Julio cabalga de nuevo
Todo apuntaba bien. Habíamos quedado a las 7:30 porque con las noticias recientes de colas interminables en el aeropuerto, parecía lo más razonable estar allí bien temprano.
Las hermanas Palomino y yo, arribamos juntos al aeropuerto en nuestro Cabify "súper", no sin que me quedara la visión de que habíamos pasado 2 veces por cerca y debajo del mismo puente. Pero llegamos a punto, que era lo importante.
Allí encontramos a los "Merys" y a los Santana, que habían sido también madrugadores. Pero Julio, que llevaba los embarques que había realizado en nuestro nombre, no había llegado. Lo llamo y, oh sorpresa, me anuncia Gloria que ya están llegando, pues habían tenido que dar la vuelta porque se habían olvidado los abrigos... Strike one.
Pero bueno, la pulcritud del horario acordado y la cercanía de su domicilio, les permitía llegar sin agobios.
Abrazos y salutaciones hechos, los Julios (hagamos un pack para aliviar la culpa) reparan en que el sobre con las "Kronen" se lo habían dejado también en casa. Strike two.
Blanco de cera en la faz de Julio y perplejidad en la del resto. Cómo podía empezar tan temprano con las "julitadas" y por duplicado?
En fin, vuelta a casa y, bendita su cercanía, en un rato vuelve a llegar al aeropuerto, esta vez con todo.
Ya estamos todos
Todos juntos y pasados los trámites de rigor para la facturación, nos pasamos el control para ir a tomar algo en el "dutifri". A mí, que hacía décadas que no cogía un avión, me sorprendió lo esctricto de los controles y que me pasaran unos papelitos húmedos por las manos, que luego me enteré que no era por cuestiones de salud sino por cuestión de tráfico de drogas, con lo que me quedé algo mosca por parecer sospechoso de hacer de mula.
Algunos desayunos, una botella de agua a 3€, (menos mal que es "dutifri") y camino de la puerta de embarque.
La siguiente, a cargo de IBERIA
Tras una razonable espera, nos llaman para embarcar, con el clasismo derivado de lo que has pagado por tu billete, pero, en fin, embarcamos... la mitad.
Según llegábamos casi a la entrada al avión, nos dan instrucciones de retroceder y salir del finger: a un empleado le han debido de dar el carnet de manejar elevadores ayer tarde a última hora y le ha hecho un bollo al avión.
Obligada mención a los deudos del operario, todos para abajo y a cambiar de avión.
Al final no ha sido tan malo como parecía, porque, en un momento, nos han cambiado de avión y tras una cierta espera y una nueva humillación a los del grupo 4, embarcamos... Al fin en el aire!
Oslo: El reencuentro
Tras varias horas de vuelo plácido, un bocata y un aplauso al piloto -debe ser moda hacerlo como refuerzo positivo de aterrizar según su deber y conveniencia nuestra (lo que hace no estar viajado, señor!)-, recalamos en Oslo.
Todos a buscar nuestros equipajes. Esperamos en la oportuna cinta hasta que Chema cree entender que las maletas de los de Madrid salen por otra cinta. Y allá que vamos.
Al ratito de espera, y visto que por allí no sale nada, regreso a la cinta inicial, en donde persisten en su intención de sacar por allí nuestras maletas y... helas allí, por fin!
Después, vamos camino a la estación del tren lanzadera que nos llevará hasta la estación de Oslo.
Hay un momento de incertidumbre con el asunto de los billetes del tren a Oslo, porque entre justificar las edades y que el billete podía ser de ida y vuelta, tenemos que acudir a un propio del servicio de la estación que nos ayudara con la maquinita en cuestión, que nos lo intenta aclarar como mejor puede. Al final, unos con billete de ida y vuelta y otros solo de ida, nos embarcamos en el bendito tren y llegamos a Oslo.
Pues cargados con nuestros bultos, enciendo mi talkie, canal 3 como acordamos, para intentar hablar con nuestro querido, y esperado, líder y guía. (Que digo yo que siendo de Telefónica -en activo o desvinculados, tanto da- ya podíamos tener mayor fe en lo móvil. Pero no.) Y por fin, entrecortadamente, oigo las primeras palabras de nuestro querido Topo. Pero no hay forma de entenderse por el momento. Poco a poco, según nos acercamos a la salida, vamos consiguiendo aclararnos para comprobar, vaya una leche, que estamos saliendo por donde no era.
Vuelta atrás y, una vez fuera por la puerta adecuada, nos vamos encaminando al encuentro del Topo-líder.
Abrazos y besos emotivos y al tajo; Jose, carga como carro de quincallero su coche para aliviarnos el traslado al hostal y, ale, ale, que no le vayan a poner una multa por estar allí parado, que ya lleva una que le habían "calzado" la noche previa.
Paseo fácil calle arriba hasta llegar -gracias, Google Maps-, a nuestro hostalito. Recogida de llaves, sábanas y demás y arriba, que hay que hacer la compra rápido.
De compras con Google
Hay que decir que un supermercado barato en Noruega, así como en España, es sinónimo de cutrecillo en lo que a la variedad se refiere. Pero no así el concepto barato, que difiere, en mucho, con lo nuestro. Sin embargo, si orientarse en un supermercado desconocido y rotulado en castellano cañí ya supone una cierta demora en la compra, tener que hacerlo armado de Google translator y la calculadora de cambio de moneda, lo hace aún más complicado. Puedo jurarlo.
Hay que evitar lo del pollo a medio hacer del año anterior y ver qué sí y que no conviene comprar, dadas las limitaciones para cocinar. Y, además, procurar no comprar comida para gatos en lugar de una "delicatessen" de pescado en lata. (Existen dudas razonables de que pudiera haber ocurrido.)
También, a punto estuve, de comprar un gel íntimo en lugar de uno de varonil ducha. Menos mal que los dibujines me orientaron y, al fin, encontré un envase redactado en perfecto inglés y con una inequívoca tipografía de macho nórdico.
Paseo por el jardín del despelote
Hecha la compra y pagado el clavo, nos vamos de paseo a ver unos jardines donde nuestro guía y organizador entiende que hay unas esculturas interesantes.
Pasamos por varias calles de casas clásicas de madera, de barrios aparentemente acomodados, en donde comprobamos por qué hay demoras de entrega de coches eléctricos TESLA en otros países... están todos allí, en Noruega. Es increíble. El parque de coches eléctricos en Noruega es mayoritario. Y de gama alta. Se ve el poderío económico del país.
Pasamos por el Palacio Real y, tras la foto de grupo inicial, llegamos al parque Vigeland, los jardines en cuestión. Los jardines del despelote, diría yo, porque allí todo son figuras humanas de todas las edades, en todas las posiciones y actitudes y en todos los amontonamientos posibles. Curioso, pero un poco excesivo, quizá, por lo monotemático. Julio opina, incluso, que aquello más parece un mausoleo nazi que otra cosa. Un poco espeluznante sí resulta algún conjunto que otro.
También da lugar a que se hagan fotos con algunas figuras y las bromas que a Samuel le hacen con su posado entre algunas figuras de desnudos masculinos.
Hubo también un momento, que me perdí, en que Almu esquivó a lo Matrix un soberbio "copro-misil" proveniente de una gaviota en vuelo, dejando a puerta gayola a Jenny, que lo recibió de pleno. Eso se avisa, caramba! Qué reflejos tan de INEF, pero qué falta de compañerismo; dejar a la pobre Jenny a las cloacas de las gaviotas... (Juego retórico de "a los pies de los caballos").
Regreso al hostal, unos a pie, otras en taxi y todos a cenar y a descansar, que mañana empieza lo gordo.
4 de agosto: Camino a los fiordos
Una experiencia "electrizante"
Antes de nada, solamente una mención a algo peculiar de los hoteles noruegos, al menos de los que nos eran accesibles económicamente, que es esa costumbre del hágaselo usted mismo de las duchas. Cierto es que los baños son adaptados, lo que está muy bien, pero lo de que te den un limpiacristales de palito corto... es un tanto incómodo, especialmente para los que estamos tocados de las lumbares, y algo humillante. No me quiero imaginar agachado y en pelotas, mojado como un pollo y restañando el agua de un suelo que no se deja escurrir. Tampoco hay esterillas para el suelo, con lo que te tienes que buscar la vida para no organizar un chapoteo asquerosito. Pero bueno, a todo se adapta uno.
