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Carlos
En rojo PAGADO

EL TIROL Y LA BAVIERA

¡¡¡¡¡¡ PUENTE DE MAYO 2.019 !!!!!!!

Nuremberg-Innsbruck-Munich


HANS
El 30 de abril se levantó soleado en Madrid. Se respiraba la algarabía propia de la ciudad que rompe su rutina y se dispone a pasar unos días sin atascos ni obligaciones. Pero Hans no se dejó influir por el ajetreo reinante y apartó de su mente todas las distracciones. Tenía un contrato. Y no era un contrato cualquiera. Había dado su palabra. Y para él, éste era un contrato escrito con una tinta que era imposible de borrar: acabaría sus días intentando cumplirlo si era necesario. Le había contratado el club de Bridge Golondridge. Y la razón no era otra que, descubrir el secreto de los viajes y expediciones del famoso club de buceo Topodiving, y de paso, hacer fracasar su próximo proyecto. La elección de Hans, por parte de los directivos de Golondridge, no era casual: Si; era hijo de madre alemana y padre austriaco. Pero esa no era la razón principal. La verdadera razón era que haría lo que hiciera falta para conseguir su objetivo.
Hans, como buen investigador, no decía que no a ningún trabajo. Y no dudaba en enfangarse en asuntos turbios, si era necesario, para satisfacer a su cliente. Entre su arsenal de métodos estaban los propios del “hampa”, violentos en ocasiones. Así que, el lector comprenderá que no pueda dar detalles que puedan revelar su identidad. La integridad, física, económica y familiar de este humilde escritor, está en juego. Sólo puedo decir que es un tipo más bien alto, maduro, pero bien parecido, con facciones algo duras, pero con unos modales excelentes (gracias a la educación que recibió por parte de su madre), que modula a su antojo, con el fin de camuflarse en los distintos ambientes que su terreno de juego exige. El lector opinará que esto es como no decir nada, pero conocerle en persona, es saber que sus suaves palabras se convierten en amenazas, sólo con una muesca de su cara al pronunciarlas.
No diré donde tiene su centro de operaciones, pero sí que la cita con el jefe de seguridad de Golondridge tuvo lugar a primeros de abril, en una cafetería del hotel Villa Castagnola de la bella ciudad de Lugano, en la neutral Suiza. Allí se articuló el contrato, y se rubricó con un sobre con un adelanto económico para gastos, y un apretón de manos. Hans no necesitaba más. Su fama como profesional implacable funcionaba para ambos lados del contrato…
El encuentro no duró mucho. No hacen falta muchas palabas entre dos personas que están habituadas a moverse en ambientes no muy recomendables para un ciudadano normal. Una vez finalizado, partió a su apartamento, lujoso, pero a la vez discreto, con grandes ventanales que se abrían hacia la gran avenida de la ciudad, que parecía perderse en las montañas. Hans no pasa largas temporadas en su apartamento, pero le encantan los gatos: tiene dos, Maddy y Molly. Y eso le produce desasosiego, porque en la vida independiente y deliberadamente anárquica que lleva, tiene un ancla con Gladis, la señora que le llena la nevera, le limpia el apartamento y cuida de Maddy y Molly cuando él se ausenta, que es la mayor parte del año.
En cinco minutos, reunió algo de ropa para poder moverse en ambientes variados, eligió un reloj, unas gafas de sol y un paraguas, varias tarjetas de crédito, su pasaporte y una buena cantidad de dinero en metálico, en dólares y euros, y lo metió todo en una maleta de cabina de avión. Hans siempre se mueve ligero. Es una necesidad inherente a su profesión, al igual que llevar dinero en efectivo para desaparecer una temporada, o pagar algún favor.
Se dirigió al aeropuerto más cercano y en el primer mostrador de compañía aérea que vio, solicito un billete en el primer vuelo a Madrid.
Una vez en Madrid, empezó a indagar acerca de los componentes más habituales de la organización de Topodiving. Especialmente su líder. Mentor de tantos y tantos adeptos. Un ser extraño, al que apodan “Topo”.
Sabía, por su contacto de Golondridge, que Topodiving tenía organizado un viaje al Tirol austriaco. No necesitaba esa información. En cuanto habló con su contacto informático de Viena, un hacker al que apodan “Comrrado”, y al que sólo conoce por su cuenta de BitCoins, le dio acceso directo desde su móvil al ordenador de Topo. En 30 minutos se puso al día de todo lo relativo al viaje, y lo apuntaba a que tenía un billete a Múnich para el día 30 de abril.

TOMA DE CONTACTO
No le fue difícil identificar a los integrantes del viaje de Topodiving en las colas del control de seguridad. Llegó temprano, pasó el control, y se sentó en una cafetería desde la que tenía visión directa de la salida del control de seguridad. Una vez fijó su objetivo, ya no les perdió de vista, pero sin acercarse demasiado. Estuvo analizando su comportamiento, sus idas y venidas a las tiendas. Incluso, acercándose en los asientos de la puerta de embarque, llegó a grabarles en video.
Pasó por la tienda Duty Free, compró un caro perfume y pagó en la misma caja que los integrantes de Topodiving. Regaló el perfume a la cajera, a cambio de que le dijera qué habían comprado. Hans aprendió a sacar información de las cosas cotidianas en los años que pasó como miembro del BND, los servicios secretos alemanes.
A Hans le sorprendió la heterogeneidad del grupo. Había desde personas mayores, en edad de disfrutar de una pensión de jubilación, a niños de apenas 3 años de edad. Quizá esa era una de las razones del éxito. Pero era seguro que esa diversidad, le serviría en su momento, para boicotear el viaje. Tampoco entendía la supuesta valía como líder del grupo del tal “Topo”. Lo vio resolutivo, pero su primera impresión fue, que carecía del carisma necesario para llevar a cabo tal sinfín de propuestas, actividades, viajes y expediciones, que sabía a ciencia cierta que había liderado.
