta por la organización y degustarlas en el viaje de regreso, ya el en el tren.
Allí, en la tienda, le informan que lo de la "espantá" de las monjitas es debido a que se encuentran de ejercicios espirituales. Coñe! Pues podían ejercitarse en la responsabilidad de atender adecuadamente su compromiso comercial y no dejar que parezca que están y que no estén. Muy graciosas las tocadas.
La vuelta con prisas
Tras una pequeña demora en los avíos y las compras de algunas participantes del evento, nos vamos dirigiendo, ya con prisas, camino de la estación.
Patricia estaba dispuesta -ansiosa, diría yo- en volver en taxi. Pero dado el nulo quorum en la intención de volver sobre ruedas, claudica y volvemos todos a pie.
Eso nos da la oportunidad de comprobar la densidad de iglesias que hay en Zamora. Es la ciudad más "iglesiada" que recuerdo haber visto jamás. Atentados urbanísticos incluidos. Porque una pequeña (mínima) iglesia románica, embutida -al más puro estilo "newyorquino"- entre dos pedazos de edificios de nueve o más alturas (no las conté), te rompe el corazón y el sentido estético.
Pasamos por la plaza mayor, tiempo para fotos y esperar a las retrasadas (en el tiempo, nada más) que se han quedado enganchadas en algún paraje comercial, supongo.
Tiempo para que los "iPhoneros" hagan gala de las bondades de sus maravillosos y carísimos instrumentos multimedia, eliminando furgonetas e inconvenientes cualesquiera de lo que aparece en sus fotos. Todo un alarde de la tecnología más puntera.
Empezamos a ir un poco con la nalga apretada, porque la hora de salida del tren se aproxima peligrosamente. Y aunque contamos con la presunta impuntualidad ya asumida en los convoyes de RENFE, no vaya a ser que les dé por ser puntuales y nos dejen en tierra.
Llegamos por fin a la estación y nos cruzamos al andén adecuado en espera de la llegada del convoy.
Para amenizar, iniciamos una disquisición sobre por qué lado del andén llegará el tren. Que si el tren llega por la izquierda y el metro por la derecha... que si la dirección del sol y la orientación cardinal respecto al destino... cada cual hace su pronóstico y casi montamos una porra para culminar la espera. Pero no es tanta la espera -unos míseros 15 minutejos o así, que no dan, tampoco, para reclamación alguna- y el tren aparece por la izquierda y en dirección al Este (más o menos).
Nos subimos rapidito, no vaya a ser que estos señores conductores vayan con prisas para mantener el horario y nos quedemos en tierra. Pero lo rapidito, con aquello de que algunos van con maletones y que los vagones indican una numeración por fuera y, ya dentro, en el panel informativo interior, le restan uno al valor exterior, se convierte en un atasco con todos en busca de sus asientos.
Por fin, cada uno en su asiento ya, nos disponemos al regreso. Miguel y yo segregados en nuestro vagón separado y el resto en el suyo.
Miguel recibe una sorpresiva e inidentificada llamada en su móvil. A pesar de sus reticencias sobre el atender llamadas de orígenes desconocidos (hay mucho HdP intentando timarte), se arriesga intuitivamente a contestar. BINGO! Resulta ser Patricia, que nos llama para decirnos que en su vagón hay un par de sitios disponibles que permitirían nuestra reintegración social en el grupo. Así, que no lo pensamos un segundo y nos vamos al vagón contiguo, felices y contentos.
Felices y contentos hasta pasar por la puerta de comunicación entre vagones. Porque al pasar por allí, nos asalta como un pestazo a vaquería bastante llamativo e insufrible. Pero no eran vacas, como me hizo notar Miguel, sino que la puerta del WC estaba abierta y por allí manaban los efluvios. Efluvios provenientes -no se sabe- de uno o varios vagones y de la ausencia de la adecuada higiene post-deposición y la acumulación de visitantes al paraje, imagino. Debe ser costumbre que en los viajes de vuelta, con las priesas por las demoras acumuladas, la limpieza se hace de lo que ve la suegra -o menos- porque aquello ya parece usual, según otras experiencias previas con el AVE. También nos pasó en el viaje de vuelta de Valencia, que el pestazo era aún mayor, y cada vez que un transeúnte entre vagones abría la puerta de separación que franqueaba el acceso a los mingitorios, aquello se convertía casi en Dachau.
Pero no era tanto así en esta ocasión y no hubo más molestias.
El querido líder comenzó la distribución de las rosquillas aprovisionadas entre el personal. Yo no las probé, porque tenían pinta de estar bastante más dulces de lo que mi paladar tolera.
Y con esto y mucha charla, entre analizar el tarifario de Movistar, la actitud dolosa de una comercial dolosa del 1004 que embaucó a Miguel y el profundo conocimiento de los productos Movistar aportado por Patricia, llegamos -casi sin darnos cuenta- a Chamertín.
Besos de despedida y cada uno a su transporte. Cercanías unos, otros metro, y el resto a sus coches.
Total, otro estupendo y caluroso día disfrutando de la compañía de este grupo de amigos inmarcesibles, esperando ya la próxima salida de estos deseados miércoles al sol. Y con mucho sol en esta ocasión, por cierto.
PD Gracias a todos por vuestras aportaciones fotográficas para la documentación de esta crónica.
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