Pues así, una vez aviados y desayunados, nos vamos de camino de la estación, a las oficinas de Hertz, para recoger los coches de alquiler.
No fue un gran problema encontrarla, porque el día anterior nos recorrimos media estación para encontrar la salida correcta y pasamos al lado.
Alquila Chema, alquila Julio, alquila Samuel... cada uno su coche según lo esperado. Perfecto. Voy a alquilar yo y... sorpresa! No hay más híbridos y me ofrecen sí o sí un coche eléctrico 100%. Lo primero que me viene a la cabeza es la situación del abastecimiento en España y a continuación el pánico. Y toda la planificación del Topo? Y los tiempos de espera? Y habrá estaciones de carga cerca de donde vamos pasando?
Tras varios intentos, el muchacho de Hertz nos asegura que no tenemos otra opción y que tampoco la tendremos en otra oficina de Hertz de otra ciudad, y nos intenta tranquilizar diciéndonos que la red de abastecimiento eléctrico en Noruega está muy extendida y que nos va a salir mucho más barato.
Al final, nos conformamos con el argumento fenicio y con él nos vamos a recoger los coches asignados.
El eléctrico resulta ser un cochazo, un Volkswagen tipo SUV con todas las puñetitas modernas. Pero no hay manera de aclararse inicialmente ni siquiera para ponerlo en marcha. Cabreo que crece y me voy a buscar a un propio de Hertz que veo por allí cerca, para que me explique cómo se arranca y me lo configure en castellano al menos.
Una vez superado el trauma, nos vamos al hotel para recoger cada uno a nuestro pasaje y comenzar el viaje por carretera.
Las compras se facilitan mucho en un SPAR
Parada de abastecimiento en un súper SPAR. Parece una tontería, pero cuando uno tiene más oferta, y ésta es más parecida a la nacional, todo parece más fácil. Allí aprovisionamos con más opciones de elección e, incluso, encontramos que tienen una sección de platos preparados que nos simplifica mucho la selección de víveres. Así que hacemos acopio de viandas para la comida próxima y reservas futuras, que se agradece en mucho.
Con esto ganado, lo que tranquiliza bastante la conciencia de que no comeremos comida para gatos, nos ponemos en camino hacia Geilojordet.
Por fin en ruta!
Empezamos el camino y las primeras incertidumbres. No pensé que hubiera diferencias en cuanto a las señalizaciones en las carreteras europeas, francamente. Pero sí; las hay. Hubiera debido consultarlo.
La señalización horizontal es toda discontinua, no se ven señales verticales apenas y ninguna de prohibición de adelantar. Así que asumimos que se adelanta a libre albedrío, usando lo mejor del sentido común para evitar coincidir de frente con otro con las mismas intenciones. Afortunadamente, como tampoco se puede pasar de 80, y aún menos en tramos, pues tampoco supone mucho susto.
Pero el ancho de la calzada sí. El concepto "carretera turística" corresponde aquí con una zona asfaltada, con poco o nulo arcén, guardarraíl -menos mal- y ensanchamientos para cuando te tropiezas con otro de frente. Muy bien conservado el asfalto, sobre todo teniendo en cuenta el clima que debe haber aquí en invierno. Pero estrechas que cuando te cruzas caravanas -y aquí son fanáticos del caravaning- se te encogen un poco los menudos.
Llegamos al fin a Geilojordet, un poco con "acongoje" porque los de nuestro eléctrico vamos viendo cómo va bajando el nivel de batería y la inexperiencia nos hace ir con el temor de quedarnos tirados, porque no se soluciona el quedarse tirado enviando alguno de los otros coches a por una latita de gasolina. Pero llegamos con algo de batería aún.
Afortunadamente, allí hay una zona de carga bien dotada, incluso con puntos de carga rápida y en poco más de media hora se nos carga al 100%.
Geilojordet es un lugar turístico en donde hay una estación de esquí y como atracción turística en verano, imagino, tienen unas casas antiguas para conocer algo de cómo era la vida de entonces. También hay una actuación de una pareja que debe contar algo relativo a esto, pero en perfecto noruego -se conoce que no está pensado para foráneos-, con lo que nos quedamos con las ganas de saber de qué iba la cosa.
También cae el mito de la altura magna de los nórdicos, porque las puertas e interior de las casitas es tipo enanito del bosque, casi. Debe ser que con el tiempo y el descubrimiento de petróleo mejoró la raza. Porque actualmente lo menos que se despacha en mozo/moza es de uno setenta y pico para arriba.
Así, tras la comida en unas mesas de un merendero y la visita al pequeño complejo de casitas, continuamos camino, que hay que llegar al resort en donde habrá piscina y bolos.
De remojos y bolos
Pues nada, llegamos al resort y los que estaban como locos por poner sus cuerpos en remojo, se van directos a la piscina y el resto a descansar en unos enormes sillones de una sala de lectura -toda en perfecto noruego- en el hall del hotel.
Raquel está dubitativa de si se remoja o no, pero al final se queda descansando porque no le compensa el cambiarse y mojarse para tan poco tiempo. Y Joselito y yo nos vamos a ver si se puede pasar a la piscina, sin darme cuenta de que en el interior de la piscina afean mucho la conducta si uno va con los zapatones de la calle. Total, que me quedo sin hacer las fotos que esperaba de los bañistas y me doy rápidamente la vuelta antes de que me saquen a hombros por torpe.
Terminado el tiempo de baño, todos para la bolera; trámite rápido porque está en la planta baja. No hay que poner GPS ni nada.
Allí nos organizamos en las pistas disponibles a nuestro nombre, y demostramos nuestras habilidades y torpezas en eso del lanzamiento de bolas gordas y pesadas. Al que más y al que menos se nos nota la falta de costumbre y no hay jugadas brillantes, aunque algún "strike" se apunta alguno de vez en cuando. Otros, lanzan la bola al aire y no sé cómo ni de qué están hechas las pistas, que aguantan semejantes castañazos sin romperse. Menos mal que no hay daños más allá de las honrillas personales.
Ay! Benditos tiempos de los "campeonatos bolicheros" de los tiempos pre-TopoDiving!
Las primeras cascadas
Después de estos ocios, nos dirigimos a visitar las primeras cascadas de nuestro periplo noruego por una carretera turística. Ahí seguimos viendo que lo de las carreteras turísticas es una constante, pero es tan bonito el entorno, con verde hasta el mismo borde de la carretera, con tantas cascadas y agua alrededor y esos montes continuos que bordean los fiordos, ríos y derivados, es una maravilla. Eso a pesar del tiempo nublado.
Pero lo de los renos anunciados... ni uno! Eso sí, ovejas libres de culpa al borde de la carretera es una constante en la mayor parte de estas carreteras. Lo que es gracioso y mono, pero que preocupa el poder atropellar a alguna, pues se acuestan al mismo borde de la calzada con absoluto desprecio, o confianza absoluta, de la habilidad de los conductores.
Llegamos a la primera cascada, Voringsføssen, alta como L.M.Q.L.P. 182 metros dicen que tiene. Niebla a tope, no se puede comprobar.
Dudas sobre si va a merecer la pena el paseo, con algo de lluvia y niebla densa. Disparidad de opiniones que hace que nos distribuyamos entre los que, inasequibles al desaliento, nos arriesgamos a la excursión y los que no. Así que los Merys, los Julios y los Electrificados nos vamos a ver si hay suerte. Y la hubo. Poco a poco se iba desvaneciendo la niebla y, aún con ella, el ambiente era evocador y, al fin y al cabo, parte de lo que Noruega es.
Así, en la zona baja de la ruta, se disipó prácticamente del todo y pudimos ver el tajo impresionante por el que discurre el salto. Pero los 182 metros deben ser entre cotas y no en caida libre, por lo que parece.