Una vez abrieron el embarque, accedieron al avión y cada uno se dirigió a su asiento. El de Hans no estaba lo suficientemente cerca para escrutar, sin incomodar, el comportamiento y conversaciones de los viajeros. Se maldijo por no haber sobornado a la azafata del mostrador para que le cambiara a un asiento más cercano a los integrantes de Topodiving, pero ya era tarde. Durante un rato, Hans estuvo atento a movimientos y actitudes, pero se dejó llevar por la somnolencia que le produjo la botella de buen vino francés que compró al personal de vuelo.
Le despertó la voz del capitán indicando que se aproximaban al aeropuerto de Múnich. Se recompuso en el baño del avión pasando al lado de los viajeros de Topodiving y, ya despejado se volvió a su asiento, echando una furtiva mirada a sus objetivos. No se le pasó por alto, que todos, salvo los niños, habían acabado con la bandeja de comida que la compañía aérea les había ofrecido.
Una vez en tierra, se apresuró a salir de los primeros para dirigirse a los mostradores de alquiler de coche para recoger el suyo. Quería asegurarse de estar preparado cuando salieran sus objetivos. Pero, sobre todo lo que quería, era pagar a la dependienta de la compañía de alquiler, para que les diera peores coches, les cobrara por productos no contratados, y le costara hacerse entender con el Topo. Logró parcialmente su objetivo, proporcionando en alguna ocasión, coches de un nivel inferior al contratado, pero no les supuso mayor problema, más allá de alguna queja en español, que ni la dependienta ni Hans supieron entender.
Así que el grupo salió con destino a la ciudad de Núremberg. Hans tenía toda la información, y se había preocupado de reservar habitación en el mismo hotel. Dejaba pocas cosas al azar, y reservó tres habitaciones, para tener más oportunidades de estar al tanto de los movimientos de los viajeros. Hans piensa que la fase más crítica para el éxito de una misión son sus comienzos. Y una persona como Hans conoce a mucha gente y tiene muchos amigos, sobre todo cuando se les paga bien. Conocía a un colega de profesión en Núremberg, Alexander. Alexander no era santo de la devoción de Hans, pero era de confianza cuando el cheque era cuantioso. Y, sobre todo, Alexander tenía buenos contactos que podrían completar el equipo necesario para esa noche.
Los viajeros de Topodiving salieron a dar un paseo por Núremberg, y de su seguimiento, se encargó el amigo de Alexander, un turco apodado Leo. A Alexander no le gustaban nada los españoles y prefirió mandar a Leo. Mientras los dos amigos, se tomaban unas copas en el bar del hotel recordando viejas batallas. La noche se resolvió con un par de horas de sueño.

JODELN
Si el día anterior fue largo, más lo fue la noche, pero el despertador sonó inexorable. No era temprano para los estándares alemanes, lo que ayudó en su despertar a los tres investigadores. Recogieron sus cosas, y bajaron a desayunar en una apartada mesa, pero con visión de todo el comedor. Hans se sorprendió de la cantidad de comida que eran capaces de desayunar los españoles. Él, es de esa clase de gente que necesita un tiempo para que su estómago se despierte del todo. El desayuno de Leo, en cambio, con un humor envidiable para las horas que había dormido, sí se aproximaba al de los españoles.
Lo españoles se repartieron el trabajo y mientras unos bajaban sus maletas y cargaban los coches otros se encargaban de los niños. No es que le sorprendiera la organización, él pertenecía a una sociedad enormemente organizada, pero no acababa de entender el por qué a una determinada persona le asignaban un rol, y si esto era aleatorio o perseguía algún fin.
Sea como fuere, Hans se despidió de sus colegas, pagó la factura de las habitaciones, y las cuantiosas consumiciones de bar del hotel y el mini bar, y salió en dirección a su coche, que dejó discretamente aparcado en un descampado cercano al hotel. No entendía cómo podían cobrar una tarifa de aparcamiento, por dejar el coche en un descampado. Pero en su amueblada cabeza teutona, no cabía otra cosa que no fuera saldar la deuda adquirida al dejar el coche aparcado.
Esperó disimuladamente con la cara embebida en un periódico que cogió en el hotel, a que fueran saliendo los coches de los españoles, y se dispuso a seguirlos. Sabía, gracias al buen hacer de Comrrado, que el destino sería el Playmobil Fun Park, pero previamente pasarían visitando con el coche, parte de Núremberg y su muralla.
La visita al parque de Playmobil, le pareció un acierto, dado que parte de los viajeros españoles eran niños. Como era un parque infantil, no consideró necesario contar con ayuda, pero pronto se dio cuenta de su error, ya que, en un momento dado, el grupo entero se dividió en varios subgrupos. Resolvió la situación como hacia siempre: tenia buen ojo con la gente, y pocas veces se equivocaba, así que eligió a un puñado de trabajadores del parque y les encargó que fueran sus ojos, a cambio de unos cuantos euros. Él se encargaría de seguir ¡al “Topo”!.
Las horas que pasó siguiéndole le parecieron eternas. Las actividades que llevó a cabo el Topo parecían normales, pero vislumbró detalles, como la cantidad de cosas que portaban el carro de niño. Y no entendió como no alquiló una especie de carro de compra que ofrecían a la entrada del parque. -Este tipo estaba entrenado para ese tipo de misiones- se dijo para sí mismo. En los periodos de tedio, se puso a jugar con algún niño que jugaba sólo. Pero la paciencia de los niños era escasa, y éstos se hartaban enseguida de la actitud dictatorial de Hans. El lector tendrá que entender que Hans era más de Lego que de Playmobil, y nunca entendió la marca que tienen los muñecos de Playmobil en el pelo para poder encajar los cascos. Esto unido a su pensamiento inflexible, hacía que no fuera el mejor compañero de juegos.