Luego, seguimos hacia la cascada de Skjervefossen -ya vamos sabiendo que "fossen" es cascada- que esa sí que supone un mayor salto en vertical. Un ruido ensordecedor del agua al caer y las salpicaduras hacen un ambiente totalmente Noruego.
Después, la cena en un merendero próximo al salto de agua, junto al cauce del río, en donde el boquerón, quizá afectado por el fluir de las aguas de al lado, monta su propio surtidor al tirar una cerveza al suelo que se puso a manar el preciado -y caro- líquido sin contemplaciones.
En este país, tienen la estupenda -o no- costumbre de dotar a la mayor parte de estos lugares con zonas de picnic y aseos. En este caso, lo curioso es el aseo, que incorpora un ventanal de arriba abajo, pasando hasta bajo el nivel del agua -no hay, parece, más que monte vertical al otro lado- con un recorte en el suelo, también transparente, que permite ver el monte, el río -por encima y por debajo del agua- e inspirarte mientras estás sentado en el trono.
Y tras eso, camino a Stavanger.
5 de agosto: A Stavanger: ingeniería civil a tope
De asas, puentes y túneles
Salimos del hotel de buena mañana, camino de Stavanger y, por aquello del karma será, al levantar mi maleta por el asa extensible para bajar la escalera se rompe la dichosa asa, supongo que por los años que ya tiene, y baja rodando escalera abajo. Total, llevaba un objetivo dentro de ella... Menos mal que va bien protegido entre la ropa y no sufrió percance. Todo se libra con posterior chorreo del líder porque tenía que haber previsto el imprevisto para no retrasarme... Lo normal.
La apaño como puedo, pues se había quedado un riel fuera, y nos ponemos en camino.
Se conoce que aquí no hacen más anchas las carreteras porque se lo tienen que gastar en puentes y, sobre todo, en túneles.
Es impresionante las dimensiones de los puentes y túneles que tienen para superar los inconvenientes del terreno. Desde puentes colgantes increíbles que superan los fiordos por encima a túneles que los salvan por debajo a 300 metros de profundidad. Mejor no pensarlo mucho. Sobre todo cuando a alguien se le ocurre mencionar lo bonito que sería que los túneles tuvieran techo y paredes transparentes. Hasta túneles con glorietas hemos visto! Impresionante!
Más cascadas
A pesar de todo llegamos de los primeros al lugar de encuentro, desde donde hay que subir por una pista fácil hasta la cascada de Tveitafossen. Un precioso camino con el río a un lado, con un puente colgante de madera, cerrado al paso por prudencia o porque siendo de madera y antiguo, puede no aguantar lo suficiente.
Allí, hacemos la foto oficial de grupo, en la que me incluyo merced a la intervención de Mery, que convence a una propia para que nos haga la foto con mi cámara. Así que se la ajusto y a posar! No se le daba mal a la moza, porque el encuadre era el deseable. Y ya figuro en los anales gráficos del viaje.
Después, continuamos camino a la cascada Latefoss, por una preciosa carretera que sigue la tradición ya comentada y bordeando el fiordo, con túneles a montones y ovejas en las cunetas.
No hay tiempo para parar a hacer fotos, así que las voy haciendo, con pesar, desde el coche, abriendo y cerrando ventanillas que no sé cómo no cogió la pobre Gelen una pulmonía.
Esta cascada hace que se produzcan ciertos atascos debido a que caen todas las salpicaduras sobre la carretera, pues está al mismo borde, y como no hay sitio para aparcar, hay que dejar los coches como mejor se puede, que no es mucho tal y como son las carreteras, ya digo.
Nos mojamos lo nuestro y, tras las fotos y videos de rigor, seguimos camino a la de Svandalfossen, por una carretera con un paisaje sorprendente y de ensueño, que hace que desee que dure mucho el trayecto hasta la nueva cascada.
Para subir a esta cascada Svandalfossen hay que apechugar con una escalinata, metálica primero y de piedra y barro después, y desde arriba se ve, aparte de la propia cascada, las vistas sobre el fiordo en el que desemboca.
Después nos vamos a comer a un área de picnic con vistas, Ostasteid, en donde trasegamos la comida rápido para continuar hacia Nesvik.
Y, con todo visto y comido, los "eléctricos" salimos los últimos para llegar a nuestro primer ferry.
La experiencia del primer ferry
Llegamos tarde, llegamos tarde... En efecto. Llegamos tarde al ferry junto con los Merys y debemos esperar al siguiente. Los electrizados porque salimos los últimos y los Merys por un despiste en el que toman la carretera en sentido contrario y casi se van de nuevo al hotel si no se dan cuenta a tiempo.
La cuestión es que no sabemos cómo gestionan los locales esto de las líneas de embarque y las colas, pues hay varias y no sabemos cómo hay que rellenarlas, si en filas o en columnas. Bueno, esperemos a ver cómo hacen los locales y "donde quiera que fueres...". Al final, parecido a España: a ver quién llega el primero.
Embarcamos al fin con éxito en el ferry y continuamos rumbo a Stavanger.
En Stavanger
El viaje en el ferry es bastante interesante, porque nos ofrece unas preciosas vistas de la orilla del fiordo, con sus casas de colores, agrupadas en pequeñas poblaciones al borde del agua y al pie de las faldas de los montes, siempre presentes.
Llegados a Stavanger y reencontrados con el grupo, volvemos a hacer prácticas de Google translator -los precios los calculamos ya a ojo- en un nuevo aprovisionamiento de víveres, tras lo que nos vamos de paseo a conocer algo del sitio y luego ir a cenar al Kebab "Istambul".
Buen sitio y buena fortuna de que aquí todo el mundo hable inglés porque, si no, no hubiera habido forma de entenderse (no confío yo mucho en la traducción de Google del español al noruego). Ha sido un acierto el sitio, porque los kebabs están muy ricos. Lo único criticable, y no al sitio sino a las leyes locales, es que no se pueda degustar con una cerveza. Aunque al precio que van... mejor conformarse con la Pepsi.
6 de agosto: Sverd i Fjell y de playas
Mañana playera
El hotel resulta cachondo, porque no sabes si entras en un hotel o en un hospital. La razón es que el hotel es una segregación de un ala del hospital y comparte el hall de entrada y la cafetería. Así, la sorpresa es mayúscula cuando en el desayuno encontramos a varias recién paridas que bajan con sus rorros en cunas -algunos de ellos berreando a tope- a desayunar en la cafetería común.
Lo primero del día es visitar el monumento de las tres espadas, Sverd i Fjell, monumento reciente (1983), que conmemora la histórica Batalla de Hafrsfjord que tuvo lugar allí en el año 872, cuándo el rey Harald Fairhair reunió toda Noruega bajo su corona.
Nueva foto de grupo, individuales y los consabidos selfies y continuamos a la playa de Borestranda, en donde Raquel y Marcos comprueban que el agua está fría de verdad en estas latitudes. Y también el viento, que habrá que ver cómo se pone el mar cuando haya temporal. Eso sí, los amantes del sky surf, disfrutan como locos.
Un cementrerio y una batería de costa
Continuamos hacia la iglesia Varhaug, pequeña ermita con un cementerio mirando al mar.
Los cementerios aquí tienen un especial encanto. Al menos los más rurales. Están orientados al agua y son praderas de un verde intenso, no podría ser de otro modo, con sencillas lápidas de piedra, muchas de ellas en bruto, que le dan una especial humanidad y sensación de calma y reposo.
Seguimos ruta hacia Ogna, donde visitamos los restos de una batería de costa con unas bonitas vistas sobre la población y su puerto tanto como hacia el interior. Luego continuamos hasta la playa próxima, preciosa también y con un río que desemboca allí mismo, en donde comeremos de picnic. Pero no todos. Algunos defectos de atención -esta vez me libro yo- hacen que solamente los Topos, los Magantos y yo mismo podamos comer allí, porque el resto no se ha enterado de que había que llevar la comida.
Sin embargo, si no hay que comer, sí hay momento romántico a cargo de los Merys, que con eso de su reciente casorio, se ve que están tiernecitos todavía.