Cuando la visita estuvo a punto de terminar, reunió a su equipo improvisado entre los jóvenes monitores del parque, para que le contaran los pormenores de los viajeros españoles. Le dieron buena cuenta del número de veces que fueron al colchón de aire, de los cafés y tartas que se tomaron para merendar, de los adultos que se tiraron por los toboganes, y de cuantas figuras de Playmobil intentaron escamotear.
De camino al parking, cayó en la cuenta de que faltaban algunos españoles del grupo. Le entró cierto desasosiego al percatarse de que se habían escapado algunas variables a su control, y fue en este momento cuando fue consciente de su imperdonable error. Cada vez era más consciente de que la exigencia de este trabajo, iba dejando al descubierto las carencias que la edad iban produciendo en su mente. Enseguida apartó ese nubarrón sobre su cabeza y se centró en resolver su problema inmediato: averiguar qué había sido del grupo de españoles que no estaban en el parque de Playmobil. Le reconfortó encontrar una salida a la que dirigirse para solventar el problema: Comrrado. Sabía que el grupo de españoles se comunicaba por medio de un grupo de WhatsApp, así que envío un mensaje a Comrrado, además de transferirle algún dinero en forma de criptomonedas, para que leyera los mensajes del grupo, en busca de una explicación, y ya de paso, que se le incluyera de manera soterrada en el grupo. Dicho y hecho. En 5 minutos, estaba dentro u tenía toda la información y pertenecía al grupo: 4 adultos sin niños, consideraron aburrida la experiencia del parque de Playmobil, y habían decidido hacer turismo alternativo durante unas horas.
Estaba estructurando toda la información en su cabeza, cuando empezaron a llegar los españoles al parking. Esperó disimuladamente dentro del coche, hasta que salieron todos los coches de los españoles. No tenía prisa por seguirles. Sabía que el plan era parar en una gasolinera para comprar la pegatina que permitía circular por las autopistas austriacas, y comprar víveres para unos días. Pero Hans se había adelantado. Conocía Austria tanto como Alemania. Ya se había asegurado de que el coche de alquiler tuviera la pegatina, así que conducía sin prisa. Y respecto a los víveres tampoco le preocupaba. Era austero, casi espartano, cuando era necesario. Ya se las arreglaría. Así que decidió adelantarse al destino, y estudiar cómo establecer alguna vigilancia para la noche que se avecinaba.
A Hans le gustaba conducir, siempre le gustó. Y apreciaba la música y su cultura musical era basta. Le pareció que escuchar algo de Jodeln, mientras se encaminaba hasta Ötztal Bahnhof, era lo más adecuado, así que busco una emisora local que pusiera música folclórica.
Llegó al camping, enseguida se registró y pidió el mapa de las cabañas. Veladamente preguntó por las cabañas de los españoles. Eligió una cabaña libre que le permitiera pasar desapercibido, sin mermar su estratégica y enterarse de todo lo que acontecía a los españoles. Pensó que no estaría demás contar con los ojos de quién está al tanto de todo, así que sacó unos billetes y eligió entre la encargada del camping o su marido. Ella, Sarah, parecía más seria, pero la conversación que mantuvo con ella durante los trámites de la reserva del camping, le hizo pensar que tenía cierta afinidad con los españoles, lo que la haría menos propensa a suministrarle información. En cambio, él, Tobías, parecía más callado, y el gesto que le cruzó el semblante cuando Hans le preguntó por el grupo de españoles, le hizo pensar que no le gustaban demasiado. Estaría encantado de contarle cualquier cosa que hicieran o dejaran de hacer los españoles. Así que aprovechó el momento en que la señora salió de la recepción, para hablar con él y ofrecerle el suculento trato. Ya tenía a un espía trabajando para él. Sólo quedaba esperar a los españoles…
Uno a uno fueron llegando, y se fueron recogiendo en sus cabañas. El día había sido largo, los ánimos fatigados del viaje, y los niños cansados de emociones, así que el reencuentro en el camping fue breve.
Sin embargo, cuando Hans pensó que el día había acabado para los españoles, y por tanto para él, empezó a oír rumores de conversaciones y trajín de ir y venir. Así que se puso su chándal oscuro y una gorra negra (su indumentaria habitual para las actividades ilegales nocturnas), y pasar desapercibido, y salió a ver qué pasaba. Las conversaciones entre los españoles eran acaloradas, por decirlo de alguna manera y, a pesar de su buen nivel de español, no acaba de comprender porque había tanto jaleo un asunto con las sábanas. Cuando todo estuvo en calma, decidió ir a ver a Tobías. Él le contó las elevadas expectativas que traían los españoles respecto a la ropa de cama y las toallas austriacas. Lo que, para los austriacos en una cálida sabana bajera, para los españoles es un cubre colchón, y lo que para los austriacos es una suave toalla, para los españoles es un trapo de cocina. Tomo nota de esa ligera diferencia de criterio y se fue a descansar a su cabaña.

ESCENOGRAFÍA TEATRAL
La alarma del despertador de Hans sonó temprano. Siempre lo hacía. Se puso su ropa de deporte y las zapatillas y salió a correr con las primeras luces del día. El hecho de ver como la luz iba dando forma a las montañas que enmarcan al rio Eno, le llenaba de vida. Sabía que los españoles no madrugarían mucho, así que se permitió el lujo de correr entre los prados una hora. De regreso al camping, aún reinaba quietud en las cabañas de los españoles. Así que decidió abrir una válvula del gas de una de las cabañas. No sería la primera vez que algún encargo acababa en tragedia... Si decidía abrir la válvula de un quemador del interior… el viaje entero hubiera acabado. Pero decidió abrir la válvula en la botella situada en el exterior. Eso sólo crearía inconvenientes los inquilinos, y le permitiría seguir recabando información, y, de paso, iría forjando su objetivo: contribuiría a que el sabor final del viaje no fuera tan bueno. De momento le bastaba con eso.