Comprobamos también que las gaviotas aquí tienen dieta mixta, porque se comen cualquier cosa que se les eche o, incluso -si hay algún descuido-, lo que no se les echa. Y es también aquí donde surgen las primeras dudas de los Magantos sobre alguna de sus conservas de pescado, respecto a si el consumidor del producto habría de ser humano o felino.
Paseo por Stavanger
De regreso en Stavanger, damos un paseo por el barrio alto, precioso entorno de casas antiguas de madera conservadas, un poco para el turismo, en las que parece que aún habita gente y luego por el puerto, en donde las casas de madera se han convertido en sedes de cadenas de restauración internacional como "Burger King" o que, simplemente, han sucumbido al turismo que reclama todo tipo de "fast food". Una pena, en mi opinión.
Pero el paseo portuario y sus alrededores merecen mucho la pena, en todo caso, y también da oportunidad a que se pasen algunos por las tiendas de souvenirs, en donde Mery se hace con un lindo abrigo, que no impermeable, que usará hasta su primera prueba de fuego bajo la lluvia noruega.
Donde está la restauración local?
Después, cada uno se va a ver en dónde cena. Yo me voy con los Maganto, que me aceptan generosos, y nos vamos a la búsqueda de un restaurante localista, en donde degustar alguna especialidad de pescado, salmón al menos, pero que al final se convierte en cosa imposible. En el único que tenían algo con salmón, sale una propia del local y nos advierte de que está todo reservado ya.
Así que, buscando y buscando acabamos en un japonés comiendo sushi.
7 de agosto: Cambio de planes: hoy toca lluvia
En el museo del envasado
Hoy tocaba ir a uno de los emblemas turísticos de Noruega, el Preikestolen. Pero las previsiones del tiempo son de lluvia profusa, así que el querido líder tuvo que hacer ayer una soberbia demostración reorganizativa sobre la marcha, pues el lunes hará mejor tiempo y es mejor intercambiar los planes del lunes por los de hoy y reajustar de paso la actividad del martes. Qué dotes tiene el tío!
Bueno, pues como resultado del cambio de planes, esta mañana cada uno se organiza para emplear el tiempo en lo que desee. Gelen en lavarse el pelo como dios manda y sin prisas, otros en dormir y los Maganto y yo nos planificamos una visita al museo del etiquetado y del envasado y algún otro más, pero al final empleamos la mañana entera en ese museo del envasado, que resultó bastante interesante.
Además, Raquel y Joselito pudieron experimentar, con sardinillas de plástico, el proceso artesanal del envasado. Muy interesante.
Mientras, Almu organiza una "gym-session" para valorar suelos, suelos pélvicos, y le llenó al Topo la habitación de churris contorsionantes.
Paseando bajo la lluvia
Después de comer en una pizzería al borde de la carretera, nos vamos a visitar una pequeña isla en la que hay unas esculturas de madera, más por pasar el rato que por disfrutar del paseo, porque llueve fino pero contínuo, una especie de "orballofossen" que hizo que algunos volviéramos empapados por fuera y por dentro, a pesar de -o precisamente por- ir forrados de ropa impermeable, que por mucho GoreTex que sea, siempre evita la transpiración.
El paseo consiste en darle la vuelta a la isla, que era pequeña, con la advertencia del Topo de que estuviéramos atentos porque ahí practican una especie de frisbi-basket-golf, que no nos fueran a dar un "platazo" en un despiste. Afortunadamete, los noruegos son sensatos y no había nadie empapándose en el jueguecito. Lo que sí vimos fue mucha gente en pequeños lugares de acampada, como mini-albergues algunos de ellos, pero todos a buen recaudo. Bueno, todos menos algunos corredores y corredoras en camiseta que iban empapados pero que no se acochinaban a pesar del tiempo.
Después de esto, salimos para el mini-golf psicodélico.
El minigolf psicodélico
Allí que llegamos y, mientras esperamos nuestro turno, cada uno aprovecha para descansar tirados en los sillones o para echar una partida al futbolín.
Después, el dueño o encargado nos atiende en perfecto castellano para darnos las oportunas explicaciones. Es un emigrante latino con más de una década de asentamiento en Noruega. Así que recibimos y entendimos perfectamente las explicaciones del reglamento a seguir.
Después, entramos a una sala en la que la iluminación es de luz negra que hace que la decoración y las bolas fluorescentes destaquen en la oscuridad. Muy original.
Allí nos empleamos con nuestra mejor habilidad en hacer los hoyos en el menor número de intentos... pero al llegar a seis ya se consideraba fiasco total y la puntuación era la de máxima penalización. Un buen rato. Y en seco.
Luego, cada uno se fue a la búsqueda de dónde cenar, pero era ya un poco tarde y los restaurantes ya no te admitían. Así, buscando y rebuscando, Gelen, Raquel, Joselito y yo acabamos de nuevo en el Kebab "Istambul", donde, gracias a Thor, nos atendieron y nos pudimos llevar algo para cenar en el hotel.
8 de agosto: Preikestolen y Bergen
La gran subida a Preikestolen
Primero, había que dejar a Inés y Ana en la isla que visitamos ayer, para que la visiten de nuevo con sol y luego se den un paseo por el pueblo, cosa que disfrutan con un buen día, según nos contaron luego, pues no van a hacer la subida al púlpito, que se anuncia dura. Después, nos organizamos para subir a los pasajes lo más arriba del recorrido y volver los conductores con los coches al aparcamiento.
La subida se inicia bien. Incluso hay algunas pasarelas de madera para salvar algunos humedales encharcados. La verdad es que los accesos a estos lugares turísticos de la naturaleza los tienen muy domesticados. En seguida te ponen asfaltado en los caminos, señalizaciones, pasarelas... que le quitan algo del ser natural del sitio. Pero, supongo, también hacen que la gente no se aparte mucho de los caminos y no machaque todo el entorno.
En todo caso, la subida es abrupta a partir de esos tramos iniciales y hace que haya que emplearse a fondo. A fondo en caminar y en esquivar a la gente. El líder ha anunciado que llegaban tres cruceros a visitar el sitio y aquello parece la Gran Vía. Así que hay que subir rapidito, adelantándonos a la multitud que se pueda formar más tarde.
Vaya! Hay niebla!
La llegada es algo frustrante. Ya en la subida íbamos viendo que la bruma se hacía más densa y, al llegar, vemos a un montón de gente que se desdibuja entre la niebla y, a duras penas, la silueta reconocible de la piedra, pero nada del fondo. Así que paciencia y a esperar, porque confiamos en que escampe y podamos disfrutar finalmente del panorama.
Mal por bien, eso permite que, según se disipa la niebla, vayamos poco a poco haciéndonos a la vista de la altura impresionante. Pero es algo preocupante también porque, según se hace visible el fondo, la gente acude al borde del abismo a hacerse sus selfies, sacar las patitas por el borde, y hay que coger primera línea, claro. Parece mentira que con tanta gente no haya ninguna desgracia, porque hasta gente hay que se sube con su perro, con correa -eso sí- pero que el perro se mueve y puede enredar a alguien.
Para haberse "matao"
El Topo se aproxima reptando hasta el borde y, poco a poco, otros osados se arriman también a él para contemplar el panorama del tremendo "lechazo" que hay hasta abajo. Yo, ciertamente, no paso a menos del metro de distancia del borde porque conozco mis limitaciones con el vértigo y me conformo con tomar las fotos desde esa distancia. El panorama ya resulta espectacular sin necesidad de arriesgarse en el borde.
El panorama se va abriendo entre la niebla y el sol devuelve el brillo al agua y las rocas. Es momento para las mejores fotos y el resto del grupo se va aproximando más al borde a observar la altura.
Es un panorama sobrecogedor, pero demasiada gente para un sitio así. Y menos mal que mucha gente se ha bajado antes, desanimados por la niebla. Seguramente, muchos serían de los cruceros y tendrían que volver con prisa.
A Julio se le ponen las manos bandas con la emoción -o el canguelo- de la visión y se le desploma contra la dura piedra su -del Topo- talkie que cae, rodando-rodando hasta un charco, todo ello con la alegre y oportuna celebración del propietario. No te quejes, Topo, que por el precipicio hubiera sido peor.