Aún le dio tiempo a ducharse y beberse un té negro (siempre llevaba alguno en la maleta) antes de que empezara a notarse movimiento en las cabañas de los españoles. Cuando empezaron a salir al exterior de las cabañas, Hans salió de la suya y se dirigió a su coche. Lo había dejado fuera del camping, para que ningún español lo identificara. Al pasar por la cabaña de recepción, miró a través de la puerta, para ver si Tobías estaba trabajando ya. No vio nada a través del cristal, pero giró el pomo de la puerta y ésta se abrió. No había nadie. Se dio la vuelta y cuando se disponía a salir, apareció Tobías de un cuartucho situado detrás del mostrador. Tenía un aspecto horrible. Había pasado la noche “de guardia” en el camping, pero ese aspecto denotaba algo más que una simple mala noche. Inmediatamente infirió que Tobías bebía. Le preguntó acerca de la noche de los españoles, pero Tobías no pudo aportar detalles dado su estado de resaca. Hans se arrepintió de haber elegido a Tobías, y no a su pareja, Sarah. Quizá la información de Sarah hubiera sido parcial, pero más fiable. Apartó esos pensamientos de su cabeza, y decidió darle una segunda oportunidad. Con esa última idea, compró a Tobías un paquete de donuts y un café mocca envasado, y se fue a desayunar al coche mientras esperaba a que los españoles se pusieran en movimiento.
Le dio tiempo a enterarse de las noticias leyéndolas en su smartphone, y también a leer su correo electrónico. No había noticias de Golondridge. Y eso para él no eran buenas noticias. Hans prefiere sentir el aliento del pagador en su nuca. Eso le hace afilar los sentidos.
Por fin apareció el primer coche de los españoles. La furgoneta de Topo. Tomó nota mental de que el líder del club viajaba en furgoneta, y se hacía rodear en ella, de una especie de cuerpo de guardia variopinta. De igual modo se percató que siempre va el primero y los demás le siguen, a pesar de conocer exactamente el lugar al que tienen que dirigirse. No le pareció extraño, habiendo crecido en una sociedad extremadamente organizada y que prefería seguir a un líder, sin cuestionarlo, a tener que tomar sus propias decisiones.
Ensimismado en estos pensamientos, se percató que ya habían recorrido 20 kilómetros detrás de la comitiva española. Prefirió parar a echar gasolina antes de tener que hacerlo en un momento más inoportuno, así que paró en un área de servicio, y aprovechó para comprar algo de comida. Enseguida volvió a estar en ruta. Sabía que le habían tomado bastante ventaja, pero sabía también el destino, y que su amigo Max, de la Bundespolizei, le echaría una mano en caso de tener problemas por el exceso de velocidad.
Se unió a la comitiva, a una distancia suficiente para no levantar sospechas, justo antes de llegar al pueblo de Neuschwastein. El grupo de españoles se disponía a visitar el castillo de Luis II de Baviera, más conocido como el Castillo del Rey Loco. Sabía que visitar el castillo le produciría un sabor agridulce: lo conocía perfectamente, su madre lo había llevado a visitarlo en 4 ocasiones a lo largo de su vida, y fue la última excursión que hizo con ella, antes de su muerte. Ella decía que no fue diseñado por un arquitecto, sino por un escenógrafo teatral.
A pesar de la punzada de dolor que supuso el recuerdo de su madre, se sobrepuso al ver desfilar a pie, la comitiva de los españoles en dirección a las colas del autobús que les subirían hacia el castillo. Le impresionó la cohesión de grupo: hicieron de inmediato un cordón que impidió que otros visitantes se mezclaran con ellos. Después entendió que las plazas del autobús eran limitadas y de esa manera se aseguraban subir todos en el mismo autobús. Sin embargo, no entendía la finalidad última de ese comportamiento gregario, cuando al final todos llegarían al mismo sitio. “Sentimiento de pertenencia al grupo” concluyó.
El autobús les dejó en el inicio de un corto sendero que les llevaría al puente de Marienbrücke, desde el que hay una vista soberbia del castillo, algo afeada por los andamiajes de las eternas obras que se llevan a cabo. Sólo una vez, de entre sus cuatro visitas, logró ver el castillo en la plenitud de su estética grandiosidad. Mientras veía a innumerables turistas hacer fotos del castillo, no pudo reprimir un pensamiento acerca de la mezquindad del turista, que se lleva el recuerdo en una pantalla, en lugar de en la memoria. Se percató de que Topo no usaba cámara. Ese detalle le gustó. Hans no necesita cámaras para recordar las cosas hermosas. Su madre le enseño a que si algo hermoso se olvidada, es que no era tan digno de ser recordado. Y con esa vara de medir, le puso la semilla del arte que después cultivo durante toda su juventud en Wiesbaden. Le arrancó de esos pensamientos una leve vibración en el puente, y sopesó la posibilidad de que algún viajero español tuviera algún accidente en el puente, mientras todo el mundo estaba distraído haciendo fotos. Sería una bonita manera de acabar con el viaje, con la fama de los viajes de Topodiving y con el prestigio de Topo. Sería una jugada maestra. Pero le faltaría argumentar a los directivos de Golondridge cómo conseguir imitar el éxito de los viajes de Topodiving. Era pronto para finiquitar abruptamente el viaje.
Siguió a los españoles hasta la entrada del castillo, y una vez dentro, vio cómo a cada uno le daban un dispositivo rudimentario de audio, con la descripción en español de todo lo que verían en el interior. A él no le hacía falta. Conocía cada rincón del castillo. Su madre le había explicado con devoción la historia de cada retablo, cada tapiz, cada mueble, cada estancia. Se divirtió viendo como los niños, y también algún adulto, se cansaba de atender a las explicaciones del instrumento, y se dedicaba a conseguir que los demás se distrajeran también.
La visita terminó, y se sintió aliviado al dejar el pesado recuerdo de la muerte de su madre, que le había inundado desde que entró en el castillo.