Luego subimos algo más arriba de la plataforma para disfrutar de un panorama más alto, y ya a pleno sol, que resulta espectacular.
Hacemos algunas fotos más, incluyendo algunas de los que quedan del grupo, pues los Julios se han bajado ya antes, y emprendemos la vuelta.
La vuelta se complica un poco, pues tardamos algo más de lo previsto por un despiste en el que los Merys -en coche- y Jenny -a pie-, se han ido al parking equivocado, y Ana e Inés están esperando abajo. Además de que hay que hacer la compra para la comida.
Camino a Bergen
Llegamos al SPAR, el supermercado amigo, y allí recogemos a Inés y Ana, que ya estaban, digamos, "algo impacientes" con la espera y comemos en un área de descanso por la carretera, camino ya de Bergen.
Esta vez tenemos que tomar dos ferrys. En el segundo, haremos la travesía más larga hasta el momento, lo que da oportunidad a los emparejados para emular la famosa escena de Titanic. Y tras sufrir un "airecillo" pelón en la cubierta, llegamos primero a Halhjem y de allí a Bergen, en donde toca comprar de nuevo. Nos pasamos el día de SPARes.
Después llegamos al hotel Moxy, un genial hotel, moderno y más aparente, aunque con poca gana de que la gente se quede mucho tiempo, si se juzga por el nulo sitio que hay para poder colgar cosas. Es mono, pero minimalista.
Y a cenar y dormir, que mañana toca paseo para conocer la ciudad.
9 de agosto: Conociendo Bergen
Bergen: El puerto y alrededores
La mañana amanece húmeda, pero esto es Noruega. Así que impermeables para el agua y a pasear.
Recorremos parte del centro y nos llegamos hasta un mirador en el que había un tótem vikingo y unas vistas desde el exterior de la desembocadura del fiordo. Luego seguimos camino del puerto, la zona más interesante casi con seguridad, con su mercado del pescado y sus edificios típicos.
El puerto es la atracción turística por excelencia. Simplemente viendo los pedazos de barco que se gastan por aquí ya tienes para un rato, al menos para un enamorado de los puertos, que es mi caso.
Vamos buscando un transbordador gratuito que te lleva al otro lado del puerto, pero resulta que no era gratuito. Y en este país lo que no es gratuito es caro. Así que continuamos a pie, de lo que yo me alegro mucho, pues me da la oportunidad de explayarme a gusto haciendo fotos de las preciosas casas del otro lado.
Pasamos por el mercado del pescado, un tanto decepcionante pues el típico que fue desapareció hace tiempo. Ahora está medio colonizado por españoles, pues hasta "paella" ofrecían en uno de los chiringuitos.
Seguimos paseo por el puerto y delante de las famosas casas. Como pasa en todo lugar turístico que se precie, las han convertido en establecimientos orientados a los "guiris", con la pérdida del sabor local que ello supone. Pero aún con eso es un conjunto precioso y digno de ser visto y fotografiado.
Después nos vamos yendo al sitio en donde tendremos oportunidad de probar los anunciados perritos de reno, los que quisimos. Allí debe ser muy famoso porque no paraba de llegar gente. Y la verdad es que los perritos eran unos salchichones bien hermosos y ricos. Marcos me alucinó apiolándose en un plis-plas un perrito que no se lo saltaba un gitano. No sé yo si este muchacho arruinará a sus padres.
Bergen desde las alturas
Después del enorme perrito, nos vamos camino del funicular Fløibanen en el que subiremos a un mirador en el monte Fløyfjellet, desde donde, entre otras cosas, se disfruta de una impresionante vista de Bergen completo.
Menos mal que hemos ido temprano, pues no había las colas que había cuando bajamos. Porque, además, el Topo no se aclara con la máquina de los billetes o la máquina con él, y eso hace que tengamos unos momentos de duda sobre cómo subir, porque hay un torno por el que pasar cada uno su billete y algunos deberían ser de grupo, pero no sabemos cuáles. Al final, optamos por el sistema hispano de pasar los niños bajo el torno, porque no estaba claro cómo había que hacer.
La vista es genial pues se puede contemplar la ciudad completa y la salida del fiordo, el movimiento de los barcos en el puerto, el horizonte lejano de montañas y agua... una preciosidad.
Luego hay tiempo para que cada uno lo gaste visitando lo que más le apetezca. Los que tienen niños se van de salida a un parque infantil con columpios y actividades -infancia obliga- y luego hacen un recorrido hasta el pequeño lago que también hay en la cumbre de este monte.
También las hermanas se danb un garbeo por el estanque y, en fin, cada uno pasa su rato libre como quiere.
La cena de por libre (En el mercado del pescado)
Por la tarde los Topos y los Santana se van con la prole a un "Urban Jump".
Después había prevista una excursión en patinete eléctrico, de la que yo me había ya apeado, parte -sobre todo- porque tenía mis dudas sobre mi habilidad para llevarlos y, además, porque con el suelo mojado y riesgo de lluvia me parecía demasiado "pa mí". Pero, con el tiempo complicado de lluvia, se cancela.
Para la cena nos separamos cada cual con sus apetencias y los Julios, que van de solteros, los Merys, los Magantos y yo, decidimos irnos al mercado del pescado a probar suerte.
Lo ya comentado. Aquello es una feria organizada para complacer al turista. Hay camareros españoles que hacen allí la temporada, japoneses o chinos en lo mismo... Pero viene bien, al menos para cenar, porque nos explican con dedicación lo que es cada cosa y es más fácil de pedir la comanda. Cada cual se pide lo que quiere, se sienta y luego se lo llevan a la mesa.
Buena oportunidad de probar por fin una cerveza, sin mirar mucho el precio, pero la ocasión lo requiere. Y, al fin, una cena con los sabores locales.
Volviendo del parking al hotel, me encuentro a los Maganto, Raquel en prácticas con el patinete -al que le va cogiendo gusto- y a Joselito en plan instructor, pues no ha sido capaz de resistir la tentación de probarlo. Al final me convence de que lo pruebe yo también y lo intento, pero me apeo ipso-facto en cuanto veo que aquello no se maneja como una bici y puedo dar con la calva en el suelo. Tenía yo razón.
10 de agosto: Flam: crucero y tren
Mañana de cascadas y compras
La mañana se concede flexible: el que no quiera madrugar puede saltarse las primeras cascadas y reengancharse más tarde para el mini-crucero.
Los que optamos por salir temprano, nos paseamos una primera cascada, la Fossen Bratte, que, ya vistas algunas grandes, tampoco resulta espectacular, pero que sirve para estirar las piernas y empezar bien el día.
Seguimos hasta la siguiente, Steinsdalsfossen, en donde ya nos había anunciado el Topo que había una tienda de "souvenirs" de las más baratas de Noruega. Así que, antes de subir a ver la cascada, paramos para hacer compra de regalos y demás.
La cascada era original, porque tenía un camino, asfaltado, cómo no, sobre el que saltaba el agua. La verdad es que me resultó más bonito mirar desde arriba de la cascada que desde abajo, porque tenía una vista estupenda del valle al que se abría.
Luego seguimos camino a la Tvindefossen, una bonita cascada aterrazada pero con caminito asfaltado, como la mayoría.
Los dormilones casi no llegan poque se encontraron un hermoso atasco, con eso de no prevenir que me decía a mí el Topo.
La faena fue que cuando intentamos pasar por la que iba a ser una de las carreteras estelares del recorrido, con un solo carril en bajada, resulta que está cortada por obras. Toda una faena que hace que el Topo maldiga un rato.
Cómo pasar tres veces por el mismo túnel
Luego ya teníamos que ir al puerto de Gudvangen, en donde haríamos el mini-crucero por el fiordo para llegar hasta Flam. Y aquí fue donde la lié yo con mis despistes.
Se trataba de parar en el puerto, descargar a nuestro pasaje, ir los conductores a dejar los coches a Flam, volver en autobús de nuevo a Gudvangen y embarcar todos allí para, después del crucero, hacer el viaje en el famoso tren de Flam y seguir en coche ya desde allí.