Ahora tocaba bajar a los coches andando. Sabía que el grupo se iba a desperdigar, así que mientras los españoles se dispersaban, él fue a hablar con los carreteros que hacían más “autentica” la bajada o subida al castillo. Les dio dinero para que le contaran cualquier cosa que consideraran fuera de lo normal de los españoles. Al llegar abajo, no le dieron ninguna información relevante, más allá del alto volumen de las conversaciones, y de algún atajo hecho por el bosque para ahorrarse alguna curva del camino.
Una vez en el parking, aprovechó para comer un bretzel, mientras que los españoles iban llegando. Se dio cuenta de la impuntualidad de los mismos. Salvo el Topo y su guardia. Ellos podrían pasar por alemanes si se midiera únicamente su puntualidad. Una vez en los coches, la comitiva salió para el siguiente destino: el trineo de Kreislainenweg.
A estas alturas del seguimiento del grupo, se había dado cuenta de que los trayectos en coche, si no eran muy cortos, eran relajantes. No había deserciones en el grupo, y en comitiva o a su aire, todos los coches llegaban al destino más o menos a la vez. Así que se permitió relajarse alh volante.
Llegó el primero al parking del trineo, y una vez que se aseguró que todo el grupo estaba allí, , consideró adecuado anticiparse y subir en el telesilla al restaurante, donde comería los españoles. Consideraba que, perdían el tiempo en conversaciones banales.
Sabía por Comrrado, que el menú ya estaba pedido con semanas de antelación, y no pudo reprimir la sensación de envidia que le producía contemplar como un líder, el Topo, era capaz de arrancar las apetencias de comida a alguien con semanas de antelación. Hubo de reconocer que la organización rozaba la perfección. Bajó a las cocinas para picar algo y sonsacar alguna información de los cocineros. No le dijeron gran cosa, salvo que efectivamente el menú estaba decidido desde hacía semanas, y que algunos platos los cocinaron el día anterior, y los habían mantenido calientes durante horas.
No le sorprendió el ambiente agradable y distendido, porque conocía el carácter español. Y en eso, el grupo de viajeros, no difería de la tónica general de la sociedad española.
La siguiente fase del viaje iba a ser el descenso, en dos ocasiones, en trineo de railes. Hans declinó la posibilidad de bajar. El trineo le recordaba demasiado al accidente con una moto de nieve, durante su periodo de formación militar en el Ártico. Así que se bajó en el telesilla, y fue a hablar con el responsable para asegurarse de que le copiara en su memoria USB, todas las fotos que el sistema automático sacaba al grupo de españoles en su apretado descenso. El responsable le enseño alguna y se permitió esbozar alguna sonrisa con las caras, mezcla de frío, y de miedo a la velocidad. Podría parecer que los que más disfrutaron del trineo fueron los niños, pero un posterior análisis de las fotos, permitió a Hans inclinarse a pensar, que los que más disfrutaron, fueron los adultos. Aunque para disfrute el suyo propio ya que se decidió a ejecutar una maniobra de descuidero. Eligió a la víctima escrutando las pertenencias que tenía accesibles, y determinó que una buena jugada sería robar un walkie de los que llevaban para comunicarse los diferentes grupos. Y así lo hizo. En un descuido, se hizo con un walkie, y cuando lo examinó en el coche, se dio cuenta de que era bastante antiguo, y consideró que debía haber sido usado en innumerables aventuras de Topodiving. Se sintió muy satisfecho: lo consideró un trofeo de guerra.

Una vez compartidas las emociones en pequeñas conversaciones, se dirigieron a los coches, donde Hans ya les esperaba dentro del suyo. Siguió al último coche hasta el pueblo de Oberammergau, donde los viajeros deambularían entre sus famosas casas pintadas. Hans ya las conocía, pero nunca le gustaron. A pesar de lo cuidadas que están, nunca compartió esa manera de mezclar el arte de la pintura con la arquitectura. Eso no impidió su seguimiento a cierta distancia. Lo visitaron a un paso tranquilo, solo acelerado cuando se les echó encima lluvia torrencial.
Mientras los españoles hacían la compra de víveres para los días que les quedaban de viaje, Hans decidió que el coche de alquiler que conducía estaba ya demasiado expuesto a que fuera reconocido, así que se dirigió a una empresa de alquiler local y lo cambió. Eran compañías distintas, pero las pegas y negativas iniciales se convirtieron en sonrisas y “por supuestos”, cuando mostró la billetera. Con un coche nuevo, se dirigió al camping, donde ya habían llegado los españoles. Tocaba ir a cenar al restaurante Oilers69. Tuvo tiempo para contemplar como Tobías tenía una discusión con uno de los españoles, acerca del gas que Hans había hecho escapar de la botella. Se congratuló, esta vez sí, con la elección que tuvo de Tobías frente a Sarah, al constatar los modos en los que el primero se dirigía hacia el español, en a su escaso nivel de inglés y nulo de español.
Una vez acabada la discusión, siguió al español al restaurante, pero se quedó en la barra. Desde allí estaría al tanto de lo ocurría en la zona reservada en la que cenaban los españoles, y aprovecharía para relajarse con una copa de grüner veltliner, aprovechando la circunstancia austriaca, ya que no es sencillo encontrarlo en Alemania.
La cena trascurrió sin más cosas que reseñar, salvo el alto nivel sonoro de sus voces, las idas y venidas frenéticas de los dos camareros con platos de hamburguesas, pollo y patatas, a lo que Hans no se acababa de acostumbrar. Y una vez acabada la cena, en medio de un buen chaparrón, cada uno se fue a su cabaña. Y Hans, esperó a que el último de los comensales saliera. Pago su cuenta, y se dirigió a su cabaña a rumiar lo acontecido en el día. Ya podía sacar alguna conclusión, pero quería disponer aún de más datos, antes de tomar alguna decisión drástica y definitiva.

UNA VIDA QUE NO PUDO SER
De nuevo el despertador sonó bastante más temprano que para el resto de los españoles. Pero ese día no podría salir a correr. Sabía que había una excursión opcional para ver el glaciar de Kaunertal. No sabía cuanta gente iba a ir, pero sí que alguno lo haría. Sopesó la idea de hacer algún sabotaje algo más decisivo que lo del gas, aprovechando que parte de la comitiva se iría. Sin embargo, nunca había visto ese glaciar, ni había transitado por esa carretera de peaje, así que, por simple curiosidad viajera, decidió seguirles en la distancia, mientras el resto del grupo dormía plácidamente en sus cabañas.
Debería ir con más cuidado, dado que, a esas horas, y por esas carreteras, no se encontrarían mucho tráfico, lo que dificultaba su camuflaje. Dejó pasar un tiempo considerable antes de salir tras la comitiva. Era una ventaja saber con antelación todos los destinos, tiempos, e incluso los trayectos. Condujo relajado, disfrutando del paisaje… y las curvas. Se decidió por música rutera. Pincho en la entrada correspondiente del salpicadero la memoria USB que llevaba siempre en el llavero y busco en la carpeta de música, “Status Quo”.
Se alegró de hacer esta pequeña excursión. Las vistas eran excepcionales. Cuando llegó a la altura de los coches españoles, pasó de largo y buscó un sitio, algo apartado para aparcar. Tomó nota de los coches y personas que habían subido a ver el glaciar, y se tomó unos minutos de relax para regar su vista con el espectáculo que se abría antes sus ojos.
Cuando vio que los españoles se empezaban a dirigir a sus coches, se apresuró a introducirse en el suyo, esbozando una sonrisa. Era una bonita foto mental la que se llevaba. La reducida comitiva regresaba de nuevo al camping, y Hans estuvo siempre detrás a cierta distancia. Llegaron cuando el resto de los españoles, estaban ya en pleno bullicio. No podía pasar a su cabaña sin riesgo a que le vieran claramente a la luz del día. Se maldijo por no haber cogido algo para desayunar. Ahora sí tenía hambre. Se tendría que arreglar con algún caramelo que encontró en sus pantalones para que le aportará algo de azúcar.
Decidió no esperar a que salieran y partió hacia el lago Pigurgersee. Conocía la zona y sabía que no podría bajar con los viajeros al lago sin exponerse. Pero ya en la carretera, se planteó si la decisión la había tomado por el deseo de parar a comerse un apfelstrudel como desayuno. De vez en cuando, Hans se preguntaba por la racionalidad de sus decisiones. Eso le hacía mejor en su trabajo. Sea como fuere, salió con antelación, y paró en un restaurante de carretera.
Con el estómago lleno, se dirigió a un punto, en la Piburger strase, donde desde que se dominaba casi todo el lago de Pigurgersee. Sacó sus prismáticos, y esperó a ver llegar a los españoles.
Actuaron tal como había pensado. Dudaron si bajar el coche al lago, a pesar de las indicaciones de prohibición a la entrada del sendero, pero les vio hablar con un vecino que les debió decir que no se podía. Hans seguía sin entender la actitud libertina de los españoles. Si hay una señal de prohibición, ¿qué más se necesita saber? Así que bajaron andado, y vio entre los árboles, cómo daban la vuelta al lago. Dada la poca información que le estaba aportando, decidió adelantarse al próximo destino: el funicular de Nordpark, en Innsbruck.
Sabía que la intención, era subir en él y bajar andando, y se le ocurrió provocar algún incidente en el funicular, pero enseguida lo descartó ya que atraería a los medios de prensa locales. En su lugar se le ocurrió esperarles en la bajada y provocar un accidente en la montaña. Esa sí era una idea.
Cuando llegó al funicular, vio que el tiempo era altamente inestable y que en la parte superior de las montañas estaba nublado. Confiaba en que el líder de los españoles, infundiera determinación en el resto de los viajeros para no abandonar la idea inicial de subir y bajar andando. Sin embargo, aunque una parte del grupo consideró realmente la posibilidad de subir, un empleado del funicular les dijo que la bajada estaba impracticable por la nieve. Así que obligados a cambiar de idea, se fueron todos a dar un paseo por Innsbruck, o eso creyó entender, porque esa vez no lo comunicaron por WhatsApp, y no pudo acercarse lo suficiente para tener acceso a las conversaciones.
A la luz de estos cambios, se le planteó un problema: no tenía infraestructura logística como para hacer un seguimiento efectivo de todos los integrantes del viaje, y no contaba con tiempo para organizar algo. La tarde se presentaba lluviosa, y no se vio con ánimos de andar de acá para allá, siguiendo a unos y a otros, por lo que decidió tomarse la tarde libre, y dejar de ser la sombra de los españoles por unas horas. Resolvió pasarse a visitar a Katharina, una novia de otra época, el recuerdo de una vida que no pudo ser, que trabajaba en el restaurante Stiftskeller. Sabía que saldría pronto de trabajar, al finalizar el primer turno, así que ni siquiera la llamó y se presentó en el restaurante. Se pidió un café mocca que ella le sirvió secamente sin dirigirle prácticamente la palabra. Sólo oyó un leve susurro: “salgo a las 17:00”. Katharina y él no necesitaban hablar mucho para comunicarse. Se conocían muy bien. Su relación acabó cuando ella tomó la decisión de dejar la vida que ambos llevaban. Él no pudo hacerlo. Le costó años entender que amaba más su forma de vida que a Katharina.
Le preció buena idea darse un paseo con Katharina por los jardines del castillo de Ambra, y esperar allí a los españoles, pero contra todo pronóstico los españoles no estuvieron allí a la hora convenida, las 19:00. Esa tarde no estuvo muy atento al WhatsApp, y no se enteró de que el grupo entero había cambiado de idea. Maldijo su incompetencia, se disculpó con su vieja amada con un “lo siento una vez más”, la dejó en un lugar céntrico y prosiguió el camino hacia el camping. Llegó cuando los españoles estaban desperdigados disfrutando de un rato libre sin instrucciones. De modo que dejó el coche donde siempre, y se puso a merodear por el perímetro del camping, intentando tomar nota mental de todo lo que veía. Poco a poco, los adultos se fueron metiendo en sus cabañas para cenar, y salvó algún que otro “intercambio de niños” entre cabañas, y alguna trastada de éstos, todo quedó en quietud al poco de anochecer.