El concepto estaba claro. Pero un despiste hace que me salte la gasolinera en donde había que parar y, también es casualidad, me veo sin oportunidad de girar y abocado a un túnel de varios kilómetros... Dice el Topo que podía haber dado la vuelta en unos apartaderos que había en ellos. Pero yo lo que conozco es el plan nacional, y antiguo, y aquí no se puede dar la vuelta en los túneles.
Asi que, esta vez, Julio, me la apunto yo.
Total, nervios e ir pitando hasta el final del túnel, menos mal que había un buen sitio para girar nada más salir del túnel, volver, dejar a mi pasaje, salir pitando otra vez túnel abajo y llegar a Flam.
Ya puesto a liarla, con los nervios, no acabo de aclararme con el GPS y las indicaciones para llegar hasta la parada de los autobuses. Al final, entre el GPS y la ayuda del Topo guiándome por el móvil, consigo llegar a tiempo de coger el autobús.
Aquí estamos a punto de viajar de gorra, pues el conductor, que no debía tener costumbre de recibir pagos en metálico y utilizar el expendedor de billetes, nos dejaba pasar gratis. El topo se deshace en gracias pero, al rato, le viene el conductor que ya se ha enterado de cómo funciona el maquinillo. Nuestro gozo en un pozo.
Ya embarcados tras el regreso en bus, comemos en el barco y salimos a disfrutar del panorama increíble de la navegación por el interior del fiordo.
Fotos y selfies, selfies de los selfies -gracias, Gloria, por el plano- y al ojo con las gaviotas que, no se sabe por qué, avisan que no se les dé de comer. Y además, habida cuenta la experiencia de Jenny, mejor tenerlas bien vigiladas.
El tren de Flam
Desembarcados en Flam, nos ponemos en la cola de grupos para acceder al famoso tren. Uno de los más bonito del mundo, dicen los locales un poco crecidos, creo yo.
La entrada es triunfal y a nuestro querido Topo medio se le cae la baba cuando ve que han puesto un cartelito con el nombre del grupo Topodiving, anunciando que tenemos reservado y acotado medio vagón para nosotros solos.
El tren, antiguo, está muy bien conservado y es un gusto ver el vagón. Otra cosa es soportar los chirridos cuando se pasa por cualquiera de los numerosos túneles que hay que atravesar. Al principio, a pesar de la advertencia de subir las ventanillas en los túneles, por eso de ahorrar el esfuerzo de bajarlas tras cada uno de ellos -son tantos- para las fotos, se quedaban bajadas. Luego, el estruendo de los chirridos hace que las tengamos que subir y bajar en cada ocasión.
El paisaje es precioso, como dicen. No sé si de los mejores del mundo, pero es un bonito itinerario. Hay una parada para ver una cascada que cae junto a una estación, en la que ponen una música -qué falta hará! digo yo- y hay un par de actuantes que hacen una representación.
Parada en la estación final de Myrdal en la cumbre para estirar las piernas y otra vez para abajo.
El mirador Stegastein
Para rematar la tarde, nos vamos a contemplar un fiordo desde las alturas del mirador Stegastein. Un precioso atardecer se nos brinda para admirar el impresionante tajo del fiordo, encajonado entre la altura de las montañas que lo contienen.
Después continuamos hacia Lærdalsøyri, en donde tendremos el alojamiento para esa noche, con Julito con la gasolina al mínimo porque por allí las gasolineras no abundan y lo ha pillado el toro. Pero llegó.
La sorpresa al llegar es, sobre todo, para los niños -algún adulto me pareció ver también- que tienen un circuito con coches a pedales totalmente gratis y a su disposición.
11 de agosto: De glaciares y gente loca
Glaciar Boyabreen
Hoy es día de glaciares. Salimos a una hora razonable a coger el primer ferry del día para seguir hasta el glaciar Boyabreen, que está a pie de obra y no exige de grandes esfuerzos. El glaciar, desafortunadamente, está un poco disminuido con esto del cambio climático, pero si uno quiere ver más hielo, ha de subirse a patita por unas pareces no muy recomendables, pues es un circo glacial de paredes escarpadas y cascadas chorreantes.
Un ratillo para unas fotos y al siguiente, porque allí es donde ya empezamos a comprobar que, si todos los españoles que estamos en Noruega nos ponemos de acuerdo, la tomamos. Como dice el Topo, es un hartazgo salir del país para seguir oyendo hablar en tu propio idioma.
Glaciar Briksdal
El paseo hasta este glaciar tiene más enjundia. Es una pista que se ha de subir con varios itinerarios posibles, uno de ellos por un puente sobre una cascada en la que te pones hasta las asas de salpicaduras del agua. Pero es vistoso el camino. Vistoso mientras no coincidas con uno de los transportes todoterreno a gasoil con el que suben a los más vagos. Lo dicho. Todo demasiado desasilvestrado. No sé si por seguridad, para proteger el ambiente o por qué, pero me recuerda a veces demasiado a las fuentes de los jardines de la Granja, con tanto camino preparado para turistas.
Allí a algunos se les va la olla. Tienen que probar lo fría que está el agua del laguito que hay al pie de la escorrentía del glaciar. De locos.
Julio sale medio blasfemando del dolor de pies y el resto, hay que mantener el tipo, se aguantan como pueden. Pues ya os lo digo yo, unos tres grados, cinco a lo más, que ya son ganas de cogerse unos sabañones.
En fin. Para gustos, los colores. Y las temperaturas.
Carretera Gamle Stry y la cascada Videfossen
Como ya le hemos cogido el gustillo a eso de conducir en expedicionario, todos, menos Julio el durmiente, Samuel y los más pequeños, nos vamos a hacer un recorrido por la carretera Gamle Stryn, que lleva a una estación de esquí pasando por unos parajes asombrosos en una carretera espectacular. Lástima que la hora y el clima no acompañen porque, aunque solamente está a unos 1.100 metros, aquello conserva aún un montón de nieve. Y es que, aunque las alturas tampoco son apabullantes, es todo igual de montañoso y las paredes caen a plomo sobre los fiordos, con unos desniveles muy considerables.
Pues nada, un poco de frío, unos optimistas que se llevan una bolsa con nieve para los niños -colgando del limpia trasero!- y de vuelta al alojamiento a cenar.
12 de agosto: Trollstigen, la escalera de los trolls
Fresas y pasarelas
Salimos de buena mañana hacia el mirador Flydalsjuvet, una estupenda vista sobre la población y el fiordo que, en su tamaño y por un giro del valle que lo contiene, parece en la lejanía un lago.
Luego bajamos a
Geiranger, el pueblo en que termina el fiordo, a recorrer las pasarelas del río y la cascada Fossevandring. Aquí hacemos una parada técnica haciendo tiempo para que los conductores, que habían bajado los coches al final de la pasarela, tuvieran tiempo de subir y bajar la pasarela.
Cogemos el ferry en Eidsdal, una travesía corta para llegar hasta Valldall.
Y de allí hasta la garganta Gudbrandsjuvet, en donde a pesar de no ser temporada, había unos puestos de fresas que estaban bien ricas. Curiosamente, tenían una forma algo distinta de las fresas y fresones de por aquí, y muy buen sabor.
Hacemos el breve recorrido por la pasarela -cómo no iba a haber pasarela- para ver la cascada, no muy espectacular.
La carretera endiablada y la niebla
Continuamos para recorrer la Trollstigen, la escalera de los Trolls, y parar en su mirador. Pero parece que las carreteras más impresionantes se nos van vedando por una u otra razón. Aquí la causa es una densa niebla que hace que ni paremos en el mirador, como estaba previsto.
La carretera es impresionante. Y menos mal que hay niebla porque es del ancho "estándar" pero en estrecho y con unos montoncillos de piedra en el borde de la carretera a modo de "quita miedos". Menos mal que la niebla que nos burla la vista nos permite, al menos, ver los bordes de la carretera. Porque es una "paella" tras otra, con un desnivel que da "yúyu".
Afortunadamente, según bajamos se va abriendo un poco y nos permite imaginar cómo debe ser por arriba.
Aquí la cosa fue que en una de las curvas, ya bastante abajo y con mejor visibilidad, coincido con un autocar que subía y que, para coger ángulo, se ha abierto por todo el exterior de la curva. Pues hasta aquí hemos llegado, pienso, hasta que veo que el conductor me hace señas de que pase por el interior de la curva, ensanchada para estos trances obviamente, y los que estaban subiendo tras el autocar, retroceden gentilmente para hacerme hueco. Si me llega a tocar por el aldo de fuera de la carretera, me acuerdo de su madre!
La Grande Bouffe
Vamos recorriendo camino en ferry desde Afarnes hasta Solsnes y de ahí, ya todo carretera, a Molde, en donde comeremos "un sencillo plato de spaghetti con un par de salsas y agüita "pa bebé' en el restaurante VARDESTUA, con unas preciosas y amplias vistas desde fuera y desde el propio restaurante.
Está algo apartado y hay que venir ex profeso, pero merece absolutamente la pena.
El panorama desde aquí es amplio, y se domina la ciudad, abajo de la montaña en que se halla el sitio. También un fiordo amplio, con islas a girones longitudinales que lo recorren. Y amplia también fue la generosidad y excelente el trato con que nos quiso obsequiar el propietario y cocinero del restaurante.
Lo que inicialmente iba a ser el sencillo plato de spaghetti, se convirtió en una fuente inmensa de lasaña, otra de pasta, y alguna cosa más además de postre casero hecho especialmente, refrescos, café... todo al mismo precio pactado con el Topo, que no se lo podía creer como tampoco lo podíamos creer nosotros.
El Topo le insiste en lo de la pasta y en que esto era mucho más y él en que ya le había dicho que ya vería él y que si era más, mejor, no?.
La verdad es que el hombre se estaría trabajando la nota en el Tripadvisor, pero lo hizo de una manera tan amable y dedicada que nos entusiasmó. Bien por él.
La carretera del atlántico
Después de la inmensa comida en tan buen sitio, bajamos a Molde para una rápida compra de provisiones y continuar hasta la carretera del atlántico hasta Lyngholmen.
Esta carretera es una impresionante obra que va saltando de isla en isla, con una serie de puentes volados que son apabullantes.
Aquí paramos para dar una vuelta por unas pasarelas -je, je!- que rodeaban el pequeño islote. Ciertamente, atravesarlos en pleno invierno y con temporal, debe ser para nota.
Y, desde allí, seguimos hasta Kristiansund.
La casa-hotel de Kristiansund
Este alojamiento era también en casitas para unos y hotel convencional con desayuno buffet, como dios manda, para otros, que ganas tenían ya algunos de poder disfrutarlo.
Yo llegué ya para pocas cosas. Creía haber cogido un catarrazo más o menos gordo, como consecuencia de los continos sudores y enfriamientos de algunos de los días previos... pero no. Iba a ser COVID, como se comprobó al llegar a Madrid. Total, que fue más llegar con ganas de plegar que otra cosa.
Los Santana, bueno, Samuel, se ducha con agua fría porque la familia le ha gastado el agua caliente del termo. Todo un placer, supongo, teniendo en cuenta que las aguas de por aquí son más bien fresquitas. Pero, sin embargo, no oí alarido alguno, así que o bien es estoico el hombre o no sería fría del todo.
Después de cenar, los Merys, Magantos, Gloria y Gelen, que tenían aun cuerpo de juerga, se fueron a un pub local a disfrutar de unas cervezas. Bueno, de unas cervezas y de algún borrachuzo local que quiso ligar con alguna, sin consecuencias.
13 de agosto: Hito norte: Kristiansund
Paseo portuario
Menos mal que la mañana no era de madrugones, pero, aún así, me costó lo mío echarme a la calle. Abortado el plan infantil del Neptun Lekeland, nos vamos todos de paseo hasta la ciudad, recorriendo las calles casi vacías a pesar de la hora.
Kristiansund era el hito en el norte. Lo más alejado que llegaríamos en nuestro periplo por Noruega,
Nos vamos primero hasta los restos de una batería de costa a orillas del pueblo. Poco que ver, pues apenas quedan unos restos, eso sí, con algunas mesas de picnic. Aquí la gente pone mesas de picnic en cualquier parte, está claro. Eso lo hemos ido viendo pues hay áreas de picnic en la mayor parte de los sitios en los que uno puede para a admirar un paisaje.
Aquí la naturaleza corre por los jardines y los arbolados que se entremeten entre las casas hasta el punto de que vemos una pequeña manada de venados que sale a la calle, pequeños de talla -quizá fueran otra especie-, que se esconden con el griterío de los peques cuando se los intento señalar. No se van muy lejos, apenas entre la maleza por entre las casas. Se ve que no son hostigados habitualmente, pero se ocultan astutamente. Quizá sea que no les suena el acento.
Luego, nos separamos en dos grupos porque los que habían salido la noche anterior ya habían visto la zona que nos quedaba por ver.
Más tarde, llegamos al puerto en donde embarcamos en un pequeño barco de transporte local, que hace un itinerario circular entre las islas que dan a este mismo puerto. Eso nos permite observar edificios antiguos que deben ser emblemáticos de viejas factorías locales.
De vuelta al hotel/caserío, pasamos por una zona del puerto en donde podemos observar un astillero y algunas pequeñas barcas de estilo vikingo, no antiguas, parece, pero preciosas para los que nos gustan los barcos clásicos de madera, abundantes en esta zona del puerto.
Momento relax: De piscinas
Por la tarde, los que no están hechos polvo ya, se van a la piscina del complejo próximo, pues Raquel se quedó con ganas de piscina y al resto les apetece el remojo.
Pero les dura poco el asunto. Han entendido mal la hora de cierre y se quedan con mono de piscina.
Algunos nos hemos quedado haciendo la necesaria siesta -Julio, curiosamente, no-, y, cuando termina el baño y estamos ya todos en orden de marcha, nos vamos hasta el Kvalvik Fort.
Paseo por Kvalvik Fort
Esto es una fortificación alemana de la II guerra mundial que está bastante bien conservada. Hay cañones y conservan un mini-submarino y unos torpedos, que están menos vistos, con un foco de esos grandotes que salen en las películas -aunque con su tapa protectora-. Hacemos el recorrido como mejor podemos, pues los carteles indicadores de los itinerarios no nos resultan especialmente claros. Pero vemos lo importante, que para los niños creo que fue el submarino y los cañones, con el que imaginaron sus propias batallas.
También para los niños hizo Chema una "representación" en el interior de uno de los búnker, oscuros como ala de cuervo, en la que los pobres niños salieron despavoridos porque no se esperaban que hubiera nadie dentro. Menos mal que, en el fondo, les va la marcha.
También hay un puestecillo desatendido de plantas, como otros que hemos visto en otros lugares con otras cosas: fresas, cerezas y demás productos que los agricultores ofrecen a los visitantes. Aquí la gente es honrada y deja el precio de lo que se lleva. Bendita honradez. Igualito que en España. Qué envidia!
Las cenas, hasta las 10
Después nos vamos a intentar cenar de grupo, pero los Topos se quedan en el "Burriking". El resto, nos vamos a la búsqueda de un restaurante que parecía recomendable o recomendado por alguna búsqueda de Google. Cuando llegamos, nos dicen que somos un grupo muy grande y que la cocina cierra a las diez, con lo que no nos podrían atender y no nos admiten... Increíble, pero cierto. Aquí la necesidad de hacer negocio debe ser incompatible con los horarios, no se sabe si por restricciones legales, sindicales, o por estricta observancia de los mismos. Pero que no.
A alguien se le ocurre que quizá, si nos repartimos en grupos más pequeños, nos pueden atender. Y así fue. Unos se quedaron en ese restaurante inicial, que tenía bastante buena pinta, los "eléctricos" en otro que pasaba lo mismo y los Julios y los Santana acabaron recalando en el "Burriking".
El restaurante de nuestro subgrupo, era de ambiente local. Con especialidades propias de la zona que los Maganto y Gelen quisieron probar. Yo me dediqué a lo ya conocido de la experiencia del mercado del pescado en Bergen, por no arriesgar y porque me gustó bastante aquella sopa de pescado y los mejillones. Gelen y los Maganto tuvieron menos acierto con su bacalao y su puré un poco indescriptible. Pero bueno, al fin y al cabo, conocieron la cocina local.