Hans se dio un corto paseo entre los coches, meditando la posibilidad en forzar alguna avería en alguno de ellos, pero se percató de la posibilidad de intercambio de asientos donde viajarían los niños al día siguiente. Hans es muy profesional, pero hay líneas que nunca ha cruzado, y no tiene intención de hacerlo a estas alturas de su carrera, cuando ya tiene poco que demostrar. Así que decidió hacer una abolladura en el vehículo del líder, el Topo y esperar reacciones.
Le dio un escalofrió, y cayó en la cuenta que llevaba horas a la intemperie, y tenía el estómago vacío, así que se dirigió a su cabaña, se pegó una larga ducha caliente, cenó algo y se fue a la cama pensando en Katharina.

LA DEBILIDAD
Una mañana más sonó el despertador. Todavía era de noche. Se puso la ropa de deporte, y las zapatillas y se fue a correr. Pasó al lado de la cabaña de recepción, y se imaginó a Tobías roncando en el sofá con una botella de whisky medio vacía al lado. Había estado lloviendo toda la noche, y todavía caía alguna gota. No le preocupaba la humedad, y correr bajo la lluvia en un entorno como ese, no muy distinto del sitio en el que se crio, le alimentaba el alma. Volvió a su cabaña, todo era quietud, pero el rumor de los coches en la carretera indicaba que la comarca se desperezaba ya. Le dio tiempo a ducharse y a comerse un yogur y beber su acostumbrado té negro. A esa hora no era capaz de comer mucho más. Metió las pocas pertenencias que llevaba en su pequeña maleta y salió hacia el coche, cuando en las cabañas de los viajeros españoles se empezaba a ver movimiento. No había señales de vida en la recepción. “Tobías la cogió buena anoche”, pensó. Esperó, como siempre leyendo las noticias en su smartphone. Le gustaba la lluvia, por lo que esperó fuera del coche, pero la pantalla empezó a funcionar mal debido a las gotas, así que decidió continuar leyendo dentro del coche.
Cuando se puso en marcha siguiendo a los coches, empezó a recapitular mentalmente lo que llevaba de misión. Empezó a considerar que se acababan las opciones para poner fin, de manera prematura, a la aventura de los españoles. Hoy sería el día determinante. La oportunidad podría presentarse en el trineo Imster Bergbahnen. Esa era la primera cita de la jornada. Los españoles, se tirarían dos veces y ya es sabida la animadversión de Hans por los trineos. Cogió su multiusos Leatherman y se fue a dar un paseo, colina arriba, por las estructuras del trineo, mientras los españoles comenzaban a subir por el telesilla. Le pareció curioso el sistema para transportar los trineos hasta la parte superior del recorrido. Consideró la posibilidad de debilitar un pilar del rail del trineo en una curva, pero le llevaría tiempo sabotearlo, así que se decantó por modificar el sistema de frenado final, justo antes de entrar en la caseta del trineo. Sin embargo, le surgieron dudas: por un lado, estaría muy al descubierto, y es probable que le viera el encargado de la atracción. Y por otro, no se aseguraría del momento del fallo, con lo que tampoco podía aventurar quien sería la víctima. Su objetivo principal era obviamente el Topo. Se había percatado que los padres y madres de los viajeros más jóvenes, (aunque algunos no lo disfrutaran especialmente), hacían el esfuerzo de bajar en trineo para que sus hijos si lo hicieran. En tales circunstancias, resolvió no hacer nada en la atracción de los trineos, de modo que se quedó cerca de la parte final del recorrido, tomando nota de quien subía, y quién no. Se preguntó si esta decisión no era muestra de una de esas dubitativas decisiones, fruto de la edad, que venía detectando últimamente.
Necesitaba pensar en algo ya. El siguiente punto disponible para dejar a los españoles con mal sabor de boca sería la garganta del rio Partnachklamm. Esta sería casi con seguridad su última oportunidad. Después se irían todos a Múnich, y allí sería prácticamente imposible boicoterar el viaje. Salió hacia la garganta antes que ellos. El coche era uno de los mejores sitios para pensar. Cuando llegó, se sorprendió ver tanta masificación de turistas. Había estado allí con su padre, pero no lo recordaba con tanta gente. Se dirigió a la entrada de la garganta, y espero detrás de unos troncos a que pasaran los españoles. Tardaron en llegar, pero Hans estaba tranquilo porque les controlaba ya por el WhatsApp.
Se adormeció tumbado al sol al lado de los troncos, esperando a los viajeros españoles. Los distinguió de lejos. Aún no les oía, y no sabría decir por qué, pero ya los distinguía en la distancia. Había mucha gente, así que fue caminando cerca de ellos, sin miedo a que le descubrieran. En la parte estrecha del río no encontró la zona propicia para sus planes por temor a no tener la vía de escape asegurada. Al final, llegaron a una zona en la que el río se ensanchaba. Ese parecía ser el lugar elegido para comer. De modo que Hans atisbó una zona, desde la que les tendría a la vista. Sacó de su mochila un poco de fiambre reseco y una barrita de cereales. Era lo único que le iba a calmar el hambre y eso le bastaría.
Cuando vio que los españoles se agrupaban para hacerse una foto, se acercó y se ofreció para hacerla él mismo, en un impulso de innecesaria temeridad socarrona.
Después, los españoles se dispusieron a desandar el camino. Decidió que ese sería el momento. No pilló desprevenido al Topo, pero sí a alguien al que tenía catalogado como de su “guardia personal”. Primero sustrajo un chubasquero a una integrante de la guardia, y después en una maniobra de distracción, y con un sutil toque, hizo tropezar a otro. Se arrepintió de no haber sido más drástico, pero miró de reojo y le vio cojear. Quizá eso sería suficiente. No estaba contento con este sabotaje menor, pero era mejor que nada.