La que estaba mosca era Gelen, pues una pareja, ya mayor curiosamente, no dejaban de observarla e, incluso, parece que le hicieron una foto. No sé si sería por la indumentaria oceánica, pero resultaron un poco impertinentes.
14 de agosto: De regreso a Oslo
Estirar las piernas... dijo
Hoy tocaba salida tempranera, porque teníamos que llegar a Oslo en el día. Y el itinerario incluía algunas paradas, incluida la de recarga del coche eléctrico.
Así que a las ocho y media, puntualmente -o casi-, hacia la cascada Vinnufossen, la más larga de Europa. Un buen día de sol espléndido nos augura un buen viaje de regreso.
Vinnufossen es una preciosa y alta cascada, sí señor. Se ve imponente desde el aparcamiento donde se inicia el "paseíto". Con WC, claro y con el consabido camino asfaltado por terminar. Debe haber entrado tarde en el plan apaciguador de naturaleza.
Lo que pasa es que, el camino, que está en bruto y en obras, merced a la humedad del territorio, la cercanía de la cascada y la obra tiene una "cuestecilla" embarrada y resbaladiza que complica bastante la subida. Y Ana e Inés han de darse la vuelta por el riesgo de trompazo. Yo, que aún no estoy bien del todo, hago acopio de amor propio y tiro como puedo, despacio -por la compostura y el fuelle- pero llego a término para inmortalizar la cascada desde su base.
La carretera de vuelta va abriéndose paso por un valle
increíblemente bonito, casi de cuento. El valle es muy ancho y vamos siempre con un río, lago o fiordo a uno u otro lado de la carretera. Las casas siguen el patrón cómun de ser de madera y coloridas, agrupadas en pequeñas poblaciones o en granjas aisladas. Un disfrute visual con este sol que hoy nos acompaña por fin.
Se constata también la manía local de poner mesas de picnic en cualquier sitio: sobre una balsa en el lago a unas decenas de metros de la orilla, hay un par de mesas del clásico estilo de madera que hemos visto por todas partes. Que obsesión!
El último picnic y Lillehammer
Comemos nuestro último picnic en un área de descanso que a algunos les cuesta encontrar. Se pasan del punto en que hay que entrar a éste área de descanso y el Topo tiene que tirar de talkie para reorientar a los perdidos.
Después, salimos para la ciudad olímpica de Lillehammer, en donde paramos para dar un breve paseo por su calle comercial, tomar unos helados en el tenducho de un tío desagradable que no te deja hacer pis si no le compras helado y Gloria, que iba con cierta urgencia, se mosquea con el fulano.
Veo bastante gente, ya lo había observado en algún otro lugar anterior, que aquí la gente tira de bici eléctrica tanto como de coche eléctrico. Se ve el poderío económico, porque son bicis de los 3.000€ para arriba por el precio estimado en España. Muchas de gente mayor, pero también algunas de gente más joven.
La ciudad no da para mucho. Quizá en invierno recupere un poco del ambiente olímpico de sus buenos tiempos, pero hoy, domingo además, tiene pocos visitantes.
Pero sirve también para que los peques se den un garbeillo en triciclo además de tomarse su helado y para que algunos que lo necesitamos podamos descansar sentados en cualquier sitio.
Por fin una autopista de verdad
Seguimos camino hacia Oslo y empezamos a ver que en Noruega también hay atascos domingueros. La aproximación la vamos haciendo por carreteras más convencionales cada vez hasta llegar... a una autopista!
De verdad, una autopista que va teniendo cada vez más tramos de doble carril hasta que llega un momento en que se puede circular a la aterradora velocidad de 110 km/h. Alucinante. Llegué a creer que esto no existía en Noruega.
Sorteando atascos o cayendo de pleno en ellos, vamos llegando a Oslo. Al llegar al hotel, los otros conductores se van a devolver los coches a Hertz directamente. Los "electrificados" no nos hemos enterado y, como hay que llevar el coche cargado al devolverlo, Joselito se lo lleva a un punto de carga del que tiene que volver corriendo, porque hay que devolver el coche ya para adelantar los planes.
Después de la devolución, nos vamos a la cena de despedida en el sitio que nos había ya enseñado el líder a la llegada el primer día.
Gloria y los suyos se meten por una calle que tiene alguna gente un tanto "inquietante" pero llegan bien.
El lugar es curioso. se trata de una especie de centro comercial del fast food en el que puedes encontrar comida de cualquier sitio, creo que incluso algo local, aunque lo que hay más es de comida exótica. Pero tropezamos con el mismo tema de otras veces. Aquí cierran temprano y algunos de los puestos ya están cerrando, con lo que hay que darse prisa en pedir.
Mery tiene un conflicto con el propio del puesto que ha elegido que le quiere hacer pedir y pagar por la aplicación de móvil y ésta no funciona. Le dice que no le puede atender si no y, cuando Mery le dice que se va a otro, se apea del burro y se soluciona el problema.
Yo decido estirarme una última vez y me voy a pedir una cerveza sin preguntar a cuanto -curiosamente aquí si la tienen aunque en una barra solamente de bebidas- y cuando me pasa la minuta la moza, veo que me ha sacudido como nueve euros y pico por un vaso de cerveza. Para llorar.
Después volvemos dando un penúltimo paseo hasta el hotel.
15 de agosto: El retorno a la patria
Vuelta a pasear por Oslo
Dejamos las maletas en cuarto común del hotel con la esperanza de encontrarlo todo al volver, porque se supone que es un cuarto que abren las mocitas de recepción, pero aquello está abierto continuamente y nadie te acompaña para nada.
Luego nos encaminamos a la zona portuaria y a la fortaleza Akershus. Ahí vemos el edificio del ayuntamiento -casi pro nazi por la arquitectura-, algunos edificios vistosos con letreros de empresas que, en combinación, resultan chocantes para un hispano, barcos dedicados a Elena, pero con "H" y una escultura de un buzo...
Hay un último momento de columpios para chicos y mayores. El Topo intenta hacer una apuesta de que se puede meter en un columpio de esos para bebés... Le entra una pierna y gracias. Quizá la pierna y un pie -sin llegar hasta la pantorilla, claro-.
Paseamos por el puerto y volvemos por último a recoger nuestros equipajes, despidiéndonos de los que se quedan ya por allí. Abrazos y besos por doquiera y subimos a paso ligero hacia el hotel.
Camino a la estación
El Topo vuelve a organizar el carro gitano en su Kia, para aliviarnos la bajada a la estación.
Nuevos abrazos con el Topo, algo de tristeza porque se acaba y la separación y allí nos quedamos, que no es sitio de estar parado el coche, ya se sabe.
Reorganizamos de nuevo el "bulterío" para entrar a la estación y tomar el tren al aeropuerto, tras solventar el asunto de los billetes que unos llevamos ya de la llegada y otros tienen que sacar.
Despedida y cierre
Perdemos por los pelos un tren, pero hay tiempo de sobra para coger el siguiente con tranquilidad.
Julio se va poniendo cada vez más pachucho y está el pobre "p'al arrastre".
Llegamos al fin al aeropuerto, vuelta a pasar el trámite segregacionista de los grupos de embarque y a Madrid, aunque al aterrizar no le aplaude nadie al pobre piloto.
En Madrid tenemos una última pequeña epopeya con los Cabify, porque empiezan a demorarse, hay gente esperando a la que incluso les ha rehusado el coche asignado su servicio y al resto se nos van atrasando y nos pasamos un buen rato de espera en el aparcamiento.
Al fin llegan, adioses a los Magantos, Merys y Julios, que yo me voy con mis hermanas en lo viajero hasta su casa, a reencontrarme -espero- con mi auto y aún me queda mi trechito hasta mi pueblo.
Gracias a todos por vuestra compañía, por vuestro buen hacer para pasar lo mejor el rato y por vuestra comprensión con las pifias ajenas. Y, especialmente, al Topo que nos lo organiza.