Los viajeros montaron en sus coches y se dirigieron a su siguiente destino, Múnich. Aparcaron en un parking, y se dispusieron a dar un paseo por la ciudad. Hans temía que le ocurriera lo mismo que en Innsbruck. Era imposible que una única persona pudiera controlar a un grupo tan disperso sin ayuda. Pero esta vez tuvo más suerte, porque el grueso de los viajeros, se mantuvo agrupado, por lo que pudo seguirlos, anotando actitudes, y en algunas ocasiones, expiando hasta conversaciones.
Acabaron el paseo en el inmenso restaurante de Hofbräuhaus. Allí, los españoles disfrutaron, de comida típica de Baviera, y sobre todo de sus bailes. A Hans le parecían monótonos y demasiado típicos, pero a pesar de ello, la estética le gustaba. Una vez concluida la cena, les siguió, casi les acompañó, al aparcamiento, y de éste, al hotel.
De camino, se le ocurrió otra idea. Buscó en el smartphone, el teléfono del hotel, y le propuso al encargado un trato. Este diría a los españoles que las habitaciones no estaban disponibles, o que no había camas suficientes, y que las familias irremediablemente se tendrían que separar…, a cambio claro, de una sustanciosa cantidad de euros. Al fin y al cabo, el encargado se jugaba su puesto de trabajo. Llegó justo antes que los españoles, y en seguida se acercó a la recepción para pedir una habitación, y a cambio de su llave magnética, acercó disimuladamente al encargado, un sobre con el dinero convenido.
Todo el éxito se frustró de nuevo. Tras formarse un gran revuelo, por el trastorno ocasionado a las familias, acrecentado sin duda, por el cansancio de los niños, el Topo en seguida, se puso al mando de la situación, y en cuestión de cuarto de hora, estuvo todo bajo control, sin necesidad de altercados ni reclamaciones, cosa que produjo admiración en Hans.
Uno a uno, se fueron marchando a sus habitaciones, así que poco había que hacer ya en la recepción, por lo que Hans decidió irse a la suya. Allí, recapituló con un té, toda la información que había ido almacenando estos días. Se sintió moderadamente satisfecho con la misma. Hans era muy exigente consigo mismo. De lo que más se lamentaba era de no haber ocasionado más trastornos, incluso alguna tragedia, entre los viajeros españoles. El día siguiente sería uno de mero trámite, así que asumió la situación, anotó todo en su cuaderno de notas (ya las transcribiría a algún formato electrónico más adelante), y se fue a dormir.

LA DESPEDIDA
El despertador sonó a la misma hora, pero hoy no tendría tiempo para hacer deporte. Se dio una ducha, se preparó un té y elaboró parte del informe para Golondridge. En cuanto empezó a oír bullicio en los pasillos, recogió sus cosas, y bajo a desayunar con su mínimalista maleta. Poco a poco empezaron a llegar los viajeros españoles. Se distribuyeron en mesas, con familias mezcladas, gracias al tejido afectivo que elaboraban los niños. Se tomó un café con una tostada, y se dirigió a su coche. Tendría que ponerse en contacto con la empresa de alquiler, para que le dijeran dónde dejarlo, y muy probablemente le tocaría discutir con ellos. Llamó desde el coche, con el manos libres, mientras esperaba a que fueran saliendo y cargando sus coches los españoles. Efectivamente le tocó discutir con la persona que estaba al otro lado del teléfono. Al final llegó al acuerdo de que podía dejar el coche en el aeropuerto de Múnich, con un suplemento de 100 euros, que cargarían a la tarjeta que dejo como fianza. No le dolió mucho porque se esperaba ya algo así.
Ya había perdido el interés por hacer cualquier tipo de sabotaje. Sin embargo, de repente fue consciente de la barrera del parking, así que no perdió la oportunidad, y llamó de inmediato al teléfono del encargado que tenía de la noche anterior, y le pidió que bloqueara la barrera, al menos durante unos minutos.. y así se hizo…lo que retrasó a más de una familia en salir de aquel recinto.
Una vez devuelto el coche, se dirigió al control de seguridad del aeropuerto, y lo pasó desentendiéndose de los españoles. Se fue directamente a las puertas de embarque. Buscó un asiento libre en una zona aparada, y se dedicó a completar el informe en su portátil. Ya no tenía sentido estar atento a los movimientos de los españoles. No se podía decir que había cogido cariño a los integrantes del viaje español, pero les conocía bien. Sabía mucho acerca de ellos, de sus relaciones y sus comportamientos. Sin embargo, a estas alturas seguía sin entender el porqué de los éxitos de los viajes de Topodiving. Pero no le correspondía averiguarlo a él. Él no era un analista, era un operador de campo, y como tal, se limitaba a recoger datos, y a ejecutar acciones. Para eso le pagaban y eso es lo que había hecho.
Cuando abrieron el embarque, esperó hasta que hubo subido el último pasajero, y tras él cerraron el embarque. Se preguntó, si inconscientemente, se había asegurado de que los viajeros españoles habían cogido su vuelo sin contratiempos. Una vez en el avión, busco un sitio para su maleta de cabina, y se sentó en su asiento. Apenas hubo despegado el avión, se sumió en un sueño del que no fue sacado hasta que el piloto anunció que estaban listos para aterrizar en Madrid. Allí había quedado al día siguiente con los responsables de Golondridge. Una vez en tierra, buscó con la mirada a los viajeros españoles, se despidió de ellos mentalmente y se aproximó a la puerta del avión. Justo cuando se despedía de la tripulante de vuelo, notó un escalofrió en su espalda. Miró hacia atrás y se cruzó con la mirada del Topo, con una niña sonriente en sus brazos, que le susurraba algo al oído. No pudo reprimir un leve sentimiento de admiración hacia él, apartó la mirada y siguió su camino. En ese instante supo que volverían a verse.

Baumkirchen, 3 de junio de 2019